The Insolence of Office / América: gusto culposo - LJA Aguascalientes
06/11/2024

 

Mi afición por el América proviene de una rara guerra civil. Mi padre decía “A” y yo iba por “B”. Cuando tuve que escoger un equipo: él iba por Brasil, yo por Argentina. Boca, River. Barcelona, Madrid. Y, cómo no, él es del Guadalajara. Yo, naturalmente, me fui por la antítesis.

Con el tiempo me di cuenta que el América era un equipo odiado. Una desigual aversión: aquella persona que es hincha del conjunto capitalino, aunque suene redundante, es nada más de su equipo (incluso, ahora, da igual si a Chivas le va bien o mal). Esto es radicalmente distinto en otros sitios: quien es hincha del Morelia, es del Morelia y es anti-americanista; quien es del Santos, es del Santos y es anti-americanista; y así sucesivamente hasta nombrar a todos los que conforman la liga mexicana.

Cuando niño, uno no mide las consecuencias de cultivar un gusto. El América no es el equipo que mejor juega, que mejor viste, que tiene un gusto impecable al combinar colores, que tiene la afición más elegante, y, aun así, es el equipo que decidí apoyar. Villoro, en una situación menos incómoda y más frustrante que la mía, hablando del Necaxa, dijo que no puede negar su afición por los rayos porque sería “como tratar de cambiar de infancia”. Tiene razón.

El América, después de unas obscenas y lamentables temporadas, en este año, volvió a disputar un trofeo. Había que regresar a la infancia.

La final del futbol mexicano se celebró en el histórico y horrible Estadio Azteca. América ganó en penales y logró su undécimo título. Cruz Azul confirmó que es un equipo en obra negra. Ése es el hecho, pero, a su vez, una manera muy pobre de leer el juego.

Las circunstancias que permitieron que aquella noche quedara en la memoria: a los pocos minutos de haber iniciado el partido, Molina fue expulsado. América quedó con 10 jugadores. Muy poco tiempo después, Cruz Azul marcó. El campeonato, hasta ese momento: tan lejos de televisa y tan cerca del cemento. Así se fueron al descanso. Regresaron. América dejó en claro que si moría, lo iba a hacer peleando. Esto último fue el consuelo que a muchos nos habitó. Cruz Azul pegó un balón en el poste. Estaba más cerca el tercero que el primero: más cerca ser el segundo que el primero. La afición azul, cada vez que el balón pasaba con fortuna por sus jugadores, gritaban “ole”, cantaban “campeón, campeón”. Allá, gloria; acá, miseria. Y, de pronto, “los mezquinos que jugaban sin poesía”, la encontraron. El azar, que a veces puede más que el mérito, hizo que un vano cabezazo de Mosquera, al 88, terminara en la portería de Corona. Último minuto: tiro de esquina. Nuevamente el azar: Moisés Muñoz, guardameta del América, con un cabezazo más fútil que el anterior, lanzó el balón al área contraria. El tiro iba para afuera, pero, por descuido, por irracionalidad futbolística, fue felizmente desviado por un jugador del Cruz Azul. Gol. El futbol: tan hermoso y tan maldito. Después los tiempos extra. Luego los penales. Ganó América. Decía Kipling que el fracaso y el éxito son dos impostores. Acaso ambos, según, oscurezcan, por unos instantes, la razón: el terreno de juego, cuando se iba perdiendo, hacía a los jugadores andar por entre la maleza; cuando se remontó, parecía compuesto por laureles. Llovió mucho esa noche.

La recepción de todo aquello, por parte de los aficionados del América: “América Campeón”. “América y ya”. “Ódiame más”. Los anti-americanistas: “nacos”. “Pollos”. “Brutos” (en realidad fue otro el insulto. Pista: tiene rima asonante). Este equipo tiene un montón de peculiaridades que otros, como ya he mencionado, no tienen. Cuando conté la anécdota, para mi sorpresa, la duda que rondaba los comentarios de mis amigos fue: ¿por qué le vas al América? La pregunta es válida sobre todo porque un americanista sabe que no hay nada respetable que se vista de amarillo y, por tanto, uno no puede ir por la vida confesando este gusto culposo (salvo en estas ocasiones). Un amigo me dijo: “van a andar de insoportables todo el año.” Sus palabras son tan exactas que, como las de Villoro, las entiendo como si de rigurosidad académica se tratara. El odio no es gratuito. Obsesión extraña: me caen bien los que caen mal. (Mención aparte: quizá por eso, también, me interesa la crítica.)

@jorge_terrones



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