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viernes, diciembre 5, 2025

En defensa de las personas que no bailan (el caso de las reuniones sociales)

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Hace poco encontré en mi biblioteca personal un libro que había olvidado que tenía, cuyo título me llamó la atención por su carga de humor y por su pedantería: Los tipos duros no bailan de Norman Mailer. En una entrevista el autor norteamericano mencionó que para bailar se requería de ser feliz y que para ser feliz había que ser demasiado tonto; que por eso era escritor y, en suma, que la felicidad no daba historias; puedo asegurar que se refería a esta obra; aunque desconozco la trama de la historia y si en verdad hay un tipo que se niegue a bailar por su condición de “duro”; pero lo que me ha sugerido dicho título es sobre lo que quiero escribir: una defensa en nombre de todas aquellas pobres personas que no les gusta bailar. 
Hay ciertos eventos sociales que uno puede rechazar sin incurrir en una falta de respeto al anfitrión -o anfitriones; pero hay otros que indudablemente tienen que ser aceptados; tal es el caso de las bodas. Para mí es un tema serio y preocupante pero más adelante diré por qué. 
Lo primero que me inquieta un tanto es argumentar una opinión que a las personas que bailan les satisfaga. Porque justamente son ellas las que atosigan y, en cierto modo, fastidian a la persona que no lo hace; lo cual se convierte en una clara presión psicológica y social -acaso también un ejercicio de abuso de poder. No me meteré, por ahora, en cuestiones que toquen estas dos ramas, sólo trataré de opinar sobre lo que creo que es la razón por la cual ciertas personas no tienen el gusto de moverse con un ritmo que corresponda a cierto tipo de música. 
Para empezar, una aclaración: con ‘la gente que no baila’ me refiero a aquellas personas que no tienen el hábito de comunicar su felicidad -o nostalgia, depende- a través de un lenguaje corporal. Ahora bien, es inevitable mover el pie cuando una canción de, digamos, Led Zeppelin suena en algún bar; pero eso yo no lo entiendo como bailar, sino como una expresión de aceptación tanto del ambiente como del grupo o intérprete; además de que resultaría rarísimo que sonara LedZep en una boda, así que vamos al grano. 
Ocurre una situación un tanto complicada: la persona que no baila digamos que gratamente asiste para felicitar a una o varias personas. Este es el propósito principal, las demás posibilidades me parece que quedan absolutamente colocadas en un nivel secundario. Pues bien, cuando se acaba la cena y las palabras entre los amigos de la mesa se tornan insoportables, llega la música, y con ésta, el baile. Por lo regular un amplio número de los invitados va a bailar y esto está muy bien, pero, ¿por qué presionar a la persona que no quiere hacerlo? Ojalá Teun Van Dijk -un espléndido analista crítico del discurso- dedicara un par de páginas a este fenómeno.  
La persona que no quiere bailar tendrá, estimo, unas cuantas razones más que justificables para no levantarse de su asiento: no le gusta la música; no le gusta el ambiente; y el mejor argumento de todos: no le sienta bien bailar. ¿Por qué? Razones pueden ser muchas, las más importantes, creo, son: no se siente a gusto, no le gusta la presión, no le gusta que lo observen, se abochorna; en suma: se considera incompetente para bailar. 
Para evitar esa sensación de no saber qué hacer, lo mejor será, ni modo, mandar una carta a los novios, a los graduados, etc., felicitándoles por tan bonita ocasión pero que dados los prejuicios -y un poco de conocimiento- será mejor no contar con su presencia. Evidentemente esto es imposible de hacer por las reglas de conducta políticamente correctas que existen en nuestra sociedad; más no por eso es mala idea… para mí. 
Supongo que las personas que no bailan en este tipo de reuniones es porque tienen un respeto por la música; es justamente por esto que sí bailan cuando van a un concierto de alguno de sus artistas predilectos. Es decir que si no bailan en la boda, es porque es mucho pedir que vaya su grupo favorito a tocar a ésta y, encima, no les gustan las cóvers mal interpretados -que es lo que ocurre siempre en todas las bodas. Lo cual me lleva a otra cuestión: ¿Por qué las bodas en México son tan desagradables musicalmente hablando? 
Creo que alguna vez escuché que una pareja se casó con música de Sigur Rós, aquí en Aguascalientes. Si esto se llevara, en realidad, a cabo, sería atípico y muy grato, pero sólo para las personas que nos azotamos y deseamos otro futuro para las bodas ya que -y aquí está lo serio y preocupante- me han invitado a una el próximo sábado e iré a felicitarle, a cenar, tal vez beber un poco y quejarme de la mala música. Y no, no bailaré. 
[email protected] www.mexicokafkiano.com 

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