En estos días se cumple el décimo aniversario de la muerte de Alejandro Topete del Valle. La fecha además de servir para recordar las aportaciones que realizó el cronista de Aguascalientes más célebre de las últimas décadas, abre la posibilidad de recordar que en este momento la ciudad capital y el estado en general carecen de un organismo público que promueva la historia y muy especialmente la crónica. Tal necesidad fue normada en su momento por el Poder Legislativo y acatada, pero necesariamente cumplida en todo momento, por el Ejecutivo
Hasta antes de la muerte el maestro Topete representaba la figura indiscutible de la historia local. Todo mundo acudía a su auxilio para reavivar el pasado histórico de Aguascalientes, comprobar la veracidad de algún dato y también para validar las efemérides de alguna conmemoración. El Cronista era también parte inconfundible de las ceremonias cívicas e inclusive presencia permanente en los presídium de la clase política.
Más allá de lo anterior, Topete daba conferencias, atendía a los turistas célebres y, claro está, departía en las mesas de la clase política nacional que por alguna razón visitaba el estado. Era importante saber por vía directa el origen y la antigüedad de la ciudad capital; verificar si era cierto o no la versión de que el beso otorgado al presidente Antonio López de Santana había servido para liberarnos de la tutoría zacatecana; para conocer la historia del PRI en el estado, o para enterarse si efectivamente habían existido Juan Chávez, los túneles y el supuesto tesoro acumulado, o si era simplemente una leyenda.
El Cronista de la ciudad era imprescindible para conocer los detalles sobre la vida de Ramón López Velarde, Saturnino Herrán y Guadalupe Posada; o para confirmar los nombres de calles y plazas de la ciudad, y también para validar si eran correctos los fechamientos de la plaza de toros, de la Feria de San Marcos o de alguno de los pueblos de indios en el estado. Tenía también los datos básicos de la Independencia de México en el estado y, desde luego los correspondientes a la Convención Revolucionaria, así como los detalles de barrios y parroquias de la ciudad y los municipios de la región.
Nadie o muy pocos cuestionaban su autoridad como conocedor de la historia o como representante de esta materia ante la clase política, académica local y foránea. Era visto de manera indiscutida como la fuente legítima del saber histórico, una fuente útil para todos, en todos los ámbitos y en todos los momentos.
A la muerte del profesor todo cambio. Primero el vacío de casi un año sin cronista. Luego la discusión pública en la que intervino el Congreso local para designar un nuevo cronista o dar el paso a un Consejo de la Crónica con el argumento de que se requería modernizar esta institución. Ganó la segunda versión. Se formó el Consejo de la Crónica con académicos locales. El Consejo en pleno cobro una dieta regular, apoyó algunas publicaciones, alentó la creación de un premio histórico por dos años y la difusión de un programa de televisión.
El entusiasmo inicial acabó pronto, justificado o no, con la actual administración del ICA. El hecho real y contundente es que nos quedamos sin Cronista y sin Consejo, o al menos sin un Consejo activo. Tal vez en el momento que más lo requerimos nos quedamos sin proyectos, sin premios y en general sin aliento por la crónica. Yo creo que la mejor manera de recordar a Alejandro Topete del Valle sería reanudar la existencia de una entidad que lo sustituya con la garantía de que no será un proyecto efímero ni personalista, sino una causa institucional, sistemática y permanente. La ley en la materia establece con toda claridad quién encabeza esta responsabilidad.




