En una carta dirigida a George Sand, Gustave Flaubert escribió “el hombre no es nada, la obra es todo”. En estos tiempos donde la influencia del mercado sobre el arte hace que, algunos, no distingan entre valor económico y valor estético: ¿convendría decir “la obra no es nada, el mercado es todo”?
Nos guste o no, contamos con un canon que nos indica que Shakespeare, Duchamp y Beethoven, no juegan en la misma liga que Yépez, cualquier artista conceptual del bajío y Arjona. Allá han merecido estudios a lo largo de décadas, han ejercido influencia -y los herederos han reconocido la deuda-, han sido motivo de discusión. Acá, nada: incluso estorban. Sin embargo, ahora parece que ese canon no nos dice gran cosa y que el mercado ha usurpado su lugar. ¿Será?
En 2011, en la Saatchi Gallery, un grupo de intelectuales del mundo del arte reflexionó sobre el tema que lo convocó: “The art market is the best judge of good art”. Los panelistas dividieron sus argumentos: por un lado, atacaban o defendían al mercado; por el otro, a los críticos. El próximo 24 de mayo, en Hong Kong, con otro nombre, Intelligence Squared y Art Basel darán continuidad al debate: “The market is the best judge of art’s quality”. Quizá intentaron rectificar el título inicial, sin embargo, uno no es más problemático que otro: ambos lo son.
Estoy de acuerdo con Christopher Knight -crítico de arte de Los Angeles Times– cuando señala “I figure the program harbors two, maybe three minutes of chat – tops”. En efecto: ¿qué tanto se puede decir sobre un tema poco debatible? Acaso, eso sí, sería más preciso discutir los motivos de la confusión.
Personalmente me parece un debate estéril cuestionar si una obra es buena o atractiva o elegante o tiene calidad o es un bodrio por alguna de las siguientes posibilidades: en términos económicos o mercadológicos o capitalistas o históricos o la madre que le parió. Me parecería absurdo dialogar sobre esto porque si cuestionamos la calidad lo hacemos en el terreno estético. Una pintura, por ejemplo, puede tener valor histórico por el número de años que ha tenido de vida (pensemos en el contenido pictórico de cualquier iglesia de rancho) y, al mismo tiempo, estar catalogada como una porquería en cuestiones estéticas.
Ahora, bien, esto no quiere decir que el arte, solamente, se deba colocar en un campo del conocimiento humano: nada más tonto. Por el contrario: nada más sano que situarlo en su red de significaciones (analizar los mecanismos que operan cuando dialoga con una disciplina). Las distintas ópticas, al final, enriquecen la comprensión del trabajo artístico y, por tanto, una no es mejor que otra. Todas nos dicen algo. El problema se presenta cuando se busca decir, concluyentemente, que un cuadro es bueno por tener un costo elevado o anecdótico por tener un precio bajo o irrelevante por no tenerlo.
Dicho de otra forma (más esquemática y tediosa): Tenemos un conjunto A que se estudia con las herramientas X. Tenemos un conjunto B que se estudia con las herramientas Y. (X y Y, como A y B, naturalmente, no son iguales). La intersección de A con B demanda que el análisis se realice con algunas herramientas de A y otras de B. Ejemplo: podemos analizar un juego de futbol por medio de los goles, las jugadas, el planteamiento táctico del entrenador. Si quisiéramos enlazar futbol y mercado, tendríamos que dejar a un lado algunos detalles de la calidad del juego y empezar a entender este deporte en términos económicos, estadísticos, etc. Esto es que si alguien pretendiera estudiar el desempeño de los jugadores sobre el terreno de juego en un Madrid contra Barcelona, tendría que valerse de lo primero. Si otro quisiera estudiar el valor económico de los futbolistas en función de su rendimiento en el campo, tendría que valerse de lo segundo. Al arte y al mercado les ocurre lo mismo y esto causa una muy tonta confusión.
Hay que reconocer, evidentemente, que el mercado participa en una conjunción para dar valor a una obra. Los otros terrenos que contribuyen a que una pieza, digámoslo así, se modifique simbólicamente: estudios académicos, influencia, renombre del artista, constancia del trabajo, premios, instituciones, críticas, etc. Sin embargo, a mi juicio, la obra debe hablar por sí sola. Me da igual su valor de mercado. Si muestra inteligencia, que sobreviva: la obra sigue siendo todo.
@jorge_terrones