El Atlético Cebada / Guía para adoptar un mexicano - LJA Aguascalientes
20/04/2025

El escenario deportivo dominical tiene dos rostros, uno casero y el otro al aire libre. Uno tiene un sillón amplio y aguantador que admite y soporta el peso y los vaivenes de los cofrades apasionados, pendencieros y meones o un sillón individual con respaldo y descansabrazos vastos que expresa claramente quién es el rey de la casa y quién manda, al menos por un día, con poder absoluto y comodino desde un trono mullido –en ambos, hay que aclarar, se debe buscar el justo medio aristotélico, el sitial no puede ser ni demasiado incómodo como para que nos recuerde que tenemos vértebras lumbares o coxis, ni demasiado cómodo como para sucumbir ante el sopor dominical–; una televisión, de preferencia de última generación (pantalla plana, alta definición), de al menos 20 pulgadas, un sistema de sonido tipo home theater de 5.1 canales de sonido envolvente y con despliegue orondo de bocinas, para no perder el hilo de los comentarios de sapiencia trivial, narraciones de florituras fintadoras o de llaneza mequetrefe y fanfarrona y para neutralizar los ruidos del ambiente (autos, vecinos, niños, mujeres). Aquí el actor principal es espectador puro y duro. Viste un atuendo semideportivo: camiseta de su equipo favorito, con una que otra mancha añeja de comida aquí y allá, shorts anacrónicos y ajustados o ese viejo pantalón multiusos que parece que tiene vida propia, calcetines de resortes cansados, mocasines marchitos para trabajos caseros o chancletas.

El otro escenario, fuera de casa, cuenta con la participación puntual de diversos elementos del medio ambiente: sol, aire, agua y tierra, mucha tierra. El escenario está marcado con claridad por diversas líneas de cal, mal trazadas, mal medidas, que dibujan un rectángulo o un diamante. La superficie terrosa pone a prueba el pellejo de los más duchos y aguerridos. A la autoridad, el árbitro, el referí, el ampáyer, se le respeta hasta cierto punto, pero equipos enemigos pueden llegar a coincidir al final de la contienda y enderezar a punta de manotadas y sacudidas la vista chueca o el juicio vago del juez. Aquí el protagonista va un poco más allá, pero sólo un poco. Básicamente sigue siendo espectador, pero ahora se atreve a aportar participaciones esporádicas que alimentan el juego individual o el trabajo del equipo, justifican dignamente la derrota y lo hacen merecedor a un premio de consolación bien ganado, que generalmente consiste en unas palabras y una palmada del victorioso, “bien jugado”, y ya. El ritmo es semilento, se corre, salta, esquiva, pero el cuerpo manda, las viejas y las nuevas lesiones, los esguinces, las articulaciones, los músculos acartonados: todo pesa, menos el sobrepeso, eso no es problema para hacer un gol, una canasta, un jonrón. Aunque ya no se tiene el cuerpo de aquel joven que creía que tenía las habilidades y capacidades para llegar a circuitos profesionales, el sueño sigue siendo el mismo: hacer una buena jugada, con eso basta. Aquí el atuendo ya es enteramente deportivo, pero todavía semiprofesional, o amateur si se prefiere. No importa, la camiseta se viste con el mismo orgullo que la del equipo multimillonario.

Tanto en casa como fuera de ésta hay un ingrediente tan indispensable como el balón y sin el cual no tendría sentido hacer o ver deportes en el séptimo día; todo lo justifica; al término de la contienda elimina las diferencias, las neutraliza, enemigos vuelven a ser amigos; el cansancio, la agitación, el enojo, la euforia desaparecen gracias a los generosos ríos de ese elixir sagrado que se sitúa a medio camino entre la vil agua de lluvia y el destilado de altos vuelos: la cerveza, la bendita y refrescante cerveza. Antes, durante y después de ver o hacer deporte, el hombre mexicano bebe cerveza y la bebe en cantidades similares a las calorías que acaba de quemar, si corrió o gritó mucho, se bebe mucho, se entiende. Si el ejercicio fue poco o nulo, de todo modos hay que aplacar la sed y lubricar la garganta, se entiende.

Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos. De entrada, asegúrese de tener el refrigerador lleno de cervezas, la alacena con botanas surtidas, el control de la televisión disponible y una pasión desmedida por algún deporte.

Primer paso: tenga en cuenta que habrá de fomentar el espíritu deportivo de su mexicano, ya sea que canalice ese ánimo frente al televisor o en una cancha, es importante sembrar esta semilla en su corazón y asegurarse de que crezca una planta fuerte con una rama futbolera, otra beisbolera, otra automovilista, otra olímpica y todas las que broten. Si no hace esto, se corre el riesgo de que su mexicano termine yendo a un gimnasio, además de que no haría ningún deporte, se rozaría con los ejemplares menos dignos de la especie.

Segundo paso: habrá de fomentar el espíritu cervecero de su mexicano, los beneficios son tantos, que sería ocioso enumerarlos. Sólo se excusa de esta recomendación a aquellas familias que adoptan una mexicana, pero si adoptan un hombre, no hay pretexto, hay que tenerle siempre un six a la mano, 24 horas al día, siete días a la semana.

Tercer paso: por ningún motivo intente separar el binomio deporte-cerveza, pues se pueden generar engendros intratables como aficionados sabelotodo o borrachos letárgicos y seguro usted no quiere un ejemplar de ésos en casa. Por lo que hay que cerciorarse de que su mexicano tenga ambas cualidades del binomio, que no lo vayan a engañar, si adopta un hombre mexicano y éste no ve o hace deporte los domingos, no es mexicano, si tampoco bebe cerveza, mejor no continuar, pues tampoco es hombre, tenga por seguro que le han dado gato por liebre, exija un cambio.

Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es deportivo? Sí. ¿El mexicano es atlético? No. ¿El mexicano es competitivo? Depende.

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