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viernes, diciembre 5, 2025

Guía para adoptar un mexicano / Los capitalistas salvajes

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El minúsculo local no aguanta más. Es papelería, mercería, bonetería, dulcería y lo que venga. En las paredes las estanterías están a punto del colapso. Del techo cuelgan tantos cachivaches que producen en cada cliente un acto reflejo de protección, es inevitable, al entrar todos se encorvan como protegiendo la cabeza. Hay un solo mostrador, adentro se exhiben los objetos de mayor precio, sobre él hay exhibidores de mercancía, sobre éstos cajas y cajitas con otras mercaderías. Un par de mesillas, infantiles quizá, de juego de té, de muñecas, complementan en los flancos el cuadro atiborrado: una exhibe presuntuosa las ofertas del día, de la semana, de la temporada, la otra concentra el departamento de dulces y golosinas, su tamaño es adecuado, conveniente y eficientemente, a la estatura de su clientela, los mazapanes, miguelitos y duvalines quedan justo a la vista y alcance del marchante impúber de manos chamagosas. El suelo también es vitrina, lo que no cupo en las paredes o techo, halló lugar en el piso, se ve bien.

Ante semejante barroquismo comercial, ¿algo podría estar fuera de lugar? No, aunque nada tiene relación con nada, el espacio común, la tienda, los organiza y, con ello, los lía. En el centro del remolino, con un poco de atención, se puede distinguir el rostro de la tendera, a veces es el de una señora mayor, a veces el de una mucho más joven, madre e hija.

De acuerdo con los gurús académicos del marketing, el management y el emprendedurismo, todo está mal. Tienen razón. El local está en el peor lugar, no hay tránsito, no hay peatones, la esquina se ve desolada, no hay un letrero que lo anuncie, sus objetivos no son claros, no hay plan de negocios con sofisticadas proyecciones a 10 años, sus registros contables y administrativos son rudimentarios. Sin embargo, el inventario se mueve rápido y la demanda es alta. El éxito se debe a su sistema de ventas y su sistema lleva el ADN del capitalismo más puro y duro: el crédito. La tienda es el penúltimo eslabón, está antes del consumidor final, de una larga cadena que incluye a todos: empresas grandes, medianas y pequeñas, nacionales y extranjeras, importadores, contrabandistas, transportadores, artesanos. Pero ahí no acaba la cosa, también incluye a todos: cualquiera puede comprar ahí a crédito y la promesa de pago, la palabra, es la única garantía válida. Por supuesto hay morosos, es inevitable, pero son los menos y no afectan el núcleo del negocio, pues la tasa de interés es alta por los riesgos que se corren, lo que compensa todos los retrasos, impagos e incobrables. Al cliente, por primera vez, se le da lo que pide, las condiciones de pago son cómodas y si no se tiene el producto, se le consigue.

Al día la tiendita gana más que si vendiera de contado, a diario la visitan niños, señoras, muchachas, hombres para dejar el abono de la semana, que va desde los cinco pesos. A unos les toca el lunes, a otros el jueves y así la semana entera, en horario corrido que abarca 12 horas o más. Todo el barrio le debe. Si la tienda desapareciera, la mayoría de sus clientes perderían poder como consumidores, por eso honran su promesa de pago, pues los beneficios son muchos como para arriesgarse a perderlos, mejor pagar, para que la tienda siga existiendo, para poder seguir comprando. A su modo, en su microcosmos, la tiendita es alta y eficientemente capitalista o, más bien, salvajemente capitalista, en una doble acepción: por un lado, es feroz en sus estrategias y caníbal en sus prácticas –no quiere, no admite competencia–; por otro lado, su talante es instintivo, confía ciegamente en él, así le toma la temperatura al mercado, a los vaivenes de la oferta y la demanda, con su olfato y su sentido común, no necesita más, pues los resultados le dicen que la mayoría de las veces funciona.

Si usted desea adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos con el espíritu capitalista de la reforma luterana: con laboriosidad, disciplina y culto al trabajo.

Primer paso: en su infancia su mexicano será como un fenicio, tendrá la necesidad imperiosa de vender o intercambiar mercaderías. El trueque será su principal herramienta, pero también aquí aprenderá a usar el dinero y conocerá los pormenores del comercio. Cómprele un stock de golosinas para que monopolice la sed de azúcar de sus pequeños cofrades y otro de chucherías para que tenga poder de negociación a la hora del trueque, siempre hay que mantener un inventario constante, por ejemplo, de canicas y soldaditos, ambos muy apreciados por las contrapartes mercantes.

Segundo paso: en su adolescencia su mexicano será como un italiano renacentista, se verá casi obligado, ante el alud de peticiones, a prestar dinero. Sus principales herramientas aquí serán los préstamos sobre prendas y los pagarés. Provéale capital abundante para establecer líneas de crédito perpetuas con la palomilla puberta y calenturienta, para la que los recursos nunca son suficientes para ganar los favores del damiselado rejego y desairoso.

Tercer paso: en su primera adultez, su mexicano será como un holandés del siglo XVII, querrá echar a andar una empresa que sistemáticamente genere riqueza y que permita acumularla. Su principal herramienta aquí será la emisión de acciones, pues esto le permitirá actuar allende de sus capacidades y posibilidades inmediatas. Obtenga un pedazo del pastel, cómprele acciones, todas las que pueda, quién sabe, quizá su mexicano cree la versión contemporánea de la Compañía de las Indias Orientales y lo haga rico de la noche a la mañana.

Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es feudal? Sí. ¿El mexicano es fabril? Sí. ¿El mexicano es financiero? Sí.

jcarlos_ags@yahoo.com

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