Pecar callando cuando debemos protestar,
convierte a los hombres en cobardes.
E.W. Wilcox
1914
En más de tres décadas de participar, en distintas condiciones, en política, no recuerdo un momento tan bochornoso y deplorable para la vida pública de Aguascalientes como el que se ha registrado en los últimos meses. Al parecer, el escándalo se convirtió en un estilo de vida, o, con más precisión, en un hábito.
Las evidencias son numerosas e inocultables: una campaña electoral de la peor ralea intelectual y política; un ex gobernador señalado por la gente y las fiscalías como un ladrón; un montaje propagandístico para incriminar a candidatos a puestos de elección popular; pleitos empresariales privados ventilados en la arena pública; una crítica demoledora a las autoridades a través de las redes sociales, y, como síntesis de todo, un desprestigio cabal de aquella cualidad en que los aguascalentenses condensaban, o creían condensar, las virtudes del estado: la tierra de la gente buena.
Hoy, ciertamente, eso es historia, y la sociedad aguascalentense tendrá que verse, como suele ocurrir tras una noche tormentosa, frente al espejo de los excesos, la falta de controles y límites, la tolerancia cómplice y la aceptación de que esa sociedad no es tan virtuosa como pensaba.
En los próximos días y meses, cada uno de esos escándalos tendrá algún desenlace derivado de lo que digan los ciudadanos y la justicia. Pero las lecciones que dejan son profundamente valiosas y el conjunto de la sociedad deberá extraer de ellas la convicción de que las cosas no se producen por generación espontánea ni son sólo consecuencia de la locura a que conduce el ejercicio del poder sin responsabilidad. No, la sociedad es también, en diversos grados y modalidades, corresponsable de lo que pasa. Veamos.
Decía Lord Acton, el gran historiador británico, que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Que en el sexenio pasado haya ocurrido en Aguascalientes lo que ocurrió fue desde luego la consecuencia de una ambición enfermiza e incontrolable, pero fue también producto de que el gobierno estatal actuara prácticamente sin contrapesos que limitaran sus abusos, o, en su caso, que los sancionaran a tiempo no sólo desde el punto de vista legal sino que también ejercieran una sanción moral y política.
El papel de contrapeso del poder, que en primera instancia suele ser la prensa, renunció paladinamente a esa que era, y es, su más estricta y primaria responsabilidad. Con la excepción de este diario y ocasionalmente algún otro, prácticamente ninguno de los que circulan en la ciudad se atrevió a cumplir con ese deber profesional, a pesar de que eran bien sabidas las tropelías que estaban sucediendo a la vista de todos. Y no lo hicieron, ni lo han hecho suficientemente estos días, porque les resultó más cómodo y rentable mirar hacia otro lado y engañar a sus lectores haciendo caso omiso del saqueo.
Tampoco abrieron la boca los representantes de organismos y agrupaciones que, a voz en cuello, suelen ser declarantes cotidianos de todo lo divino y humano. Demostraron de qué madera están hechos al mostrarse incapaces de actuar en forma madura, responsable, autónoma y crítica, es decir, como una auténtica ciudadanía en el sentido que este concepto tiene en cualquier nación civilizada.
El mejor ejemplo de esta conducta es la aprobación que el 27 de octubre de 2008, sin chistar, hizo el Comité Técnico del Fideicomiso de Inversión y Administración para el Desarrollo Económico del Estado de Aguascalientes, con una sola abstención por ausencia, al aprobar lo que puede llamarse, en un sentido laxo, el desvío de 98 millones de pesos procedentes del impuesto sobre nóminas –que le corresponde administrar a dicho comité- para aliviar el ahogo financiero del Necaxa. Esa decisión, que violó claramente las reglas de operación de ese Fideicomiso y, más ampliamente, el sentido común de cualquier operación financiera sensata, fue avalada por ocho conocidos empresarios a sabiendas de que tenía como finalidad un craso encubrimiento. No fueron los únicos desde luego. El 12 de junio de 2008 el rector Rafael Urzúa, hoy candidato del PRI a diputado, entregó una presea al entonces gobernador Reynoso quien, dice la página de la UAA, “se ha ganado la admiración de la comunidad universitaria”.
Abdicaron de sus obligaciones, en tercer lugar, los diputados de la LX legislatura que, con respetables excepciones, aprobaron sin rubor las cuentas públicas del gobierno pasado. En los países más o menos democráticos existe una división de poderes entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial, a fin de que entre los tres opere un sistema de pesos y contrapesos, y de balance y equilibrio. Aquí no. Aquí, el legislativo renunció a esa función, se allanó a los arreglos políticos bajo cuerda, rompió por completo esa estructura y abrió la puerta a los abusos, excesos y corrupciones.
Que hoy salga todo esto, sin embargo, no es una mala noticia. Puede y debe ser, incluso, profiláctica. Primero para las actuales autoridades estatales y municipales, para que entiendan cabalmente que son mortales, que su trabajo es finito y que, tarde o temprano, como decía Louis Brandeis, la luz del sol será “el mejor desinfectante”. Segundo para jueces y legisladores, cuyo papel no es la obsequiosidad sino algo más sencillo: cumplir con sus obligaciones legales, morales y políticas. Tercero, para cierta prensa que, en estos años, ha jugado un papel vergonzoso, y que deberá hacer mucho para adquirir, algún día, un mínimo de respetabilidad. Y finalmente para quienes se autoadjudican el papel de representantes de la sociedad y sus sectores, que, a veces por pasiva y a veces por activa, han sido cómplices de una situación penosa.
Lo peor que puede pasar es que, después de todo esto, Aguascalientes se acostumbre a vivir entre el escándalo, la complicidad o el silencio.
– Otto Granados Roldán
