Por un lado
Friz Freleng fue un hombre perseverante. Entre las décadas de 1940 y 1980 participó como guionista, dibujante y productor de cientos de dibujos animados. Su trabajo se desliza desde Silvestre y Piolín hasta la Pantera Rosa; desde la MGM hasta su propia empresa —DePatie-Freleng—, pasando por la Warner Bros. Sin embargo, trabajar sin descanso habla más de constancia que de perseverancia; quizá podríamos pensar que entre una compañía y otra, entre un personaje y otro, Friz abandonó ideas, sustituyó conceptos o, incluso, traicionó sueños. Pues no. Si algo caracteriza a Freleng es, repito, la perseverancia. Una y otra vez le recetó a su público las fórmulas que lo hicieron famoso. En 1956 (“Two Crows from Tacos”), un par de cuervos “mexicanos”, José y Manuel, intentan atrapar un chapulín; ambos son tontos, ambos llevan sombrero de ala ancha y, antes de percatarse de la presencia del insecto, descansan sobre un árbol cantando una incoherente canción ranchera (…si habla muchacho casa mañana grande…). México es una ranchería abandonada llena de sahuaros. En 1959 (“Mexicali Schmoes”), dos gatos, también “mexicanos”, José y Manuel, intentan atrapar a Speedy Gonzales (sic). José y Manuel los gatos, cantan la misma canción que José y Manuel los cuervos; viven una aventura idéntica y su contexto es el mismo: México y su inexorable paisaje de sahuaros. Por si alguien dudara de las firmes convicciones de Friz Freleng, en 1969 (“Serape Happy”), Pancho y Rancho, ahora sapos “mexicanos”, buscan atrapar —por favor note la inventiva— un chapulín.
Pero no nos ofendamos aún. Esta manera de ver a los mexicanos no es por completo un regalo extranjero. Nosotros hemos contribuido con nuestro granito de arena y hemos generado más de una pareja de alegres personajes sombrerudos, flojos y jocosos. Chano y Chon, de los Polivoces, fueron modelo por años de cómo debíamos burlarnos de nosotros mismos; Huarachín y Huarachón son orgullosos continuadores de la tradición. Y no olvidemos a Pituca y Petaca, entre muchos otros.
Por el otro
Invasion of the body snatchers (1956, Don Siegel) es una película de ciencia ficción con una premisa terrible: por las noches, invasores extraterrestres sustituyen a nuestros seres amados; dormir significa ser reemplazado. Tú sabes que tu tío ya no es tu tío; pero luce tan parecido, nadie te cree. Ahí está tu madre, estás seguro, pero no la reconoces. Poco a poco tu mundo es suplantado por otro falso, idéntico pero sin sentimientos. La idea (versión artística del síndrome de Capgras) es tan atractiva que saltó de la literatura al cine y, de ahí, otra y otra y otra vez, al cine.
Tres campañas publicitarias bicentenarias, lindas y coloridas, se pasean por las pantallas. El gobierno de México nos recuerda, y le recuerda al país, que somos (y es) “esas primeras vacaciones en la playa”, “cada paso para llegar al trabajo” o, incluso —en un desplante de ambición—, “tantas cosas”. El Canal de las Estrellas, en la más pura tradición de sus telenovelas y anuncios con Eugenia Cauduro, adhiere a su constelación paisajes de Sinaloa, un caballo negro y una mujer guapa; una mujer guapa, unos chihuahuenses en calzón de manta y un tren turístico; una garza, gente en calzón de manta que se lanza al agua en Veracruz, música new age con marimba y, claro, una mujer guapa. El banco fuerte de México le regala a los clientes que hacen fila en sus locales imágenes de mujeres que trabajan en telares a la mitad de palacios coloniales y paisajes idílicos, además de una lista extravagante de calificativos para nuestros connacionales (del tipo “nadie tan honesto como un bajacaliforniano” o “nadie tan leal como un hidalguense”).
De alguna manera, las tres campañas proyectan México, o la mexicanidad, o algo por el estilo. Sin embargo, empatar cada paso que doy para llegar a mi trabajo con mi idea de país me resulta una metáfora suprema, inalcanzable, imposible. Tampoco reconozco a los duranguenses, ni a los chiapanecos, ni a mí mismo, en los inexistentes mexicanos que presenta el gobierno federal. No sabía que las sinaloenses cabalgaban a pelo vestidas de largo entre las dunas. Y sigo sin comprender por qué nunca me enteré de que los hidalguenses son el non plus ultra de la lealtad en mi país. Es decir, ahí aparece México, estoy seguro, pero no lo reconozco. Ha sido suplantado.
Pancho y Rancho representan un estereotipo ante el que ni siquiera puedo sentirme ofendido. La simpleza con que algunos extranjeros y mexicanos están dispuestos a representarnos no es sino el reflejo de su entendimiento, el límite de su inteligencia. Además, lo menos que se le puede exigir a una caricatura es que caricaturice. Por su parte, las bienintencionadas campañas de orgullo bicentenario me ofenden aun menos porque carecen de sentido: su discurso es tan correcto, tan poco comprometido, ideológica y sentimentalmente, que resultan incomprensibles (…si habla muchacho casa mañana grande…). Hablan de un país tan poblado de sahuaros como el de Freleng.
La batalla entre sapos de sombrero y alienígenas suplantadores ha durado décadas. Quizá sería hora de ir preparando a un nuevo contrincante, esos dos ya están agotados. Además no resultará una locura apostar en esta ocasión por un ser humano, un peleador de la talla de, digamos, Guillermo González Camarena, Diego Rivera, José Revueltas, Octavio Paz o Mario Molina.
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