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viernes, diciembre 5, 2025

De la crisis que vino de fuera y la mentira como forma de hacer política

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No es Felipe Calderón un personaje que genere grandes rechazos. De hecho, siempre sostuve que la única razón por la que no voté por él en el 2006 eran los intereses a los que representaba. Especialmente, los poderes fácticos dominantes de la esfera pública en México (con gran ascendencia en todos los partidos políticos) y el caso particular de Elba Esther Gordillo, autora intelectual del virus de la influencia AHLNL.

Pero la trayectoria de Calderón había sido admirable, aunque las personas cargadas de prejuicios en su contra se resistan a aceptarlo. Su formación académica, y su paso por la Escuela Libre de Derecho, el ITAM, y Harvard, eran credenciales suficientes para su irrupción en el concierto político. Su currículum ideológico-partidista, pasaba por su afinidad a Carlos Castillo Peraza, y su recorrido por las carteras más importantes del CEN panista: secretario de Estudios, secretario (fundador) de Acción Juvenil, secretario General y presidente.

También tuvo una carrera legislativa brillante. Asambleísta del DF, luego de haber ganado una elección por mayoría; dos veces diputado federal. Y pertenecía a una tradición de lucha opositora, heredada de su padre, y que parecía haber sido contrastada en su fallido intento de ser gobernador de Michoacán y en otras experiencias políticas.

Sin embargo, la chispa de Calderón desapareció en el segundo trienio del sexenio de Fox. Fue nombrado director general de Banobras, donde no echó raíces, y tuvo también un paso fugaz por la Secretaría de Energía. La confrontación abierta con un presidente desgastado y distanciado de su partido, y la reivindicación de principios democráticos (pese a contar con aliados no precisamente democráticos) lo volvieron un candidato atractivo para muchos.

Pero su gobierno ha estado caracterizado por una terrible distancia entre el discurso oficial del jefe del Ejecutivo, y la realidad social. La polémica forma en la que llegó a la presidencia, al parecer, lo vacunó contra todo tipo de crítica. Como siempre fue cuestionado por los “pejistas”, toda aproximación crítica a su gobierno debería venir de alguien del PRD, como se lo espetó públicamente a la reportera de La Jornada, Claudia Herrera, en Uruguay, el pasado 15 de agosto.

Aquél Calderón que interactuaba con los líderes más respetados del panismo, y que impulsaba posiciones legislativas combativas, se convirtió en un gobernante rodeado de burdos incompetentes, como Juan Camilo Mouriño, César Nava y Gerardo Ruiz Mateos, y en un gobernante con un desprecio exacerbado por los otros Poderes. La designación del siempre displicente Gustavo Madero como líder del Grupo Parlamentario del Senado revela a un Ejecutivo autoritario y poco abierto a la deliberación.

También Acción Nacional se convirtió en un estorbo. Puentes políticos que siempre tendió a hombres admirables como Javier Corral, fueron abruptamente rotos en nombre de la lealtad perruna. En el gobierno, la visión del “haiga sido como haiga sido” se ha instalado como máxima. Si el país atraviesa la era más crítica en materia de justicia y bienestar que se recuerde en el último siglo, basta con fabricar tretas de una supuesta valentía presidencial y con explicar que la crisis económica “vino de fuera”.

Sobre el combate al crimen organizado “a balazos”, ya hemos comentado en anteriores entregas. Incluso, también se han referido a él editorialistas de La Jornada Aguascalientes y de la edición nacional. Sobre lo segundo, ha faltado ahondar para descubrir la mentira, y quiero explorarlo en honor del tercer informe de gobierno del presidente de facto.

Nadie en su sano juicio podría negar que esta crisis económica que vivimos no la provocó México. Pero de ahí, a aprovecharse del poco conocimiento sobre economía que prevalece entre la gente, y decir que “no estamos tan mal como otros”, o que “hemos sorteado bien la crisis que vino de fuera”, hay una distancia abismal.

Si usted conoce de economía, debe de saber que la balanza de pagos, y el estado de la cuenta corriente, es uno de los indicadores más importantes que un país pueda tener. Es una especie de chequeo general de la salud de una economía determinada, sin importar si se parte de que esa economía sea poderosa o no (como una persona podría ser grande, chica, gorda o flaca, y asistir al mismo tipo de chequeo).

Pues bien: el déficit en cuenta corriente de nuestro país ha tenido graves incrementos en los últimos meses, debido, especialmente, a nuestra falta de capacidad para generar riqueza y ser competitivos en el mercado mundial. La última medición de la que disponemos arrojaba un déficit en cuenta corriente del orden de 2.7% del PIB. Entre las economías latinoamericanas de relevancia, sólo Colombia presentaba un déficit mayor. Venezuela, Argentina, Brasil y Chile, de hecho, aparecen con bastante salud en este rubro.

Entre esas economías somos, también, la que tiene un déficit mayor en lo que se refiere a la balanza comercial. Es decir, somos uno de los países latinoamericanos que depende en mayor medida de las importaciones. Tal vez la gente común pueda pensar que eso se deba a la intensidad con la que nos relacionamos con Estados Unidos, pero es exactamente al revés. Nuestros intercambios comerciales con EUA arrojan un superávit, no un déficit.

Eso, al compararnos con Latinoamérica, y sin tomar en cuenta otras mediciones con países de Europa Occidental, Europa del Este y Asia que han tomado mejores decisiones en las últimas décadas, en los últimos años y en los últimos meses.

En crecimiento económico, que es un indicador que se difunde con mayor frecuencia, por su relevancia generalizada para el conjunto de las personas, andamos peor que mal. Mientras los expertos pronostican un decrecimiento de más de 7% para este año, Brasil, Chile y Colombia tan sólo tendrán un crecimiento negativo de alrededor del 1%. Ni siquiera Alemania y Japón, con fuerte dependencia de una de las industrias más golpeadas por la crisis (la automotriz), o Sudáfrica, que no es precisamente un país de primer mundo, decrecerán tanto como México. Ni qué hablar de Estados Unidos, que tendrá una contracción de sólo 2%, pese a haber sido el país de origen del malestar, o de China, que pasará de largo por este negro episodio de la economía mundial, con un crecimiento del PIB de 8% en 2009.

Y en indicadores en donde la mentira se termina de caer, es en aquellos que nuestros gobernantes nos han colocado como los más representativos de la “estabilidad” de los últimos años. Tal es el caso de la inflación, que en México rondará los 6 puntos porcentuales este año; una cifra similar a la de los criticadísima fórmula “no ortodoxa” de Argentina, y mayor a la de Brasil, Colombia y Chile. La inflación, que supuestamente es uno de los defectos del modelo chino, tampoco será mayor a 6-7% en ese país. Mientras en el mundo se construyen formas de enfrentar la crisis, nosotros nos aferramos al más ramplón de los monetarismos, y lo hacemos, básicamente, por una restricción legal que tiene atado de manos al Banco de México, y que fue una ocurrencia de los tecnócratas de la década pasada.

Si la macroeconomía le parece poco, aquí le va un pequeño dato microeconómico para que dimensione la realidad que vive México, en términos de poder adquisitivo: mientras un habitante de Sao Paulo tiene que trabajar, en promedio, 40 minutos para comprar una Big Mac (la hamburguesa más famosa de Mc Donald’s), una persona que viva en la Ciudad de México tendrá que trabajar 130 minutos, en promedio, para poder comprar el mismo alimento. En ese terreno, del poder adquisitivo, estamos mucho más cerca de países como Indonesia o Kenia, que del resto de Latinoamérica. (Ver la última edición de The Economist).

Después del breve repaso ¿Qué es lo que tenemos que celebrar? ¿La decadencia? ¿Qué “nos hubiera ido peor” con López Obrador? ¿Qué el régimen político ha entrado en crisis por el abuso sobre las instituciones electorales de poderes fácticos y poderes constituidos?

Patético y prematuro fin el que ha tenido la meteórica carrera política de Felipe Calderón.

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