Por supuesto, en México hay toros y toreros. Evidencia quedó cuando por la puerta de cuadrillas, iluminado se desprendió de ella un joven espigado, de andar lento y mirada firme. Así, con actitud de seguridad presagiaba que algo formidable pasaría en el anillo amplio de la Monumental mexicana. Y en los departamentos de toriles esperaban como fantasmas extraños seis toros cuajados, con toda la barba salida, bellos de lámina, procedentes de la legendaria dehesa de San Mateo. Ni más ni menos, simplemente una corrida de toros con toda la edad adulta acusada, como corresponde a un ganadero que se precie de serlo y a una plaza que se supone es de primera.
Salido el primer burel de su lote apareció por la tronera de matadores y se apersonó para dar cara profesionalmente y desarrollarse toreramente, abriendo el abanico de su sentimiento taurómaco creando una obra de arte nítida, lustrosa, compacta y fina.
Era Fermín Rivera, el nieto del maestro potosino y sobrino de Curro Cumbre que en potencia bien dimensionada le concedió paciencia al pastueño adversario que iba tras la tela como hechizado, anonadado, hipnotizado y entregado milagrosamente al son que trazaba el de seda y oro. Lo centró en el engaño y fundido le ruecó extensos, templados y lentos derechazos que provocaron el delirio entre los pocos asistentes a la plaza más grande del planeta. Fue la suya una obra de arte y un grito desesperado que mandó el mensaje de que en la patria puede surgir el toreo del más alto nivel.
Y puede surgir cuando los sectores que manipulan la fiesta no se entreguen ni se humillen ante las pretensiones de figuras abusivas y comodinas que llegan a México a robar con descaro, aprovechando la ingenuidad de un público impotente e ignorante que sofocando las protestas de los aficionados, acaban por consumir el timo del novillote gordo, manso e inofensivo.
Consumada su labor muletera en la que no faltaron los pases por el lado de cobrar y los remates esculturales, parsimoniosos, calibrados y andándole al toro, se perfiló, se echó el alfanje al pecho y se fue a cámara lenta para sepultarlo en su totalidad, llegando con la mano al pelo y dejando el arma hasta los gavilanes. Sólo se veía la cruz en un sitio mortal. Después llegaron las dos orejas a sus manos, cabales, bien ganadas, como premio justo a una de las mejores faenas de ésta y de muchas temporadas.
Sí, en México hay toros y toreros. Toros que por remate y cuajo pueden ser lidiados orgullosamente en cualquier coso del mundo, y toreros de la más alta calidad que pueden dar testimonio en el sitio que sea de que nuestro país es capaz de producir figuras de rango internacional… siempre y cuando se les administre debidamente y no sean objeto del desaire de la tauromafia que acosa a la fiesta nacional.
Pero emana como en pesadilla la otra cara de la tauromaquia humilde y vejada.
Para cuando esta planilla esté publicada, en el propio coso de la rambla de Insurgentes habrá ya pasado la decimocuarta corrida de la campaña y de sus resultados estarán enterados los amables lectores.
Y se pudieron haber cortado cualquier número de apéndices, empero su valor será todo lo pobre en relación directa al tipo de ganado del que se ganaron.
Para vergüenzas no tiene España con los figurines que nos remite cada año a “hacer las Américas”.
Julián López Escobar, El Juli le debe mucho a México; aquí se hizo novillero triunfador y taquillero. Toda empresa que le contrató le dio a ganar muchos miles de pesos y ya cuajado en el pergamino de la nómina menor, se retornó a Europa a convertirse en figura del toreo.
La afición mexicana le acogió como no pudo ni imaginarse que le querría, sin embargo indolente hacia el cariño que le ofrendó, sigue viniendo a burlarse con la complicidad de empresas, ganaderos y autoridades, de ese público que de modo incondicional le ha entregado su corazón.
Lo que se vio el domingo en el coso de las viejas ladrilleras fue para causar pena.
Quedó compactamente demostrado que el señor Fernando de la Mora no sabe nada del honor ganadero y desembarcó una partida de bovinos indignos de cualquiera que se precie de ser criador de ganado bravo. Mansos-mensos, para mayores señas.
Valiéndose del entreguismo de todos los sectores que componen la fiesta, El Juli impuso un encierro abecerrado que por modesta presencia no habría sido admitido ni en una plaza de tercera.
Y ahí estuvieron los exhibicionistas que van a la plaza sólo cuando van las figuras abusivas, tragándose y consumiendo entero un fraude a todas luces visto, mientras que mezclado entre la muchedumbre, se ahogaba un grito desesperado de parte de los buenos aficionados que impotentes ante la burla no tuvieron más que aguantarse, como lo han hecho durante todas las tardes en que Rafael Herrerías supercoloca con todas las ventajas a las figuras extranjeras.