n diciembre del 2006, un Felipe Calderón débil por la forma en que escaló al poder, intentando fortalecerse, tomó la funesta decisión de iniciar una guerra que, por estar enderezada contra su propio pueblo, sólo puede calificarse como guerra civil.
En su edición número 1574 del 31/12/2006, la revista Proceso me publicó la siguiente carta:
“Entre la infinidad de órdenes ociosas pero espectaculares que de acuerdo con su modo gerencial de entender lo ‘ejecutivo’ del poder dio Vicente Fox…, una de las primeras -en Tijuana…- fue la de suprimir el narcotráfico en el perentorio término de seis meses… Los resultados están a la vista… en todo el país.
“Hoy por hoy, Felipe Calderón se ha metido en el mismo callejón sin
salida… sin tomar en cuenta ya no las lecciones de la historia, que
sería mucho pedir, sino por lo menos la experiencia en la cabeza ajena
de su antecesor.
“No se necesita ser adivino para saber que en breve tendremos a la
vista los mismos contraproducentes resultados, porque no… es por el
costoso y fracasado camino de la fuerza bruta donde se encontrará la
solución del problema.”
A casi tres años de distancia, mi pronóstico está más que cumplido:
en el sexenio de Fox fueron asesinados 6 mil mexicanos en esa lucha
absurda. Calderón ya acumuló más de 14 mil -aún más sanguinarios- en
menos de estos tres años; y mientras la crisis hace estragos en las
clases más desprotegidas por la pérdida de fuentes de trabajo, que en
lugar de crear ha cancelado el “presidente del empleo,” y se socavan
los presupuestos de sectores fundamentales como salud y educación para
sostener entre otras fuerzas más de 40 mil soldados movilizados
anticonstitucionalmente, aumentando el gasto de “seguridad” casi en un
60% (sólo en lo que va del presente año ascendió a 104,907 millones de
pesos); la incautación de cantidades espectaculares de drogas ha
incrementado notablemente sus precios- pero a pesar de ello el número
de drogadictos aumentó en lugar de disminuir, al tiempo que también se
intensificó la violación de los derechos humanos, la corrupción, etc.,
al grado de que en el Congreso estadounidense se calificó a México como
“Estado fallido” y el propio presidente Obama comparó cáusticamente a
Calderón con Elliot Ness.
En síntesis, la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia
calificó como claro fracaso la guerra contra el narcotráfico; pero
Calderón, pertinazmente, quiere no sólo recrudecerla sino hasta
heredarla.
El nacionalismo mexicano
El nacionalismo mexicano, incubado durante tres siglos de mestizaje
colonial (que adquirió su forma inicial en la morena virgen María
Guadalupe Tonantzin: tres contenidos culturales -judeolatino, árabe y
náhuatl- reunidos en una imagen sincrética, símbolo utilizado por
Miguel Hidalgo para representar el ideal de nuestra independencia),
adquirió personalidad internacional con la expulsión del imperio
francés y se consolidó con la máxima expresión revolucionaria: la
expropiación petrolera, en tanto se fomentaba el sentido de pertenencia
a una nación superior: América Latina.
El neoliberalismo
Eso era más de lo que podía tolerar Estados Unidos -nuevo imperio
surgido de la Segunda Guerra Mundial- que intervino de inmediato,
encontrando campo fértil en el gobierno de Miguel Alemán (1946-1952);
la contrarrevolución empezó a infiltrarse en el gobierno, hasta que
otro Miguel (de la Madrid) impuso de plano el neoliberalismo en 1982,
iniciando la rapiña del patrimonio nacional acumulado hasta entonces,
entregado en su gran mayoría y a precios de ganga, en las garras del
capital extranjero.
Dóciles desde entonces a los dictados del imperio financiero
internacional, los gobiernos mexicanos le dieron la espalda a su
pueblo, aplicaron sumisamente la política privatizadora impuesta desde
Washington y han sido fieles promotores de su proyectado Mercado Común
Panamericano que, sumado a la función política de la Organización de
Estados Americanos (OEA), fortalecería económicamente su “ministerio de
colonias”.
Afortunadamente, surgió la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR),
que suplió el perdido liderazgo mexicano, para impedir tal
despropósito.
Pero como siempre hay una manzana podrida, el mayordomo colombiano
ha acatado la instalación de nada menos que siete amenazadoras bases
militares estadounidenses en ese país, precisamente con el pretexto del
combate al narcotráfico.
La guerra de Calderón está inscrita como un peón en el ajedrez
hegemónico con la que el Imperio amenaza a América Latina mediante el
“Plan México” (camuflado luego como “Plan Puebla-Panamá” y ahora
“Iniciativa Mérida”) copia fiel del siniestro “Plan Colombia”, en una
estrategia que tiene por objeto establecer un nuevo tipo de dictaduras
a su servicio, con apariencia democrática pero tan efectivas como las
de Somoza, Trujillo o Pinochet.
Los mexicanos con consciencia histórica y sentido de la dignidad
debemos impedirlo, colocando nuestra soberanía por encima de los
intereses del imperio y su tortuoso instrumento, la “lucha frontal
contra el narcotráfico”. n
Aguascalientes, México, América Latina




