Haciendo cuentas, fue en La Habana, un amigo entrañable que hace poco falleció, Víctor Cruz Cruz, quien hace unos veintitrés años que me trató de iniciar en la “nueva” o “contemporánea” literatura rusa. Digo “nueva” en contraposición a los grandes clásicos rusos como Dostoievski, Bunin, Tolstoi, Shólojov, Pasternak, Brodsky, Mayakowski (el grande genio de la poesía soviética), Pushkin, Gogol, etc.
Conocí a Víctor por mero azar en las calles de La Habana cuando preguntaba a los locales por algún “paladar” dónde comer. (Los “paladares” son casas o departamentos normales donde las familias cubanas ofrecen a los turistas el servicio de comida, allí en sus moradas, por lo que son el lugar ideal para platicar y conocer la verdadera Cuba y las condiciones y sentires de ellos respecto a la situación de la isla. Uno como visitante obtiene la doble ganancia de una comida económica y casera, generalmente carne de puerco y el tradicional “moros con cristianos”, que no es otra cosa sino arroz con frijoles, y por otra parte el poder conocer a los lugareños en su propio ambiente y libres de la fiscalización de los Comités de Vigilancia, que no son otra cosa que ciudadanos que se la pasan espiando a los demás y tienen la obligación de reportar al Gobierno cualquier plática sospechosa o subversiva).
Víctor se convirtió así en mí guía, en mis ojos, a través de mi estancia en Cuba. Él, quien había colaborado directamente con Fidel Castro en el movimiento revolucionario, me mostró el antes y el después, los pros y los contras de la Revolución Cubana. Por ese tiempo, su esposa aún trabajaba directamente bajo las órdenes de Castro, por lo que su compañía facilitó las cosas para poder internarnos en una sociedad que no siempre está al alcance del visitante. Mi Cicerón me llevó a los principales museos y paseos turísticos de La Habana, y aprovechando el hecho de que por ese entonces yo usaba barba y soy de piel blanca, en varias ocasiones pasé por ciudadano cubano obteniendo grandes descuentos en los boletos y derechos. Porque en Cuba, igual que aquí y en el resto de Latinoamérica, los descendientes españoles suman buena parte de la población. Tuve la suerte de ir a los sitios donde asistían los cubanos en su vida diaria por esparcimiento y cultura. La Cuba no turística. Bailé en las bodegas improvisadas como salones de baile donde se bebe ron destilado caseramente y tocan las bandas locales, un par de tardes las pasé en clubes literarios y artísticos donde pintores, escultores y escritores se reunían, al amparo de la Vieja Habana, a ensayar sus propuestas y a deliberar los temas de su interés.
La literatura rusa que en mayoría llenaba las tres librerías oficiales de la Habana, y grande parte de las librerías no oficiales de la isla, era una literatura de propaganda para el régimen comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Incluso la literatura cubana impresa que allí se vendía era igualmente literatura de propaganda política. Pocos libros de autores latinoamericanos y únicamente, en esa época, Carlos Fuentes era el único mexicano en venta en La Habana. Y muy pocos escritores cubanos eran publicados. Me llamó la atención en una librería ver Las aventuras de Werner Holt, del escritor alemán del Este Dieter Noll, aunque la trama de los soldados que pierden la fe en el gobierno alemán por los crímenes que cometía la SS se toma como el ejemplo de la decadencia de los sistemas de occidente y su corrupción. Incluso en el prólogo de estas obras, por Webner Neubert, se menciona que el libro es de interés para las masas comunistas. Y junto a la obra de Noll, cantidad de títulos de la Editorial Progreso Moscú, como Río Sot de Leonid Leonov, famoso en la literatura rusa por su profundo análisis sicológico y su manejo plástico del lenguaje. Leonov es uno de los principales escritores del bloque soviético y su obra gira alrededor de las diferentes etapas del Estado soviético. Es, como casi todos los escritores rusos, una pluma al servicio del Estado, y aunque a los occidentales nos pueda parecer densos los entramados de sus personajes envueltos en la tristeza soviética, no son pocos sus aciertos en las tramas y en su desarrollo. El tono gris latente de Dostoievski inunda la obra de Leonov. No podía faltar la presencia de Alexander Adamovich que consagró su obra a los tiempos de guerra en los que Alemania trató de someter a Bielorrusia sometiendo a esta zona a la devastación. En la obra de Adamovich sobresale el espíritu heroico y de resistencia del héroe soviético, del pueblo heroico soviético que no se sometió ante el fascismo. Konstantin Pautovski, quizá el más occidental de los escritores soviéticos y el denominado heredero de Tolstoi, conduce su narrativa fuerte y escueta a través de las figuras de la novela costumbrista soviética, mostrándonos a través de sus escritos una gama de tradiciones y costumbres rusas. Sulakaúri, Bagandóv, Gladkov, Seifúlina, Malevosián, y muchos más son los grandes herederos de los gigantes rusos y vale la pena leerlos. Igual que la escritora cubana Ena Lucía Portela y al escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez. Literaturas que por poco familiares a nosotros, terminan enseñándonos mucho.
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