Una de las herramientas –quizá la más importante- utilizada por el Reino de Arabia Saudita para mejorar su posición en los ámbitos local, regional e internacional ha sido la conformación de un régimen de cooperación interestatal en el Golfo, un esquema de seguridad cuyo entramado institucional privilegie su liderazgo en la zona. Una materialización efectiva de estos esfuerzos fue la creación, en 1981, del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Esta organización –que integra a seis de las monarquías árabes: Arabia Saudita, Bahréin (cuya “h” intermedia se pronuncia como una “j” gutural), Emiratos Árabes Unidos (EAU), Kuwait, Omán y Qatar- surgió en un contexto peculiar, favorable a las pretensiones saudís. Por un lado, el grupo liderado por el Ayatolá Jomeini había logrado imponer su agenda en el Irán posrevolucionario y había proclamado una República Islámica bajo la idea del velayat-e faqih. Por otro lado, la invasión de las tropas iraquíes a Irán en 1980 había desatado una cruenta guerra que se prolongaría por ocho largos años.
Durante la década de los ochenta, las condiciones regionales provocaron la cohesión en el CCG y, consecuentemente, favorecieron la posición saudí dentro de esta organización. Sin embargo, en 1990, la nueva aventura militar de Saddam Hussein reveló la incapacidad del CCG para enfrentar las amenazas a la seguridad de sus miembros. Debido a ello, una coalición internacional -liderada por Estados Unidos- intervino en Kuwait, expulsó a las tropas iraquíes y restituyó al gobierno. Desde entonces, la capacidad de Arabia Saudita para hacer valer sus intereses dentro de esta organización se ha minado notablemente.
En años recientes, el contexto regional ha cambiado. Los estados más pequeños dentro del CCG han encontrado en Estados Unidos –al lado de algunos países europeos- un aliado confiable para enfrentar las amenazas militares. El desarrollo de instituciones estatales ha sido capaz de preservar la esencia de los regímenes y estos países han decidido sortear los retos a su seguridad fuera del marco de este esquema. La consolidación de la agenda estatal ha ido en detrimento de la preservación de los intereses saudís dentro de esta organización. Por lo tanto, las declaraciones hechas por el ministro de asuntos exteriores de Arabia Saudita la semana pasada, en torno a la necesidad de lograr una mayor integración dentro de este organismo, demuestran que este Gobierno no ha renunciado a sus añejos propósitos y que el CCG se está alejando, cada vez más, del prototipo ideal imaginado por el Reino.
La íntima vinculación entre los distintos niveles de acción del régimen saudí convierte a la consolidación del liderazgo de este país entre las monarquías árabes del Golfo en una necesidad urgente. La seguridad interior del gobierno saudí depende, en gran medida, de la supervivencia de regímenes comprometidos con el mantenimiento del statu quo en la Península Arábiga. Su lucha contra la República Islámica de Irán por la hegemonía regional puede ser alterada por un cambio en las percepciones e intereses de los pequeños países del Golfo. Asimismo, su importancia en el ámbito internacional está directamente relacionada con su posicionamiento regional. Por estas razones, la agenda de política exterior de Arabia Saudita ha incluido, como uno de los temas cruciales, la consolidación de su liderazgo dentro del Consejo de Cooperación del Golfo.
A pesar de ello, el funcionamiento, los propósitos y la dinámica actual en esta organización no son lo que el gobierno saudí imaginó hace treinta años. El CCG se ha transformado; ha pasado de ser una organización comprometida principalmente con la seguridad militar a ser el esfuerzo de integración económica más exitoso en el Medio Oriente. Dir’ al-Yazira (Escudo de la Península) –el brazo militar del CCG- a pesar de ser promovido por los saudís como un esquema de cooperación efectivo, no ha recibido mucha atención por el resto de los países. La firma de un Tratado de Libre Comercio entre Bahréin y Estados Unidos en 2004 y la renuencia de los Emiratos Árabes Unidos a formar parte de la unión monetaria demuestran la incapacidad del Reino para imponer la agenda económica. La diversidad en la relación de estos países con su vecino Irán, el creciente protagonismo de Qatar y EAU en el escenario mundial y su creciente influencia regional han socavado el poderío saudí dentro del CCG.
El deterioro del liderazgo de Arabia Saudita y las implicaciones de este proceso son un síntoma de lo que actualmente ocurre en el Medio Oriente. La presencia estadounidense en la región ha demostrado ser un arma de doble filo. Mientras que, en ciertos momentos, ésta puede beneficiar a sus principales aliados, en otros puede convertirse en un obstáculo para el logro de sus objetivos. Nuevos actores –estatales y no estatales- se han involucrado en el escenario regional con una fuerza inusitada. El futuro de esta zona no será el reflejo de las pretensiones de los poderes tradicionales solamente. Por último, en el Medio Oriente -como en cualquier otra parte del mundo-, las relaciones internacionales son un asunto cambiante y las alianzas entre Estados no se dan en función de coincidencias ideológicas, étnicas o confesionales, sino a partir de minuciosas consideraciones y cálculos racionales de balance de poder.
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