El código de vestimenta del mexicano es turbio y promiscuo. La chabacanería es la regla: a veces se viste con los pies, a veces se viste de cabeza. En un sentido antropológico, se supone que la función básica de la indumentaria es la protección ante las condiciones climáticas, ya sabe, el sol, el frío, la lluvia, principalmente. La vestimenta, pues, es una especie de membrana a través de la cual administramos nuestra temperatura corporal y la interacción con el medio ambiente. Para el mexicano esto no es así, o esto no le importa, si lo prefiere. Si el sol es intenso y los rayos queman como flechas y el calor desbarata el buen ánimo –lo encoleriza, pues–, el mexicano anda por la vida, rojo y sudoroso, con el suéter de cuello alto que le regalaron en Navidad o esos pantalones de pana tan agradables al tacto que han alcanzado ya el recoveco de consentidos en el clóset. Quién sabe, piensa, puede que haga un vientecillo frío en la tarde o noche. Si el frío crudo arremete contra los huesos, el mexicano cree que es el momento ideal para sacar la casta y mostrar de qué está hecho, una vieja playera de cuello redondo, de tela como ala de mosca, unos pantalones de mezclilla raídos o una falda arriba de las rodillas –sin ropa interior, claro–, son suficientes para hacerle frente estoico a las bajas temperaturas. Debajo de la ropa, que la piel blanquecina y cuarteada aguante, adentro, que la neumonía espere a manifestarse en privado. La lluvia, por otro lado, no es parte de los acontecimientos meteorológicos de la cosmovisión mexicana, quién sabe si llegue, quién sabe con qué intensidad, puede beneficiar, puede causar estragos, mejor no pensar en ella. Los impermeables, pues, gabardinas y sombrillas no son parte del guardarropa mexicano, si cae una chispeadita, no es de machos calados ni de hembras de una sola pieza protegerse, si cae un aguacero, siempre hay una bolsa de plástico a la mano que proveerá suficiente refugio. Además, el mexicano cree ciegamente que el mejor albergue ante un diluvio súbito es una cantina.
En un sentido sociológico, se supone que la vestimenta tiene significados más allá de su aspecto utilitario, y los significados que ha acumulado no son pocos: colores, formas, texturas, la concepción que en ese momento se tenga sobre el cuerpo, la estética de la época, las convenciones sociales, los aspectos comerciales (costo, marca), etcétera. El ser humano, pues, utiliza la ropa para establecer y administrar una relación con el espacio natural y con el cultural. Así es, nos guste o no, nos interese la ropa o no. El ser humano mexicano, por otro lado, utiliza la ropa nada más porque sí: ahí estaba al lado de la cama, alguien la puso en su cajón, tropezó con ella, se ponen ropa encima porque sí, pues.
Si el modo de vestir de los mexicanos hablara, harían falta todos los traductores de la ONU y un par de lingüistas famosos –con Chomsky y Eco bastaría– para tratar de descifrar semejante jerigonza. En efecto, nada tiene sentido. El uso de colores es de una lógica tan paradójica que tanto comunes como daltónicos llegan a ver la misma capirotada y las formas son tan firmes y constantes como el recién parido de un molusco. Sin embargo, quizá el aspecto que más llama la atención es la relación que el mexicano establece con su cuerpo a través de la vestimenta. En pocas palabras, su relación con el cuerpo es ciega como una tapia o de negación crónica de la realidad. Si es alto, vestirá ropa para niños; si es bajo, vestirá ropa para adultos; si es gordo, vestirá entallado; si es delgado, vestirá ancho y desparramado. El mexicano no elige su ropa en función de su físico, pues éste simplemente no le importa, no es consciente de él o se niega a verlo ante el veredicto contundente del espejo y de sus propios ojos. Si usted desea adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos. Pero no se preocupe, no todo es caos, hay una constante en la vestimenta del mexicano: el elemento deportivo.
Primer paso: para andar en casa, y si su código moral se lo permite, se recomienda instaurar una moda como aquélla que inauguró aquel emperador con un traje; mejor la desnudez, pues resulta menos ofensivo un montón de cuerpos desnudos con todas sus imperfecciones, penurias y demasías, que otros ataviados con chancletas, trusas, camisones y batas: no es natural. Se sugiere el uso de una gorra de algún equipo de media tabla o sotanero para cumplir con la constante del elemento deportivo omnipresente.
Segundo paso: para ir a tomar un café, o algún evento similar donde vaya a estar sentado, vista a su mexicano con una camisa informal de manga corta, de color azul chiclamino, verde cenaduría o sinfonía melón, la parte baja no importa, pues estará fuera de la vista, lo que permite la introducción de la prenda deportiva: un pants o un short cumplirán con el cometido, se pueden complementar con un speedo como ropa interior.
Tercer paso: para una boda olvídese de vestir a su mexicano con un traje negro, azul marino o gris o a su mexicana con vestido largo, sobrio y elegante. Para hombre se recomienda un traje de tres piezas, bicolor, de colores pastel pero exóticos: mamey con piña, aguacate con lavanda, tamarindo celeste. Para mujer, no hay falla con un típico minivestido de piñata sexy o algún despropósito gótico de humor purpúreo y aciago. Tanto en hombres como en mujeres, por supuesto, es indispensable el uso de tenis blancos para no discrepar con la constante solitaria.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano está in? Sí ¿El mexicano está out? Sí ¿El mexicano está on? Sí.
