El año pasado México Kafkiano ganó una beca convocada por el Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve). El título de nuestra propuesta: “La corrupción empieza en ti”. El proyecto consistió en crear una campaña para hacer conciencia, dentro de los jóvenes bachilleres, al respecto de por qué el plagio académico es una práctica miserable que potencia la corrupción. En la conferencia que se llevó a cabo dentro de las instalaciones de una institución educativa, Adán Brand, Aldo García Ávila y yo mencionamos que la corrupción, en cualquiera de sus manifestaciones, nos convierte en personas éticamente cuestionables (nada más evidente).
Una de las razones que nos impulsaron a crear este proyecto fue que habíamos observado, como profesores, que el plagio, en cualquier escenario académico, era una dinámica cotidiana y, sin embargo, cuando se detectara, debía ser motivo suficiente para reprobar a un estudiante. Creo que nadie podría esperar otra reacción de un profesor que detecta los plagios.
Hasta aquí parecería que los únicos que pueden ser señalados en una institución son los alumnos. Pensemos dos veces. ¿Y los profesores, qué? Mi inquietud de hoy, enlazándola un poco con lo anterior que he mencionado, es: ¿qué debería pasar cuando el propio profesor es un corrupto?: ¿un corrupto denunciando corrupción?
He visto personas pedir justicia. He visto a esas mismas personas ser injustas. He visto, una y otra vez, a un montón de gente exigiendo “A” (por decirlo de alguna manera) y haciendo “no A” o “-A” o “anti-A” o “in-A” (según sea el caso). Sé que -siguiendo el juego de las abstracciones- son dos cuestiones distintas y que, como tal, se deben analizar por separado (de otra forma se cae en una falacia: descalificar un argumento sólo porque quien lo dice no es ejemplo de aquello que demanda); empero, nadie podrá negar que, en cualquier caso, lo que se pide es coherencia.
Voy a decir una obviedad: la Universidad es un espacio donde se va a reflexionar, cuestionar, dialogar, debatir, replicar. Con paciencia y argumentación: construir, destruir, reconstruir, deconstruir ideas. Lo que quiero decir es que el espacio universitario es el lugar ideal donde la razón tiene que imponerse, regularmente, sobre la pasión.
Sin embargo, en cualquier universidad del mundo, los intereses políticos que orillan, a veces, a los profesores a entrar en un mecanismo propio de la corrupción -que tanto se critica desde ahí-, son el pan de cada día. Y, entonces, cuando la corrupción captura a un profesor, ¿qué dice de él?; ¿mucho, poco? Como sea, creo que algo queda perdido.
Alguien podrá decir: “sí, eso es normal; ocurre en cualquier lado”. El problema es justamente ése: si hay un lugar donde no deberían ocurrir esas cosas -ojalá no pasaran nunca en ningún sitio; pero tampoco hay que ser ingenuos-, así me lo parece, es en la Universidad.
Supongamos que Fulano es un profesor exigente, duro y riguroso con los trabajos que entregan los estudiantes. Digamos que reprueba a un alumno porque plagió. El plagio, como sabemos, es una actividad que alimenta la corrupción -en este caso: intelectual- que tanto daño hace a nuestro país. Entonces, el maestro, como un tipo ejemplar y dedicado, decide castigarlo y lo reprueba. Bien, nadie podrá reprocharle nada al profesor. Lo que hizo es correcto.
Supongamos, también, que ese mismo Fulano utiliza un mecanismo enlodado (corrupto) para conseguir algún tipo de beneficio político dentro de la misma institución. ¿Qué hacer, por tanto, cuando ese tipo es ejemplo del mismo sistema que denuncia?; ¿qué ocurre si el profesor es un tipo corrupto?; ¿cómo exigir coherencia? Un problema así siempre es grave; pero es doblemente grave si es dentro de una Universidad.
El problema está en la parábola que queda: cuando se reprueba a un alumno por ser intelectualmente corrupto, está bien; es algo que se tiene que denunciar para que el estudiante, entre otras cosas, crezca y cambie su conducta. Cuando el profesor se corrompe, está mal; pero, tristemente, si alguien lo denunciara, eso no lo va a hacer crecer: su respuesta (del maestro), claro está, será decir, con un tono político, que no, que él no fue, que no sabe de qué están hablando. Lo peor del asunto: el alumno está aprendiendo y su actitud será corregida porque en la universidad la razón se impone; el profesor dejó de serlo para convertirse en una execrable pieza que tanto perjuicio nos hace. Aquel caso se denuncia y el resultado se aplaude; éste, ¿qué, cómo?