En los últimos días, mi mente vaga inquieta. En estos días como nunca me encuentro meditabunda, pensativa e introspectiva. Y es que por más que le busco y le vuelvo a buscar, pues nada más no doy con la respuesta adecuada a la cuestión que abre, para mí, la reciente declaración a los medios de comunicación del obispo José María de la Torre Martín, en la que califica de ridícula la persecución de algún ex gobernador de Aguascalientes, por considerar que sí robó al erario público, sí lesionó las arcas del Estado, sí le metió uña al dinero del pueblo. Pero nada más poquito, aclaró el obispo.
De ahí para acá, esta Cocinera, anda toda desconcertada, oiga Usted. Y es que desde aquella época en que yo era una tierna cocinerita y de política nada sabía; mis maestras de catecismo me instruyeron que robar era transgredir la ley de Dios. Que robar era un pecado sin calificativos, ni excluyentes, ni agravantes. Me dijeron no se debe robar, sin más.
Pero hoy, que corren tiempos modernos, quien formalmente es el máximo dirigente de la Iglesia Católica en Aguascalientes, le hace una nota al margen o fe de erratas o hipertexto, o como se le pueda llamar al séptimo mandamiento y aclara, con la autoridad que tiene conferida que sí se vale robar… pero tantito ¿eh? ¡Nada de excederse! ¡Nade de desproporciones u opulencias! Como quien dice, sin mancharse.
La adenda dictada por José María de la Torre, en verdad me tiene como al de la canción ochentera aquella: flaca, ojerosa y cansada (las ilusiones, afortunadamente, sí las conservo). Y es que esta Cocinera, en su adolescencia y juventud temprana, se desempeñó como catequista –instructora de religión- en la capilla de “San Luis Rey” en el tiempo que aún estaba esa pequeña capilla junto a un arroyo (hoy avenida Mariano Escobedo) y dábamos a los peques un boletito sellado, por cada asistencia a la catequesis –boletitos que acumulados eran canjeados en una Kermesse infantil-. Según recuerdo, mi obligación era enseñar a los pequeños católicos que no se debe robar y reflexionar con ellos las consecuencias de tomar lo que a otros pertenece. Según recuerdo, algún avispado chiquitín me preguntó si robar podía ser un pecado venial y no mortal. Mi respuesta: más allá de ser venial o mortal, es una falta moral. Más tarde, en la carrera de Derecho, aprendería yo que también es una infracción legal. Un delito de tipo penal, es decir, una ofensa contra la sociedad misma.
¡En fin! ¿Qué se le va hacer? Esta cocinera política ha decido darle la bienvenida a la modernidad eclesiástica. Así que ahora, cada vez que el conflicto moral me atosigue, inquiete o de plano fastidie, me acogeré a la enmienda al séptimo, pronunciada por el buen pastor de los católicos en Aguascalientes y exclamaré ¡Qué tanto es tantito!
Si en un estacionamiento al salir de reversa con el auto, le doy un golpe a otro. No hay problema. ¡Nomás fue un golpecito! Si le levanto un falso a mi vecina Marthita –quien por cierto cocina unas chiquiadas deliciosas-, no habrá problema, ¡nomás fue un chismecito! Si ocurre, como ocurrió hace unas semanas, el cruel asesinato a golpes de un joven estudiante en las inmediaciones del casino de la feria a manos de una infame pandilla de malvivientes. Sin problema. ¡Nomás fueron unos golpecitos! Y si sucede… Usted sígale a la lista, apreciable lector y lectora; agregue libremente las transgresiones que elija, pero recuerde minimizar la falta; de preferencia usando diminutivos tales como poquito, una cosita de nada, cristalazito, asaltito, secuestrito expresito. Total ¡Qué tanto es tantito!
Recuerde Usted que en esta su cocina, se come, se lee, se estudia y se conversa de todo… especialmente de política.
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