El sistema político israelí es tan complejo como interesante. Aunque el ejercicio de la autoridad recae en tres poderes, la rama legislativa desempeña un papel crucial. Ésta se compone de un parlamento unicameral –la Knesset (Asamblea)-, el cual es electo por un período de cuatro años, mediante un sistema de representación proporcional en un solo distrito plurinominal. Cualquier partido que obtenga dos por ciento o más de la votación efectiva tiene el derecho de participar en la repartición de los 120 escaños. La necesidad de crear gobiernos a partir de alianzas ha provocado la frecuente celebración de elecciones. Desde su fundación en 1948, el Estado de Israel ha tenido 32 gobiernos y 18 parlamentos. De estos, sólo dos han durado cuatro años.
La acción gubernamental en este país está acotada por el poder legislativo de manera considerable. Este órgano tiene la facultad de aprobar leyes, designar al presidente, dar el voto de confianza al gobierno, supervisar el desempeño del poder ejecutivo por medio del contralor del Estado. La Knesset puede también disolverse a sí misma, remover al presidente, destituir al primer ministro. Por ello, la interacción entre las distintas facciones al interior del parlamento es una de las variables más importantes en el análisis de la política exterior israelí.
En febrero de 2009, se celebraron elecciones legislativas en el Estado judío. A pesar de que el partido Kadima obtuvo el mayor número de votos, el Likud –que recibió 27 escaños (uno menos que el primer lugar)- fue el encargado de formar el gobierno. En marzo de ese año, la dirigencia de este partido anunció una alianza con los partidos Laborista e Yisrael Beitenu, entre otros. La coalición agrupó a 69 de los 120 asientos de la Knesset y designó a Benjamin Netanyahu, del Likud, como primer ministro.
Desde su ascenso al poder, el actual gobierno ha sido, además de intransigente en las negociaciones de paz, renuente a reconocer los derechos del pueblo palestino. Desde un inicio, el polémico ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Lieberman, del Yisrael Beitenu, se distanció del proceso de paz iniciado en 2007, con la Conferencia de Annapolis. El ministro de Defensa, Ehud Barak, ex integrante del partido Laborista, ha avalado la ampliación de asentamientos en los territorios ocupados y ha justificado la masacre hecha por el ejército israelí en contra de una flotilla humanitaria hace dos años. En septiembre de 2010, debido a la negativa del primer ministro a extender la moratoria en la construcción de nueva unidades habitacionales en Cisjordania, las negociaciones de paz fracasaron.
Los distintos grupos que conforman el gobierno en Israel tienen perspectivas similares hacia Irán. Esto ha permitido a Netanyahu construir una narrativa fatalista en torno al proyecto nuclear iraní. Según él, la seguridad nacional y la estabilidad regional dependen del éxito de la estrategia para evitar el supuesto desarrollo de armas nucleares en la República Islámica. De esta manera, el gobierno israelí ha justificado la promoción de sanciones a Irán, la contemplación de una acción militar en contra de este país, el rechazo a la creación de una zona libre de armas nucleares en la región.
El pasado ocho de mayo, después de haber vacilado con adelantar las elecciones de octubre de 2013, el primer ministro pactó la formación de un gobierno de unidad con el líder del Kadima: Shaúl Mofaz. La nueva coalición, que reúne a 94 de los 120 miembros de la Knesset y es una de las más grandes en la historia, causó asombro entre muchos observadores internacionales. Sin embargo, es difícil creer que este acontecimiento alterará la postura del gobierno israelí hacia dos de los temas más relevantes en su agenda de política exterior: la cuestión palestina y el proyecto nuclear iraní. Esto se debe a tres razones principalmente. En primer lugar, las decisiones hacia estos asuntos han sido, en gran medida, un reflejo de las convicciones personales de Netanyahu y de la línea de su partido. En segundo lugar, la actual faceta del Kadima presenta diversos rasgos de conservadurismo. Su líder es un político pragmático formado en los círculos militares israelíes y Tzipi Livni –una de las pocas voces moderadas dentro de la clase política de este país- renunció a su escaño hace algunas semanas. En tercer lugar, el Likud aún requiere del apoyo de los partidos nacionalistas y ortodoxos para mantener la mayoría en el parlamento.
Debido a lo anterior, el aumento de la reticencia a negociar con los palestinos y la profundización de la narrativa fatalista en torno a Irán son dos de los escenarios más probables en Israel durante los próximos meses. Por lo demás, la frustración del proceso de paz, la incapacidad de crear un Estado palestino y la amenaza de guerra continuarán siendo problemas latentes en el Medio Oriente.




