Desde el inicio de las campañas a cualquier cargo de elección popular, escuchamos a todos los aspirantes hablar sobre la imperiosa necesidad de combatir la desigualdad social, que sin lugar a dudas es una de las asignaturas pendientes en este país. Discursos vienen y discursos van, y la realidad no sólo ha cambiado en el sentido de lograr un avance que nos haga pensar en que estamos en una sociedad un poco más igualitaria, que en principio pudiera estar alentando la expectativa de millones de mexicanos que ya se olvidaron de la posibilidad de mejorar sus oportunidades de salir de su ofensiva pobreza, sino al contrario en los últimos tiempos parece que el número de pobres en cualquiera de sus acepciones (porque para eso sí sirven tantas instancias gubernamentales, para poder inventar términos que de una manera que ellos asumen eufemística, no le digan a las cosas por su nombre), aumenta de una forma significativa el esquema de pobreza en que se hunde la mayoría de los habitantes de este país.
Este tema parece ser sólo un elemento retórico que los partidos políticos y sus gobiernos utilizan para hacer creer a la ciudadanía que en realidad están interesados en “sacarlos de su situación”, cuando en la inmensa mayoría de los casos sus programas de gobierno y las autodenominadas políticas públicas, no son sino paliativos que en nada ayudan a dar un rumbo real de solución a este cada vez más preocupante escenario. Lo que sí inquieta es que en conexión con esta demanda permanente de la ciudadanía, sólo se crean una serie de iniciativas que lo que hacen es “dorarle la píldora a la población”, y que al paso de los plazos de gobierno, esto es del final de los periodos de gobierno que pueden ser trienales o sexenales, no sólo se aligera la carga sino que peor aún crece el espectro de pobreza de la gente, y por ende, el número de pobres.
Hace algunos días me puse la tarea de hacer la lectura de un par de libros que me han ayudado a encontrar una serie interminable de similitudes en cuanto a la situación que guarda la desigualdad en nuestro país y en los Estados Unidos de América, estos textos son: México frente a la crisis: Hacia un nuevo curso de desarrollo, que coordinó Rolando Cordera Campos, y El precio de la desigualdad, de Joseph E. Stiglitz. Quiero referir las líneas iniciales de ambos textos para ejemplificar de los escenarios de que se parte en ambas publicaciones y que ilustran de forma muy clara el clima de preocupación y realismo que envuelve la situación de ambas naciones.
Las primeras líneas del libro que logró reunir a una verdadera pléyade de intelectuales mexicanos, dice así “México sufre, hoy en día, graves problemas derivados de las fallas de su estructura productiva, la erosión de su tejido social y la debilidad de las instituciones públicas. Aunque el origen de ellos es diverso, lo cierto es que éstos se han agravado en los últimos 30 años pues el cambio estructural que sufrió el país en el último cuarto del siglo pasado no elevó el ritmo de crecimiento económico ni llevó la modernización a la mayoría de los mexicanos”, y el primer capítulo del Premio Nobel de Economía 2001, inicia así “La crisis financiera de 2007-2008 y la Gran Recesión que le siguió dejaron a la deriva a un gran número de estadounidenses, en medio de los restos del naufragio de una forma de capitalismo cada vez más disfuncional. Cinco años después, uno de cada seis estadounidenses querría un trabajo a tiempo completo, pero sigue sin encontrarlo; aproximadamente ocho millones de familias han recibido la orden de abandonar sus hogares, y varios millones más prevén que van a recibir una notificación de desahucio en un futuro no demasiado lejano; una cantidad aún mayor de ciudadanos vio cómo parecían evaporarse los ahorros de toda su vida”.
Al paso de ambos libros se enumera una serie interminable de situaciones que están generando que la población vea cada vez más lejano el momento en que pueda superar estas vicisitudes que les han vulnerado la posibilidad de alcanzar una leve mejora en su vida, y de igual forma la constante en ambos textos es la incapacidad de los gobiernos por propiciar que esto suceda.
Cuántas analogías existen en las realidades que afrontan sociedades tan diferentes, pero que tienen que sufrir el poco interés de sus autoridades en construir mejores expectativas, y que han sido mudos testigos de que los intereses de esas autoridades están con las élites económicas, de ahí el saneamiento de los bancos, el vacío constitucional que favorece a los grupos de empresarios que no tienen compromiso social, y los discursos de esas autoridades autovanagloriándose de que “están haciendo lo humanamente posible por mejorar la situación de las grandes mayorías”.
Lo que sí hace diferente a los textos que me he referido son sus subtítulos, en el caso de México frente a la crisis: Hacia un nuevo curso de desarrollo, el subtítulo es “Lineamientos de política para el crecimiento sustentable y la protección social universal”, y en el caso de El precio de la desigualdad, el subtítulo es “El 1% de la población tiene lo que el 99% necesita”. Aquí la diferencia entraña un dejo de expectativa de los intelectuales mexicanos de que aún las cosas pueden cambiar; en tanto que el prestigiado catedrático de la Universidad de Columbia, en todo su texto se muestra muy poco optimista de que en Estados Unidos la actual situación pueda cambiar, al contrario todo indica según su texto, que las cosas empeorarán.
Independientemente de que sugiero la lectura de ambos libros, me atrevo a decir que la situación reiterada de desigualdad en las dos naciones sólo cambiará cuando las ciudadanías decidan tomar el control de sus futuros y desplacen a los malos gobiernos que no han sabido conducir los esfuerzos en ambas naciones.