Luis Enrique Rodríguez y José Antonio Zapata
“Mamá, si dicen que está tan caro el diesel, entonces ¿por qué se lo están gastando?”
a lógica infantil era incontestable. La mujer, con las bolsas de mandado, la mochila y la pregunta a cuestas, optó por no contestar. Tomó a su preguntona niña de la mano y cruzó la calle Colón a toda prisa, dejando atrás a decenas, cientos de tráilers.
La gente se agolpaba en el famoso ‘codo’ de las calles Colón y Juan de Montoro. Y no era para menos. La vista de una hilera de tráilers que se hacía más y más delgada, pero que no se detenía, era para impresionar, sobre todo a una ciudad amodorrada, poco dada a un despliegue de fuerza como el que exhibieron los transportistas del estado, en la llamada “Movilización Nacional por la Viabilidad del Transporte de Carga”.
Los números que especulaban los allí presentes bailaban sin ton ni son. “Deben ser unos 60 camiones, no más”, sentenció un agente de gobernación que intentaba pasar desapercibido. “Son como doscientos”, concluyó con sólo un vistazo un fotógrafo. “Son poco más de cien”, refirió una voz quizá más autorizada, la de Roberto Díaz Ruiz.
“La recomendación que se hizo es que no fueran más de 50 o 60 unidades”, decía a unos conocidos. Pero claro fue que a los integrantes del sector transportista se les hizo chico el mar para echarse un buche de agua, y para demostrar la fuerza de su petición, así como la unidad que priva entre ellos. Poco después de las 10 y media de la mañana, ya había más de un centenar de camiones esperando el banderazo de salida… “y siguen llegando”, comentó uno de los coordinadores de la marcha para protestar por el alza constante del precio del diesel.
Poco antes, entre unidades de transporte de pasaje, urbano y de carga, los agremiados a la Cámara Nacional del Auto Transporte de Carga (CANACAR) en Aguascalientes, se reunieron en la calle José María Chávez a la altura del Teatro Aguascalientes, llegando la fila hasta las instalaciones de la Nissan, en la salida a la Ciudad de México.
Ante las cifras de camiones, finalmente alguien entre el grupo de gente dictaminó de una manera en la que nadie pudo cuestionar lo acertado de su cálculo: “son rete muchos”.
Al frente del contingente de tráilers, en un cómodo camión de pasajeros que al frente portaba una lona que tenía la leyenda “los transportistas en apoyo a tu economía: diesel caro, transporte caro”, viajaban el dirigente de la CANACAR en Aguascalientes, Roberto Díaz Ruiz y varios de los dueños de las empresas agremiadas que participaron en la inusitada marcha.
Lo mismo impactaban camiones antiguos, nuevos y los de transporte especializado y cajas comunes.
Los operadores bromeaban, a la expectativa de la indicación para iniciar con la marcha, mientras pedían a cuanto fotógrafo se les aproximase que se les tomara la ‘foto del recuerdo’ al frente de la unidad, a la vez que se preguntaban -entre risas- si un compañero algo pasado de peso iba a caber dentro del encuadre; el buen humor reinaba en el ambiente.
Otra historia se vivía entre los dueños de las empresas que participaron en la marcha. Estaban nerviosos. Mucho. El dirigente, Roberto Díaz, había ido a darle la vuelta al contingente a bordo de un vehículo, cosa que le tomó poco más de treinta minutos. Aún con los nervios a flor de piel, constató que prácticamente nadie había regateado la asistencia: “Todos están listos”, dijo.
“Vamos a tratar de darles movimiento”, comentó uno de los comandantes de tránsito a los agremiados, que seguían esperando la orden del dirigente de CANACAR, asegurándoles que ya se habían hecho los movimientos necesarios para darle fluidez a la marcha, aunque se evidenció que entre los promotores de la misma, no existía la coordinación necesaria, dado que no fueron capaces de decirle al oficial por dónde transitarían. “Alguna maña nos daremos”, suspiró el agente.
Por fin llegó el dirigente transportista, sonriendo ante la respuesta que hubo por parte de los agremiados. Saludó a las autoridades que estaban finalizando los detalles para dar la salida al numeroso contingente, que hacía que los transeúntes y peatones voltearan, sorprendidos, para observar el espectáculo de más de 100 monstruos metálicos a la espera de la orden de avanzar.
Por fin, a las 10:38 de la mañana, para ser rigurosos, se dieron las instrucciones para salir; a esa hora, nos dijeron que ya había 104 unidades, y se seguían incorporando. “La convocatoria fue un éxito total”, dijo alguno, al tiempo que salía el primer autobús, y el resto de camiones le siguió. Los elementos de tránsito ya tenían preparado el operativo para permitir el paso de los marchistas, con la consigna de que no se entorpeciera mucho el tráfico.
Y así comenzó el lento andar de los tráilers al centro.
Poco tiempo le tomó al contingente llegar a su destino. Apenas se estacionó el autobús de pasajeros en la esquina de Colón y Juan de Montoro, sus alegres ocupantes se apearon y se lanzaron a Palacio de Gobierno, pliego petitorio en mano, a ser recibidos por un bien peinado Juan Ángel Pérez Talamantes, quien se deshizo en halagos a los transportistas y les prometió que “el Gobierno del Estado hará todo lo posible para ser un buen gestor de sus peticiones”. Apenas unos momentos duró el intercambio de saludos y lisonjas. Veinte minutos después, la comisión de los dueños de autotransporte de carga salió del Palacio de Gobierno. El grupo se veía sonriente. Feliz.
“Para ser nuestra primera vez, no estuvo tan mal”, confió Díaz Ruiz, mientras se enfilaba a un grupo de reporteros que ya le esperaban.
Era hora de partir. Tras la enésima foto del recuerdo frente al lujoso autobús frontal, los empresarios se despidieron y salieron del lugar, seguidos por el primero de cientos de tráilers. Y allí fue donde comenzó la fiesta visual para las decenas de curiosos. Desde el primer camión, fue evidente el poco margen de maniobra que tenían los tractocamiones, y el primero de ellos, con sus ruedas traseras, desprendió uno de los pequeños pilotes que delimitan la banqueta y la calle. Las voces de “párate, párate” no se hicieron esperar, pero ya era tarde. Con todo y arrancón, el tráiler siguió su marcha.
Otro pilote salió despedido con el cuarto camión, y por fortuna no había nadie en su trayectoria. Ya arrancados de cuajo los ‘estorbos’, el resto de los camiones pasó sin más percances.
“Mire mamá, cuánto méndigo camión”, decía una joven mujer a una señora de avanzada edad, mientras que otro ciudadano se acercó a este reportero y le dijo: “qué te parece, ahora sí que los ricos también lloran”.
Qué pena que esa frase no la dijo cuando era oportuno. Pero a esas alturas, los empresarios iban ya muy lejos.
