El más reciente libro de Gabriel Zaid (Monterrey, Nuevo León, 1934), Empresarios oprimidos (Random House Mandadori, 2009), no es exactamente tan reciente, pero su actualidad y pertinencia lo vuelven lectura obligada para todo aquel que quiera entender un poco de economía de la mano de un poeta. Sí, así es, un poeta.
Se trata de una versión corregida y aumentada de Hacen falta empresarios creadores de empresarios (1995); la nota editorial abunda en los cambios de una versión a otra, por lo que no me detendré en eso, baste señalar que son 33 capítulos más sobre los 23 originales. Esto puede parecer impresionante, pero no tema el lector esperar un tabique inmaniobrable, sino un volumen ligero, ameno, cuyos breves capítulos (cada uno de ellos, en sí mismo, una prodigiosa pieza ensayística) operan bajo dos principios irrenunciables: demostrar y convencer.
Lo primero lo logra el autor a partir de una estrategia puesta en práctica en libros anteriores: cifras, datos, estadísticas, cálculos; todos ellos múltiples, abrumadores, contundentes. Lo segundo lo consigue con la seductora lógica de sus argumentos; con su asombrosa capacidad para explicar de manera simplificada los mecanismos de la economía en la práctica; con su estilo fresco y ágil, casi oral.
Este volumen sondea y recapitula varios de sus planteamientos dispersos en otras obras; sobre todo es una extensión de Los demasiados libros (1972), El progreso improductivo (1979), La economía presidencial (1987) y De los libros al poder (1988), todos ya reeditados e igualmente añadidos y modificados en ediciones ulteriores. Estos libros han ido construyendo, a lo largo de los años, las ideas que distinguen el originalísimo pensamiento de Zaid; todas ellas filtrándose, dialogando, complementándose unas con otras, relacionándose de formas inusitadas en un armonioso espectro intelectivo siempre dispuesto a sacudir nuestros prejuicios.
Desde el principio de Empresarios oprimidos, el lector debe percatarse de que cuando Zaid habla de empresario a lo que se refiere es a su ideal de empresario (que es más real que ideal): un emprendedor con muchas ganas e ingenio pero pocos recursos, que necesita solventar sus problemas económicos con poco capital pero aplicándolo lo más redituablemente posible para pagar su crédito, mantener su negocio, pagarle a sus dos o tres empleados y además obtener él una ganancia. Es decir, no se trata de un gran empresario, ni del dueño de uno o varios monopolios, tampoco del tipo con quien los gobiernos concesionan obra pública millonaria, o que pueda evadir impuestos creando fundaciones altruistas. Para Zaid el empresario deseable es el microempresario, el tipo del que más existe en México y que también es el más aprovechable.
En la primera sección se dedican a reconocer las cualidades de los microempresarios y cómo las dificultades que se les presentan existen porque cuando se piensa en empresario no parece que alguien con un puesto de tacos (la imagen favorita de Zaid) pueda serlo. Además, señala cómo el poseer y operar un medio de producción que sea en sí mismo barato, produzca objetos también baratos y genere posibilidades de progreso más al alcance de gente con recursos limitados, puede hacer la diferencia entre cambiarle la vida o no a esa misma gente, incluso más que estudiar y esperar a encontrar un empleo asalariado. De San José empresario (y ya no obrero) al modelo de Vasco de Quiroga, de la iniciativa de microirrigación de Paul Polak a la sagacidad de Henry Ford para diseñar su producto a partir del precio, de los medios de producción económicos a la ponderación de la cultura empresarial, Zaid defiende las posibilidades de impulsar una sociedad productiva a partir de un núcleo mínimo básico (como puede ser la familia), para la reactivación masiva de la economía a partir de oferta y demanda en pequeña escala, y por consiguiente de competencia leal, alta productividad, solución al problema del empleo, un mercado más dinámico, y la posibilidad de crecimiento económico sin precedentes.
En el siguiente apartado, Zaid se mete de lleno al tema del campo denunciando cómo ha resultado contraproducente verlo en función de la ciudad: como reducto de incivilización y atraso, como lugar de gente pobre que necesita dejar de serlo, como proveedor de alimentos para las ciudades. Zaid abunda en las posibilidades de producción en el campo (las cuales no se reducen a la agricultura, al ser el mercado agrícola injusto con los productores pequeños), hace divertidas y demoledoras reflexiones sobre nuestras confusiones acerca del campo, explora las posibilidades de la reforestación como forma de abatir el desempleo y la pobreza en zonas marginadas, y cómo hasta el cuidado de los recursos forestales puede ser productivo (algo por desgracia desperdiciado).
Continúa el libro con una biografía admirable (en un pequeño ensayo titulado “Un economista diferente”) de quien seguramente es un modelo para el propio Zaid: Fritz Schumacher. El autor de Lo pequeño es hermoso ilustra magníficamente su crítica al gigantismo empresarial y su inclinación por la funcionalidad práctica de la microeconomía y el micromercado alimentado por las microempresas. Además es de Schumacher de quien Zaid extrae el concepto de tecnología intermedia, el cual desarrollará en lo que resta de Empresarios oprimidos. Este interludio en realidad sirve de preámbulo para que nuestro autor arremeta con mayor vigor contra el gigantismo, las estructuras administrativas piramidales (tanto empresariales como estatales) y su improductividad sobre lo mucho que lucen y sirven para que alguien se luzca. Además observa una relación inversamente proporcional: entre más escolaridad tenga un individuo, más tiende a querer formar parte del gigantismo vertical (además de que esas mismas estructuras fomentan la cultura trepadora de los tecnócratas ansiosos por un puesto alto y un gran sueldo), y menos a ser emprendedor de soluciones económicas en estructuras horizontales.
Un cuarto eje temático abarca los ensayos dedicados al empleo, sobre todo se trata de una crítica a esa tierra prometida nunca alcanzada del millón de empleos; una promesa de todos los gobiernos y candidatos a la presidencia que, a juicio de Zaid, es inalcanzable con las políticas públicas actuales y por lo mismo ni siquiera debería prometerse; a menos que un cambio radical en la forma de pensar de los gobernantes y sus secretarios de economía los hiciera optar por dar mayor impulso a los pequeños productores sobre las grandes empresas, las cuales no crean los empleos suficientes y además éstos son caros.
La crítica al gigantismo continúa de la mano con el asunto de la riqueza y la recaudación efectiva. Para Zaid, la Secretaría de Hacienda es un lastre en tanto que no ayuda a la creación de empleos; no porque se trate de que ella misma los genere sino porque no se preocupa por simplificar los trámites para quienes sí ayudan en la cuestión del empleo: una vez más los microempresarios. No sólo eso, Hacienda mide con la misma vara a las empresas grandes y pequeñas exigiéndoles los mismos impuestos y que cumplan con las mismas prestaciones, lo cual, considera Zaid, es un error porque asfixia a estas últimas. Por si fuera poco, deja en ridículo a la mencionada secretaría al demostrar que no sirve para nada aumentar la base de los contribuyentes de impuestos oficiales, siendo que se desperdicia la mayoría de los impuestos al valor agregado.
El más esperanzador de los apartados del libro habla sobre las formas en que la creación de empresas y empresarios puede ser negocio para otras empresas y otros empresarios, la cumbre de la empresa socialmente responsable (tan de moda) sería que un empresario fuera creador de empresarios, pero ¿cómo? Zaid propone una buena solución puesta recientemente en práctica por la iniciativa privada y el gobierno: instituciones bancarias dedicadas a financiar con microcréditos a emprendedores.
Todo lo anterior puede no sonar tan novedoso, claro que ya hay más apoyos para microempresarios, ya hay incubadoras de empresas en las universidades, ya hay programas de reforestación que dan empleo en zonas marginadas, ya hay cada vez más opciones de microcréditos; pero hay apenas desde hace dos sexenios y apenas desde entonces se ha vuelto parte de las políticas públicas. No obstante, Zaid empezó a circular sus ideas mucho antes, y como en ocasiones anteriores y con otros asuntos, Zaid lo predijo todo dándole el tiempo la razón a él.
Empresarios oprimidos es una enérgica denuncia al falso prestigio de la cultura asalariada que, atenida a esperar a que otros le den trabajo, ve con desdén las iniciativas de autoempleo, desde lo free-lance hasta crear empleos para otros. Esta cultura asalariada había visto con desdén a la emprendedora porque se volvió un fetiche social, producto de la tecnocracia, el preferir la estabilidad al riesgo, aunque eso implicara el estancamiento sobre el crecimiento económico palpable. El libro a la vez que es un llamado de atención sobre lo que se hace mal en materia de desarrollo económico, generación de empleos y fomento empresarial, es una propuesta viable sobre lo que podría solucionar muchos problemas. Plantea hacer cambios económicos que implican a la vez cambiar nuestra manera de pensar, pero ¿estará dispuesta nuestra sociedad?
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