Delante de menos de media entrada, se soltó un encierro procedente de los corrales de Celia Barbabosa, decoroso de trapío sin embargo de juego no más que regular. Todos los ejemplares acudieron bien a los montados pero en el tercio mortal la mayoría se desfondó y de sus patas hicieron un ancla que no les dejó moverse.
Se trató ayer tarde de la segunda corrida del serial taurino sanmarqueño en la que el único que logró levantar un trofeo, fue el joven local Joselito Adame; gallardete no bien visto ya que después de un pinchazo despachó al oponente de una estocada francamente caída.
No mala fue la variabilidad que externó Rafael Ortega (silencio en ambos) al saludar a su primero, y banderilleó con un cuarteo y dos “violines” en el mismo canal. Tomada la sarga ante aquel toro unido al suelo, se calificó a un diestro sin necesidad, que amagó y engañó con dar voluntad, empero enfadado y enfadador. Luego de años tratando de poner en suerte a la res, mató de media ventajista.
Mezcladas la sosería del cuarto y la nula ambición del tlaxcalteca, dieron tal operación insulsa. Torero aburrido y aburridor, estandarizado en lo insustancial que no justificó su inclusión en la serie sanmarqueño.
El Zapata (silencio tras aviso y palmas) trata y logra manifestarse original; lo hizo al recibir suavemente al segundo. Palos en puños, interpretó el “monumental” y dos “violines”. El toro rajado, pero de buen estilo, fue apto para que hiciera un quehacer muletero vehemente y llenado por decorosos detalles, pero no coronado bien con la de forja.
Le manó creatividad y presentó una variedad vistosa de suertes ante el quinto. Ya de rodillas, ya de pie, divirtió a la clientela. En el mismo matiz banderilleó, sin embargo en la fase muletera el ungulado se soldó al albero y no llegó la faena que se presentía, pese a la disposición del diestro quien mató hábilmente.
La convicción le apareció a Joselito Adame (oreja y palmas) y con dos largas postrado, dio apertura a los lances en los que manejó la capa como quien coge seda, no doblando el avío hasta pintar chicuelinas fundidas en el quite. Clavó palitroques con honradez, pregón de un trasteo pulcro, templado y serio, estructurado sobre ambos flancos, como provecho de las concesiones del adversario al que no despachó sino al segundo viaje y con estocada flagrantemente baja.
Decorosas fueron las verónicas al sexto, y mejor las gaoneras, banderilleando luego con afición, facultades deportivas y regular acierto. La obstinación y el deseo le salieron al armar la muleta, cincelando una faena torera, templada, sin adornos vulgares, en complicidad sustancial con la aceptable prestancia del astado al que pinchó en mala hora y mató de certero descabello. Esas erráticas maneras de empuñar el arma, fueron los básicos obstáculos que le impidieron, quizás, desorejar al cierra plaza. No obstante, con las telas se evaluó a un Joselito maduro, serio, oficioso, centrado y condensado en su compleja profesión de coletudo.