Papel de los debates para un voto informado
La forma de hacer campañas electorales está en evolución; hoy contamos con dos factores que propician dicha evolución y que demandan que los partidos políticos y sus candidatos, también evolucionen en su preparación profesional y disposición, para una campaña actualizada y moderna.
Los dos factores son: la cantidad de población de las sociedades, y el avance de la tecnología de los medios de comunicación. La población en México rebasa los 110 millones de personas, y su población en edad de votar va por los 80 millones; los medios masivos de comunicación, hoy en día, son las vías óptimas por las que la población tiene oportunidad de estar informada de la vida de la sociedad.
No es un hecho que se deje de lado, precisamente, que los jóvenes universitarios perciban que los medios de comunicación con cobertura nacional, hayan hecho un efectivo trabajo de difusión de imagen del ahora candidato del PRI a la Presidencia de la República, logrando la fijación peñanietista en un porcentaje tan elevado y fijo, como las encuestas se han encargado de medir y dar a conocer. Es un hecho que nos muestra el grado de importancia que tienen ahora los medios de comunicación para las campañas electorales.
De ahí la necesidad de evolucionar las formas de hacer campaña, con la participación de los medios masivos de comunicación, para que la población electora pueda conocer mejor a los candidatos. Es este conocimiento de los candidatos –indispensable para decidir el voto-, el que nos permite apreciar, básicamente, dos formas de caracterizar el voto: una es el voto informado, y, la otra, el voto no informado.
Aquí entramos de lleno al instrumento electoral de los debates; es claro que algunos candidatos y algún partido político, como el PRI, todavía se manejan con formas antiguas y ya rebasadas, de hacer campañas políticas que, después de todo, no muestran “de cuerpo entero” al candidato. Las imágenes en los espectaculares, en los camiones urbanos, en las noticias televisivos de eventos masivos y espectaculares, en realidad, no permiten conocer –no digo las propuestas, porque todos los candidatos, prácticamente, coinciden en ellas– la personalidad y el pensamiento político y de gobierno del candidato, y sí logran la fijación, no informada, de su imagen y su partido, en la mente del elector.
El debate no tiene una función primordial en su visión de campaña, como tampoco en sus estrategias de contacto con los ciudadanos electores; consideran que los discursos leídos, o la mera repetición de ideas generales sobre los problemas del país y sus soluciones, son suficientes para “darse a conocer”.
¿Por qué y para qué hacer debates políticos durante las campañas? De entrada recordemos lo que es debatir, según el Diccionario de la Real Academia Española: altercar, contender, discutir, disputar sobre algo; luchar resistiéndose, esforzarse, agitarse. Consecuentemente, debate es, según el mismo diccionario: controversia, contienda, lucha, combate.
El debate entre candidatos, por lo tanto, es el espacio idóneo para mostrar lo que piensa cada candidato acerca de algún tema o asunto, apreciar las diferencias entre ellos, y responder los cuestionamientos y las objeciones que, también, cada uno tenga de los otros; es ahí donde, sin más recurso que la propia visión y las ideas que se tienen de sociedad y gobierno, salen a relucir las armas de combate político-electoral que cada uno posee y utiliza.
El debate permite distinguir entre la mera propaganda partidista de un candidato, y la cualidad personal para actuar y manejar un gobierno; permite apreciar la diferencia entre leer discursos y repetir ideas, y mostrar el conocimiento de las realidades y los procesos que vive la sociedad. La mecánica del debate, por lo tanto, requiere de dos elementos: conocer los problemas de la sociedad, y armar y estructurar los argumentos explicativos de las soluciones y sus procesos sociales.
Continuemos con otra pregunta: ¿por qué rehuir, por tanto, los debates? Las respuestas nos llevarán a apreciar, precisamente, la condición política que tiene el candidato o el partido que evita debatir, o, aún todavía, el gobernante en turno.
El político que evita participar en debates puede dar a entender varias cosas que tienen que ver, directamente, con la visión que maneja de la democracia: que está tan seguro de sí y de sus ideas políticas, que no necesita que se las revisen los otros, y, menos, contrastarlas; que para su función política o de gobierno, no necesita de los otros ya que todo lo tiene bien; porque su concepto de uso del poder político es para sí mismo, y no para servir a la sociedad, por lo que no necesita que “le digan” las cosas; o, porque ve a los otros, como decimos comúnmente, “chiquitos y orejones”.
Puede ser, también, que el candidato que evita debatir lo haga porque confunde lo que es el debate; si por debatir entiende que se divide al país, que se despiertan los enconos, o se abre la puerta a la denostación o descalificación, o sería aceptar la llamada guerra sucia, sencillamente, ese político no va a debatir. El extremo de por qué un político no debate, puede ser porque se siente exhibido y mostrado tal cual es, y es razón suficiente para evitar debatir con otros candidatos.
En esta campaña electoral, que ha sido, afortunadamente, mucho más participada por los ciudadanos que las anteriores, ya tenemos a la vista la disposición de partidos y candidatos hacia los debates; es necesario estudiar, de manera particular, la posición que ha tenido el PRI y sus candidatos para evitar la participación en debates, como ha sido en Aguascalientes. Estudiar también el porqué el Gobierno del Estado no promueve los debates a través de RyTA, como sí sucedió en las dos administraciones anteriores.
Esta noche observaremos el segundo debate de candidatos presidenciales; será interesante registrar cómo lo hace cada candidato, para lograr que nuestro voto sea informado.
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