La semana pasada escribí sobre la exposición Leer la obra que aún se encuentra en el Museo de Arte Contemporáneo no. 8. El director del museo, Anuar Atala, invitó a 10 personas (diría “escritores” pero no todos lo son) para que escribieran sobre las obras que hasta ahora han sido premiadas en la Bienal de Dibujo y Pintura Enrique Guzmán. A manera de juego me pareció interesante colocar un marcador donde artista visual y “escritor” midieran sus trabajos. Hay textos que son superiores a la obra. Hay obras que son superiores al texto. Hay textos que están igualmente pobres que la referencia de donde parten. Hay casos, los menos, donde obra y texto gozan de buena salud.
El día de la inauguración me di cuenta que varios textos tenían unas cuantas erratas. Supongo que el corrector de estilo de la exhibición no tuvo fortuna en esa ocasión. El texto que acompaña a la obra Dos hermanas de Claudia González, fue escrito por mí. Lo comparto sin erratas y sin marcador (no me corresponde):
Dos comentarios
I
Asociamos la infancia, entre otros aspectos, con inocencia e ingenuidad. Si tuviéramos que elegir algunos colores para describir, estereotipadamente, esta etapa del ser humano, acaso escogeríamos aquéllos caracterizados por ser luminosos. En síntesis: luz. Todas estas características, empero, conforme se va rumbo a mayor, se violentan o se pervierten.
Si un artista quisiera mostrar una roída niñez tendría que modificar, radicalmente, lo anterior. Ése es el discurso de Dos hermanas que podría insertarse en una tradición pictórica que desarrolla la fealdad; empero, ¿es arte feo?
En la obra de Claudia González vemos dos inquietantes personajes, vestidos formalmente, con ciertas anomalías en sus rostros. Ambos están instalados en un ambiente opaco. Sus sonrisas son amenazantes: más cercanas a comunicar repulsión que ternura. Sin embargo, lucen tranquilos y, en alguna medida, alegres. ¿Qué hay detrás de este retrato? No tenemos elementos para asegurarlo. (Habría que detestar los textos que proyectan, dentro de una pieza, el sentimentalismo del que escribe). Lo más fácil sería decir que se nos presenta un claro reflejo de la oscuridad que habita al ser humano y lo hace padecer y lo agobia y, ay, el sufrimiento sublimado en dos sonrisas. Nada. En la lógica interna de la obra, González, en relación con lo que entendemos tradicionalmente por ese mundo primario, ensaya una construcción distinta: su trabajo invierte los detalles que líneas atrás he señalado.
Cuando alguien regresa a esa edad, interviene sus recuerdos: los tormentos, cimbran; la felicidad se añora. En Dos hermanas, caso curioso, ambas características se funden. Me hace pensar en Balthus: con la diferencia de que, en el pintor europeo, pareciera que los niños están a punto de ser violentados, mientras que en González son configurados con violencia. Recuerdo un verso de Brand: “la infancia es un lugar lleno de monstruos”.
II
Hace tiempo escuché dos dictámenes que me siguen pareciendo enternecedores: el primero ocurrió en una feria: un tipo dijo que el arte, cuando ocurre, es un milagro; el otro tuvo lugar en un congreso: un ponente mencionó que el artista es el intermediario entre la divinidad y lo terrenal. Podríamos decir que son frases poco afortunadas, que son producto de afasias, que el ingenio prefirió no asomarse en el momento. Pero, ¿feas? Sería absurdo. Esto mismo ocurre en el arte.
No hay arte bonito o feo o sublime o bello. Si alguien, por escrito, dice que una obra es bella u horrible, más allá de que pecaría de anacrónico, no estaría diciendo nada. Son frases huecas que cualquiera puede publicar. El arte es discurso. Todo lo que contiene un trabajo artístico está ahí para ser leído: si las partes que lo componen (coherencia entre color, personaje, símbolo, etc.) se responden a un mismo tema, la obra estará vertebrada con inteligencia. Si no, asistimos a una inconsistencia. La gramática del arte.
La obra de González, evidentemente, no es un milagro. Tampoco un ridículo heraldo en esa polarización de la realidad. Es un discurso inteligente que describe la calma de un par de freaks.
@jorge_terrones