La puerta está abierta; ayer en el añejo coso del barrio de San Marcos de esta ciudad capital, se dio libertad taurina a la campaña de novilladas que la empresa Espectáculos Taurinos de México ofrece al público como aperitivo de la feria abrileña.
El cartel se compuso con los nombres del tapatío Oliver Godoy, el del aguascalentense Gerardo Adame y el del francés Tomás Duffau, quienes estoquearon ganado de Peñalba, fracción de Bernaldo de Quiroz.
Y si la tarde la alumbraron Adame, Duffau y Camacho, fue porque el primero concretó dos faenas de distinto planteamiento para cosechar tres orejas, el segundo por haber caído de maravilla a los aficionados, pese a no empuñar apéndices al estar devastadoramente incorrecto con los aceros, gracias a su exquisito toreo, y el tercero –Edgar Camacho, aspirante a banderillero– porque durante toda la función manejó atinadamente su engaño, y clavó varios pares de banderillas con modos insuperables, lo que le desembocó en dos salidas calurosísimas al tercio.
Por su parte la ganadería de Peñalba no sacó mal balance; si bien desembarcó un encierro mezclado con ejemplares de varios tipos y tamaños —tres muy chicos—, en vista global se dejaron meter mano, sólo uno se escupió al sentir los filos de la puya, y varios tuvieron clase. Únicamente les faltó mayor raza para haber escrito en esta hoja un triunfo compartido con el criador Javier Bernaldo, a quien por cierto buena falta le hace en esta tierra.
Para levantar el telón, salió un bovino que en los tercios iniciales soseó en demasía, sin embargo en viendo la sarga, pese a que por momentos varios se rajó, le ofreció oportunidad al tapatío Oliver Godoy de plasmar momentos de buen toreo tanto por el flanco derecho como por el izquierdo, pues iba el animal con clase y sumisa obediencia; al final de sus diligencias le acortó distancias indebidamente el joven hasta en tres tandas, ahogando así al de lidia, pero lo mató de estocada desprendida y un descabello para ser requerido en el tercio a recibir cálidas palmas.
Una notada cualidad tuvo su segundo adversario, aunque demasiado dosificado de raza, y esa fue el buen estilo; ante él, mal no estuvo el tapatío, aunque si hay que hacer ver el pero de que fuera de muletazos buenos sueltos, jamás encontró la partitura para cristalizar una tanda bien llena de sustancia torera, y mucho menos para solidificar una faena redonda. Con dos espadazos, uno de ellos contrario, acabó la vida del manejable bóvido que por su juego mereció mucho más. Como tibia resultó la actuación del imberbe, tibias fueron las palmas que le otorgaron los del tendido.
Y Gerardo Adame sacó su capa de la espuerta para dar una muestra sensacional de quietud y mando, ejecutando como junco, primero una tanda de chicüelinas de recibo y después tres tafalleras y revolera en el quite. Aquello tuvo emoción en serio. Abotonó luego su primera intervención con una faena aderezada de la misa virtud que emanó al abrir el percal; su figura bien plantada en la litósfera torera, su temple, inteligencia y mando notados, ganó con arte a un novillo peligroso y rajado, que si metió bien la testa en varios muletazos, fue porque iba sometido al hechizo de los encajes de ese formidable engaño. La oreja que paseó en hilo de las tablas, fue mejor que bien ganada después que despachó al utrero con una estocada en cierto punto caída y delantera pero de consecuencias mortales rápidas, sin embargo.
De diferente tipo se tasó el trasteo a su segundo antagonista. Dentro de la buena labor capotera, vino una voltereta salvaje, afortunadamente sin percusiones lamentables, seguida de arrebatado quite por saltilleras. Con la sarga se observaron tramos atrabancados mezclados de algunos de muy apreciable toreo, quizá aquello en razón de un novillo que si bien, metió bien la cara en la bamba del engaño, quizá fue áspero porque le faltó un lancetazo más. Del modo que sea emocionó a los del graderío, y le otorgaron dio orejas tras su estocada caída de colocación, pero ejecutada con entrega.
La presentación del francés Tomas Duffau hizo gozar a los paladares delicados; apenas se acomodó y fraguó tres verónicas, otras tantas chicüelinas y tafalleras a son de música clásica. Su trasteo muletero fuer de una inmaculada estética; cada uno de los pases acompañados con su cintura, tomaron vida de piezas de alabastro con la mayor expresión de arte. El joven jugó como en un edén de ancestral y romántica tauromaquia, a la que sólo le faltó un novillo bravo y no un animalito inocente y por adorno débil como el que le tocó en el sorteo. El premio a esa entrega de toreo de honduras, clase y sentimiento, fue una clamorosa salida al tercio, pudiendo haber sido una oreja como mínimo si no haya estado a la mar de mal con la falange.
El europeo se entroncó luego en el anillo con el cierra plaza, un novillo que medio embestía de manera intermitente y que de forma pronta se amparó en el tablero. Esto no fue obstáculo para que al joven galo se le viera un excelente quehacer con el percal y un afán estupendo con la muleta. Nuevamente se desentonó con la toledana y acabó con su enemigo de una estocada pasada de colocación no sin antes haber pinchado en dos ocasiones.




