El efecto mediático de la campaña por el “voto blanco”, sin lugar a dudas tendrá los resultados que el gobierno usurpador ha calculado en su estrategia electoral para paliar el descrédito y la falta de legitimidad que Felipe Calderón Hinojosa no ha podido combatir desde la usurpación. Ni la militarización de la seguridad pública ni las medidas de salvación nacional implementadas contra la “pan…demia de la influenza” pudieron sacudir la conciencia nacional para que el pueblo reconozca la gestión del pelelato. El duopolio televisivo por su parte ha tomado venganza contra los políticos en virtud de las grandes sumas de dinero público que les dejaban las campañas electorales. La guerra sucia para que la ciudadanía “tache toda la boleta para anular su voto” está siendo promovida de manera velada o abierta por estos medios de comunicación electrónica que vieron afectados sus intereses por la reforma electoral que les canceló las jugosas ganancias que por transmisión de spots cobraban a los partidos políticos y que ahora tienen que otorgar por ley gratuitamente al IFE. En franco revanchismo ahora guían el debate a favor del voto blanco con su fabuloso poder blanqueador, ayer de dinero y hoy de sufragios que muchos tontos útiles están alentando sin ver más allá de sus narices. Sin profundizar en las razones de sus defensores o detractores, nadie puede negar que la abstención y el voto en blanco otorgan ventaja a los partidos en el poder porque no les resta número de diputados, ya que las curules en el Congreso se adjudican por votos válidos emitidos. Con los niveles históricos de abstencionismo y con el voto blanco o nulo los partidos mayoritarios seguirán conservando los mismos escaños, de ahí que el voto blanco no resuelve el problema de fondo de nuestra incipiente democracia.
El fenómeno del abstencionismo da significado a la no participación en algo a lo que se tiene derecho, por lo que dicho concepto califica el comportamiento político de aquellos ciudadanos que optan por no manifestar su parecer en los procesos electorales sobre los que se fundan la mayoría de los sistemas políticos contemporáneos.
Bajo este contexto, el estudio del abstencionismo no puede reducirse a la simple visión voluntarista para medir este fenónemo sociológico desde la perspectiva del voto blanco, sino que debe tener en cuenta aquellos factores técnicos o de otra índole que influyen en dicho comportamiento, así como también debe reparar en las interpretaciones que del fenómeno se dan. La abstención entonces se configura como un elemento difícil de determinar por lo volátil de los factores que influyen en dicho comportamiento, sean desde su concepción metodológica técnicos o forzosos, sociológicos o políticos. Valga acudir al Diccionario Crítico de Ciencias Sociales de Joseph Maria Reniu i Vilamala para encontrar la definición de estos conceptos: “La abstención técnica o forzosa hace referencia a aquellos ciudadanos que no pueden ejercer su derecho al voto -no pueden participar- por una serie de factores que pueden resumirse en defectos del censo, cuya dinámica es fluctuante pero con tendencia a medio plazo decreciente a raíz de la progresiva informatización de sus procedimientos de elaboración y modificación; enfermedad o incapacidad, factor que se mantiene constante en términos estadísticos; distancia de las casillas electorales, aspecto de dinámica decreciente pero con tendencia a mantenerse constante debido a la generalización de las facilidades de locomoción, y por razón de desplazamientos, sean éstos laborales / profesionales o por ocio. En cuanto a la abstención sociológica, ésta se configura como aquella derivada de situaciones de aislamiento geográfico (parecida a la parte forzosa) o social (grupos marginados del sistema), así como también aparece caracterizada por corresponderse con situaciones de desinterés por la política. El rasgo básico con el que se califica dicho tipo de comportamiento abstencionista es de la pasividad del mismo, a diferencia del tercero de los tipos, el abstencionismo político o activo que es el que centra el interés de los estudiosos de la materia en tanto en cuanto que se configura como un vehículo de expresión del descontento, de la desmotivación o, según las interpretaciones, de la aceptación y consentimiento de los gobernados respecto de los gobernantes.”
Quienes hablan de que el voto blanco es democrático, desinteresado, responsable y que además es una protesta legítima ante el secuestro de la democracia por políticos, partidos y programas son los mismos que buscan fundar el “partido abstencionista” para complacer a la Derecha Usurpadora y su partido reeleccionista con el discurso de la anti-democracia y asumir de facto la mayoría aplastante que configura el voto ausente que caracteriza la pobreza de nuestro sistema político mexicano.




