La idea original fue de José Luis Quiroz, en ese entonces director del Museo ‘José Guadalupe Posada’. Un tipo reservado, de pocas palabras, muchos proyectos y de pocos amigos, pues siempre ha sido renuente a las mafias y camarillas hartísticas (de hartar), pero un verdadero conocedor de su oficio y de su museo. Quiroz siempre estuvo convencido de que el Museo debería contar con su propio taller de grabado y brillar con luz propia en el contexto de la estampa nacional. No se cruzó de brazos y con trabajo tesonero lo consiguió. Al poco tiempo y a instancias suyas, en el taller del Museo Guadalupe Posada comenzaron a imprimirse carpetas de grabados de artistas de la talla de Roger von Gunten (Envío para tres apariciones) y de José Luis Cuevas (Las violetas, con textos de Juan Carlos Quiroz), y luego más tarde carpetas de Vicente Rojo, Gilberto Aceves Navarro, José Fors, Leonel Maciel, Octavio Bajonero y algunos otros que escapan a mi memoria.
Grave y reservado como siempre, Quiroz llegó un día a la oficina. Y como siempre que requería de algún apoyo para el museo, con una mueca de sonrisa dibujada en su rostro, primero me soltó un puyazo y luego me propuso su proyecto. Una carpeta de grabado y un poema con el tema del Cerro del Muerto. El grabado sería del maestro Roger von Gunten y el poema de José Emilio Pacheco. “Yo ya convencí a von Gunten, ahora te toca a ti convencer a Pacheco”, me dijo. Y luego remató agrandando la mueca de su sonrisa: “De ti depende”. Un reto de suyo interesante, de los que impulsan a realizar gestión cultural. “Vale cabrón, acepto, ahora cada quien a lo suyo, a trabajar”, le respondí.
A José Emilio Pacheco lo conocía desde abril de 1993, así que me animé y le pedí a Elvira que me comunicara con el poeta. Una vez al teléfono, le expuse la trascendencia -para nosotros- del proyecto a realizar al alimón con Roger von Gunten, le hice saber lo honrados y agradecidos que nos íbamos a sentir los aguascalentenses si él accedía a escribir un poema sobre el Cerro del Muerto, y por lo tanto, amable y amigablemente se lo solicitaba. “Nunca he escrito un poema por encargo, no sé si funcione, pero por tratarse de Aguascalientes, de mi amigo Otto Granados y de ti, lo voy a hacer. Tengo que ir a tu tierra, tengo que conocer de cerca el Cerro del Muerto, así que ¿cómo le hacemos?”, me respondió. ¡Ups!
Temprano, una mañana de un día cualquiera de 1997, por avión, el poeta José Emilio Pacheco llegó a Aguascalientes. Después de hospedarlo, Armando Alonso –otro poeta-, JEP y yo nos fuimos a las faldas del Cerro del Muerto; caminamos largo, hasta el cansancio propio de nuestra condición de urbanitas, disfrutamos del paisaje matutino y cenital charlando, con el sol a plomo y sudando las cervezas que todavía no tomábamos; cuando ya se habían cruzado las manecillas del reloj nos refugiamos en un restaurante a pié de carretera, pero con una vista espléndida del cerro. Almorzamos (carnitas, chicharrón, quesadillas, frijoles refritos, huevos revueltos, totopos, tortillas hechas a mano, salsas picosas), tomamos cerveza y charlamos de todo: del Cerro del Muerto, de la poesía latinoamericana y mexicana, de Octavio Paz, de la revista Proceso y de su mítico Inventario, de la desconocida vida cotidiana de los escritores; Armando aprovechó la ocasión y tallereó su producción lírica: temas, tonos, ritmos; al amparo del paisaje, Pacheco, entre amigos, le ofreció una cátedra de Poética; un servidor, neófito en esos menesteres, permaneció callado, asombrado y con la boca abierta. Por la noche lo llevamos al antiguo, incómodo e íntimo antro cultural de La Querencia (calle Condell); José Emilio, de muy buen comer, devoró cuanta botana nos ponían en la mesa Gabi Ruiz y Memo Cebreros. Noche de bohemia, noche de amigos. ¿Y el poema? Va:
Cerro del Muerto
José Emilio Pacheco
Su verdadera lengua es el silencio. Dialoga con la noche una clave ignorada. Desde todas las calles de la ciudad se ven a la distancia su alto perfil inmóvil y su invisible mortaja.
Nadie sabe qué guarda en su interior: ojos de agua, tesoros, ríos subterráneos, cavernas. Está lleno de enigmas y de fantasmas. Ante él somos espectros, nubes sin cuerpo.
A nuestra fugacidad opone lo eterno. Convierte en hierba luminosa el desierto. Se alza en el aire, ocupa el horizonte, flota entre luces en el mar del viento.
Cuando el sol se derrumba lo envuelve en fuego. Su cuerpo se hace llama y entierra el día.
La ciudad cambia siempre, no vuelve nunca. Sólo el Cerro del Muerto permanece inmutable.
Teje con piedra y polvo el recinto sagrado de algo que no sabemos. Se levanta
desde el principio o desde algún cataclismo. Acaso en él se encuentran los sepulcros
de quienes combatieron hasta el final por su tierra.
Estaba aquí cuando aún no éramos,
seguirá cuando ya no estemos.
El jueves de la semana pasada, José Emilio Pacheco fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, que otorgan la Universidad de Salamanca y la Familia Real de España. José Emilio Pacheco quedará para siempre en la memoria del Cerro del Muerto, nuestro cerro. Gracias José Luis.
Pilón. Fruto del temor y del aislamiento al que nos sometió la polémica influenza AH1N1, en un acto de contrición devoto y sincero (como no lo había hecho desde que hice la primera comunión), he decidido de aquí hasta la sepultura portarme bien y ser un buen ciudadano, sumiso, callado y obediente. De aquí en adelante prometo ser políticamente correcto y ya no criticar más ni hablar mal del señor gobernador Ing. Luis Armando Reynoso Femat, ni de su hermana la educadora y licenciada Lourdes Reynoso Femat, es más, alabo su decisión de no privarnos de su doctoral sabiduría al negarse a renunciar a su honorífico cargo. También me comprometo a ya no cuestionar ni molestar a los inteligentes miembros de su gabinete y sus dependencias, en particular a su Coordinadora de Comunicación Social y a los Directores de Cultura y Educación; aunque me cueste decirlo, mi desconocimiento de lo que son las políticas públicas y mi mala fe tenían cegado mi entendimiento, sin embargo, ahora humildemente reconozco su entrega, su eficacia y su eficiencia. Asimismo, y por añadidura, hago extensivo este reconocimiento a todos sus incondicionales y fieles colaboradores, así como a los expertos y desinteresados asesores y consejeros que los rodean. Así sea. n
