Dentro de la globalización parecemos adoptar nuevas formas de ver el mundo, de vivir, pero sobre todo, de pensar. Nos volvemos presa fácil de un fenómeno que desde mediados del siglo pasado nos rodea, persigue y persuade: la televisión.
Hemos tomado nuevas costumbres que se alejan de un valor en el sentido cualitativo de ser “humanos”; tal vez somos los homo videns de Sartori o unos zombis sin criterio que se alimentan de un entretenimiento poco productivo para el crecimiento social.
Eso no nos preocupa; lo que nos interesa es pararnos frente a la televisión varias horas al día, nos gusta enriquecernos con los reality shows, que muchas veces denigran la integridad del hombre; eso sí nos deleita.
La televisión no es un rival de la razón, es un avance, del cual hacemos un ocio poco productivo. La televisión se hizo para entretener. El problema es cuando se vuelve un factor que transfigura nuestro criterio o forma de pensar. “En la televisión las mentiras se ven mejor”.
Hoy, con Internet vemos una gran diferenciación con la televisión, pero el impacto comercial sigue siendo dominado por la televisión. Internet, si bien no es una fuente 100 por ciento confiable o segura, te permite de alguna manera tener un criterio más amplio.
¿Cuál es el impacto de la televisión? En materia política hemos visto un gran alcance, que claro, no siempre es el mismo, pero ha podido lograr que ciertos “votantes sueltos” o mejor dicho homo videns votantes, determinen su último criterio por lo visto en televisión. Incluso, menciona Sartori, no se necesita un partido fuerte para ganar una elección, basta con un buen y constante impacto por televisión y un partido ligero, o de dos patas, como el caso del italiano Berlusconi.
Los diarios y la radio se complementan: escuchar y leer. En la televisión nos enfocamos en una imagen que habla por sí misma; si vemos un hecho determinado se vuelve una realidad para nosotros, la televisión parece ser una fuente real y segura de conocimiento.
A pesar de esto, nos encanta opinar de lo que dice la televisión. Una cosa –dice Sartori– es saber, otra estar informado, porque estar informado no significa comprender y poder resolver.
¿Quién domina a quién? Sin que esta opinión parezca un embate contra la televisión, la cuestión es algo simple: la televisión no es un medio de conocimiento, es un medio de información (no del todo confiable), de entretenimiento; que ver no hace daño, lo que hace daño es no saber. Todo el mundo –dicen los profesores– quiere ver sangre (ajena) gracias al amarillismo, que es una influencia visual que daña y manipula masas.
¿Hemos convertido a la televisión en la voz del pueblo? ¿Cuántas veces algunos planes de gobierno se han modificado por la influencia o el chisme televisivo?
En el medio político nacional se vuelve fácil hacer ruido por medio de la televisión, con escándalos y dramas; esto es lo que quiere ver la gente, el chisme, cosa que inmediatamente hace tomar acciones a los gobiernos, ¡pero qué va a decir la gente!
La televisión es un entretenimiento del hombre, no su voz o su palabra, mucho menos su sentir.
Muchas veces la televisión nos da una información a medias, una información pagada, manipulada, y en el peor de los casos inservible.
Una forma productiva de aprovechar la televisión podría ser, por ejemplo, que antes de tomar una decisión en materia legislativa, se convocara a través de ella a producir una democracia más pura, pues lo que vemos es información: “se llevará a cabo tal reforma”, así de manera muy general se transmite por televisión, ¿pero qué es exactamente lo que se pretende reformar? ¿Para qué y por qué? ¿Sobre todo en qué consiste y en qué beneficia a la población? Meses o semanas después sólo vemos: “fue aprobada para ti X o Y reforma”.
Si nos preguntan ¿qué es la libertad? Seguramente pensaremos en la Estatua de la Libertad de Nueva York, pero no estamos pensando, estamos imaginando una estatua, creando una imagen no una idea.
¿Qué es entonces la libertad? Un concepto del hombre que a través de la historia ha tomado distintos rumbos, el cual hace apenas unos siglos no existía porque había esclavitud, monarquías absolutistas, y no había oportunidad de decir lo que te venía en gana o porque tal vez era contrario a una ley, una ley que no era la voluntad de la mayoría o era injusta; eso tal vez podría asimilarse a una respuesta cuando nos preguntan, o mínimo decir “simplemente no sé”. Pero lo que hacemos es pensar en el comercial o programa que habla de libertad, ¿cuál libertad?
La televisión debe hacer libre al hombre, no encerrarlo en el mundo teledirigido.




