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viernes, diciembre 5, 2025

Tlacuilo / Pedro de Alba y el Instituto

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Al inicio de la Revolución Mexicana, el Instituto de Ciencias o Preparatoria, “especie de pequeño colegio particular” costeado por el Estado pero al servicio de la clase pudiente, “se desmoronó como un castillo de naipes”, ya que en 1911 se inscribieron sólo 18 alumnos que no se pudieron atender porque la mayor parte de los profesores, miembros de la misma oligarquía y por lo tanto partidarios del dictador Porfirio Díaz, habían renunciado.

DIFÍCIL PARTO REVOLUCIONARIO. Una vez derrocado el dictador, entre el caos de 25 gobernadores, administradores accidentales, caciques y hasta caudillos militares que tuvo nuestro Estado de 1911 a 1917     -pocos de los cuales fueron constitucionales y la mayoría hasta por varias ocasiones provisionales, interinos, sustitutos, encargados del despacho, por “decreto”, por golpe de estado con apoyo clerical y hasta por ocupación militar como los casos de Francisco Villa y Álvaro Obregón- sólo dos de los pocos congruentes con la ideología revolucionaria permanecieron el tiempo suficiente para realizar una obra valedera aunque fuertemente obstaculizada tanto por la aristocracia local como por el presidente Venustiano Carranza, quien no tenía intención alguna de afectar las propiedades de los grandes terratenientes porque él mismo era un ejemplo clásico de señor feudal.

Estos dos gobernadores fueron Alberto Fuentes D. (diciembre 1912 a noviembre 1914) y Martín Triana (agosto 1915 a junio 1916), de cuyo esfuerzo la mejor constancia que quedó en el terreno educativo fue el fortalecimiento de la enseñanza primaria, la transformación del Liceo de Niñas en Escuela Normal para Maestras (para lo cual J. Refugio Reyes restauró la hermosa finca que actualmente alberga al Museo de Aguascalientes) y el sostenimiento de la Escuela Nocturna para Obreros.

CONSTITUCIÓN DE 1917. Triunfante la Revolución y promulgada la Constitución que estableció las bases sobre las cuales deberían descansar las nuevas instituciones del Estado de acuerdo con las aspiraciones de justicia social por las que se había luchado, las correspondientes a educación y cultura quedaron plasmadas en el artículo Tercero que garantizó la libertad de pensamiento y de expresión, el laicismo respetuoso de todas las creencias, un precavido nacionalismo defensor de la soberanía pero promotor de la fraternidad e igualdad de los pueblos, y la gratuidad de toda la enseñanza que impartiera el Estado.

PEDRO DE ALBA. Don Pedro -trato afectuoso que le dábamos quienes lo conocimos personalmente- ingresó al Instituto en 1903, donde tuvo como condiscípulos de secundaria y bachillerato a personajes de la talla de Ramón López Velarde, Enrique Fernández Ledesma, Saturnino Herrán y otros, con quienes cultivó una estrecha y perdurable amistad; la apasionante experiencia de haber pertenecido a esa luminosa generación de artistas y pensadores probablemente fue la causa de que, una vez alcanzada la meta de ser un prestigioso médico militar revolucionario, hubiese renunciado a la medicina y la milicia y encontrado su verdadera vocación en el mundo de las letras, la educación y la cultura, la política y la diplomacia, terrenos en los que se distinguió local, nacional e internacionalmente.

Pero volvamos al tema: una vez concluido el conflicto armado y retirado del ejército, regresó a Aguascalientes para ejercer la medicina; pero al quedar manifiestas sus inquietudes pedagógicas fue invitado a participar como Consejero de Instrucción Pública y finalmente designado rector del Instituto de Ciencias en 1917.

REESTRUCTURACIÓN DEL INSTITUTO. Habiendo encontrado a su amado Instituto virtualmente paralizado por la inadaptación al nuevo régimen, empezó por restablecer el programa de estudios de la Escuela Nacional Preparatoria (misma de la que posteriormente llegaría a ser director distinguido) adaptada ya a los preceptos del nuevo artículo Tercero Constitucional y a los de la nueva Universidad Nacional de México fundada en 1910, en aspectos tan esenciales como la extirpación de la memorización enciclopédica y de la sumisión disciplinaria, vicios a sustituir con el pensamiento crítico y el espíritu de servicio a la comunidad; además suprimió las cuotas en aplicación puntual del ordenamiento constitucional relativo a gratuidad de la enseñanza, con lo que se abrieron sus puertas a todas las clases sociales.

El otro flanco de vital importancia atacado por don Pedro fue la cuidadosa selección del nuevo equipo de catedráticos entre maestros de pensamiento avanzado.

El Instituto de Ciencias quedaba equipado, así, para hacer realidad la gran renovación con que nuestra Patria anhelaba incorporarse al siglo XX.

Aguascalientes, México, América Latina

tlacuilo.netz@yahoo.com

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