Como típico miembro de su especie, el mexicano se vale del grito como mecanismo innato que se activa con los más diversos disparadores. Como atípico miembro de su especie, el mexicano ha elevado el grito hasta decibeles ensordecedores y cegadores, tal es su poder de ofuscación y embotamiento de los sentidos. Como todos, el mexicano grita por felicidad, por dolor, por tristeza, por cólera, para poner orden, para romperlo, para hacerse notar, para mimetizarse con la masa, para callar, para hablar, para razonar, para necear. Como todos, el mexicano también se vale del grito como metáfora para ilustrar la vida de manera ramplona: el supuesto dolor que la atraviesa toda, el arribo y la partida, el lento paso del tiempo, la condición terrenal del que se cree divino. Como todos, el mexicano cree que el grito simboliza al hombre moderno y su angustia existencial porque una pintura expresionista se volvió un ícono cultural que aparece impreso en toda clase de objetos –la variedad responde a los engaños caprichosos del marketing del momento: ayer en encendedores, hoy en usb’s– y que es objeto de reinterpretaciones humorísticas y políticas de photoshopazos amateurs, que corren viralmente por las redes sociales como si fueran la última novedad, haciendo alarde de supuesta imaginería. Como todos, el mexicano grita bravuconamente cuando no hay amenaza real que lo silencie y pueda señalar a sus anchas los errores de los otros. Como todos, cuando el mexicano grita, comunica algo de manera primitiva: “yo dolor”, “yo peligro”, “yo mío”, “yo comida”, “yo miedo”.
Toda comunidad –tribu, pueblo, nación– tiene un mito fundacional, es decir, un pretendido hecho anormal que marca un antes y un después tajante y que de ahí en adelante se tomará como origen. Las sociedades del pasado involucraban más bien a personajes extraordinarios y semidivinos, como Rómulo y Remo con respecto a la fundación de Roma, por ejemplo; en las sociedades modernas, por otro lado, los mitos fundacionales tienen que ver más bien con guerras (revoluciones o independencias, por ejemplo, Francia y Estados Unidos, por nombrar las más representativas). México tiene dos mitos fundacionales, uno que nos conecta con un pasado prehispánico que nos es tan ajeno como el español, otro que nos desconecta de un pasado español que nos es tan ajeno como el prehispánico –estimado lector, no dude en regresar y releer, sí dije lo que dije–. El Águila y El Grito. ¡Viva México!, desde niño se le enseña al mexicano a proferir tal grito de batalla y con el paso de los años la criatura aprende a añadirle apellidos, según sea su estado de ánimo o su edad o ambas: ¡cabrones!, en la pubertad; ¡pinches, gringos!, en la adolescencia; ¡y qué! (?), en la adultez; ¡lindo y querido!, en la vejez.
He asistido a muchas ceremonias del 15 de septiembre, públicas y privadas, y nunca he escuchado a nadie que grite bien, ni plebe espectadora ni plutocracia sediciosa, con los decibeles, entonación, ademanes y actitud adecuados. Años de observación me han vuelto un experto en la materia y, créame, los mexicanos gritan, sí, pero pocos lo hacen apropiadamente. Por ello lo exhorto, amigo adoptante, a que entrene a su mexicano para gritar mejor y, especialmente, para dar el Grito de Independencia. Es necesario –de hecho, debería ser parte de los programas de educación cívica– que todo mexicano perfeccione su capacidad congénita de gritar. Más auú, si su mexicano llega a ser presidente de la República, un entrenamiento pertinente en las primitivas artes de lanzar alaridos se antoja fundamental para que éste no grite con el sonsonete vocal del pelón, el desencaje facial del bigotón o el aliento descafeinado del chiquito. Si usted desea adoptar un mexicano, síganse los siguientes pasos –y si su mexicano no llega a la presidencia, no se desanime, hay otros oficios que también están basados en vociferar.
Primer paso: Si su mexicano va a ser presidente, se recomienda un entrenamiento espartano basado en castigos físicos con mecates mojados, varas de mezquite, gusanos quemadores y pellizcos finos en los tríceps para aflojar el cuerpo y la voz. Cúmplale todos los caprichos, especialmente cuando haya una rabieta de por medio, conviene que su mexicano se atempere desde temprana edad según los preceptos pavlovianos del condicionamiento fisiológico: quiero-grito-obtengo.
Segundo paso: Si su mexicano va a ser un niño gritón de la Lotería Nacional, es importante prepararlo para gritar, sí, pero es más importante prepararlo para administrar la suerte que pasará por su manos durante su vida: al comienzo sólo será un portavoz del azar del día y símbolo de la transparencia –mano santa–, pero después será un funcionario más de la bicentenaria institución con carta blanca para administrar con opacidad e incertidumbre de cuello blanco –mano larga.
Tercer paso: Si su mexicano va a ser un vocalista de una banda punk, se recomienda el abuso consuetudinario de tabaco y aguardientes baratos, hacer gárgaras con aguarrás por las mañanas y antes de dormir y escupir fuego en el crucero de su preferencia. El objetivo aquí es dañar las cuerdas vocales al máximo para que su mexicano logre emitir aullidos crudos y cortantes, de decadencia amplificada.
Preguntas frecuentes: ¿Hay punk mexicano? Sí. ¿Hay punk presidencial? No. ¿Hay punk pavloliano? Depende.