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viernes, diciembre 5, 2025

Un mea culpa o Yo acuso / Opciones y decisiones

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Es bienvenido el cuestionamiento que Edilberto Aldán, director editorial de este diario, ha venido desgranando en su columna “Envoltorio de Papaya”, particularmente a partir del sábado 10 de agosto pasado, en que refiere el anuncio explosivo de la compraventa del periódico The Washington Post, después de un siglo y 36 años de pertenencia a la misma compañía, y que enajena la familia Graham, después de 67 años de ser sus propietarios, para transferirlo al dueño de la empresa Amazon –la tienda digital más grande del mundo-, Jeff Bezos. Preguntarse por el futuro de los medios impresos y, con él, la suerte de los libros de papel, tinta, pegamento y cubiertas, se va desenvolviendo en una pregunta por el oficio mismo de escribir y, sobre todo, hacerlo para un periódico. Huelga decir que sí interroga el hecho de que un magnate por excelencia de la carretera y red digital de la información para efectos estrictamente mercantiles, adopte un prestigioso medio impreso que comenzó a ser colador de millones de dólares; y lo hace con la idea de inventar y experimentar con la vara mágica del mensaje escrito que se imprime en papel periódico.

El curso de la reflexión deriva inmediatamente al tipo de periodismo que se está produciendo en México y, por extensión, también en Aguascalientes, anotando una indicación inequívoca de que no va en la dirección de los diarios emblemáticos del mundo, ya sean norteamericanos o europeos, capaces de producir una “información propia, nueva, importante, digna de crédito” que hace a un periódico serio. La constatación acerca de los medios impresos nacionales es que tiran más por “contar historias” que por informar como queda dicho. Y el referente de este sesgo editorial es la opinión emitida por Fernando Escalante Gonzalbo que publicó su “Bartleby en la redacción”, en la revista Nexos. Y sobre el que Edilberto Aldán anota, con acierto desde mi punto de vista, la centralidad del contenido, independientemente del vehículo o medio en que transmite.

Y creo que ya desde aquí entramos en materia. Pues si bien es pertinente aplicar la crítica más implacable y desnuda sobre los vicios del periodismo en boga, no menos cierto es que la calidad del contenido que se transmite es lo que hace la diferencia. En efecto, la llamada cadena lingüística se va produciendo desde la emisión del signo básico de la letra, la voz, la palabra, el signo escrito, éste como vibración –sonora u ocular- esencialmente inteligible y que es recibida como tal, como un signo inteligente para su receptor o lector para tal caso. Este sería el ciclo virtuoso de la comunicación por la vía impresa. La idea –inteligente por naturaleza- que yo emito es captada, decodificada y entendida como tal, un concepto inteligible e inteligente. Entonces, ¿de qué hablamos? En esencia de una comunicación inteligente.

Sin embargo, al parecer esta relación de transmisión del conocimiento, en plena Era de la Información, ha pasado por una larga historia de distorsiones y equívocos de la información sobre todo a nivel masivo o de alta socialización. El inolvidable Carlos Monsiváis es citado por Edilberto en su antología “A ustedes les consta”, en que hace una glosa tan implacable como irónica de lo que es el periodismo de provincia: “¿Quién le manda a informar en territorios de los caciques, los obispos, los juegos florales, los empresarios feudales, la doble moral, la cursilería? En provincia, los periódicos transmiten zalamerías y homenajes incesantes a la vanidad y los deseosos de informarse deben de esperar la llegada de la ‘prensa nacional’. Sin duda un descarnado juicio editorial del devenir del periodismo provinciano, en la acepción más parroquial de sus contenidos. Recuerdo con meridiana claridad las conversaciones de los que fuimos estudiantes de los años sesenta, y que nos referíamos a los periódicos locales como a las hojitas parroquiales, llenas de empalagosas notas sociales, agenda de relaciones públicas muy chic del gobierno, viñetas religiosas de las largas filas en los confesionarios y avisos oportunos. De información sobre la revolución cultural, espacial, sexual y liberacionista ocurriendo a nivel mundial, ni hablar.

Es cierto que seguimos siendo pasivos observadores de primeras planas en los estanquillos, si bien nos va, que no lectores asiduos de las notas informativas impresas ni siquiera de los flacos diarios locales. Vivimos una suerte de desorden alimenticio de la mente, que se traduce en un no rotundo al acceso de la asimilación nutritiva de la inteligencia, con base en la información y el conocimiento de lo que acontece en nuestra realidad circundante. Y todo apunta a una vinculación viciosa entre gobierno y medios de comunicación, para asegurar su financiamiento y, por tanto, su medio de subsistencia. Tan precaria es la necesidad social de querer, poder y saberse informados, que la viabilidad financiera de los diarios finalmente depende de esta relación tan conveniente como hipócrita entre el poder gubernamental y las empresas que divulgan, en la práctica, su información.

La otra relación, clave por cierto, está en las empresas periodísticas y los lectores. Las primeras porque son los actores sociales protagónicos en la producción de contenidos informativos, y los segundos porque debieran ser los ciudadanos emancipados capaces de demandar contenidos inteligibles, inteligentes y de verdadero conocimiento, para entender mejor su realidad; añadiría Marx: para poder transformar su realidad. Este imperativo es tan cierto, como objetivo e imprescindible.

La referencia de Edilberto Aldán a Tom Wolfe, considerado el “padre del Nuevo Periodismo” (Lja, sábado 17/08/2013, Envoltorio de Papaya, Sin brújula. p. 2), da cuenta de su ideal del periodismo,  ser un Emilio Zolá, célebre por su “Yo acuso” (artículo publicado en el periódico L’ Aurore, el 13 de enero de 1898), en denuncia del vergonzoso juicio sumario y sin fundamentos, por supuesto espionaje a favor de Alemania durante la guerra franco-prusiana de 1870, en contra del capitán de origen judío Alfred Dreyfus.

Ante la disyuntiva de hacer periodismo en serio o seguir en la zona de confort de la peor ralea de un provincianismo aferrado en preservar el statu quo y no hacer olas, para no empañar las buenas relaciones con los poderes reales ya sean de nivel local o nacional, y no tocar los intereses dominantes; crece y se agiganta la evidencia de un contraste fundamental: si partimos de un “mea culpa” original, que acepta críticamente la pésima calidad periodística en que pueden caer las empresas locales, habrá que transitar a la dignificación del oficio periodístico inspirado en el “yo acuso”, que informa de una verdad, aunque a gran cantidad de gente y de intereses creados no le importe creer ni entender.

Finalmente, en esto estriba el periodismo de verdad, informar a pesar de quienes creen que pueden vivir eternamente ayunos de auténtico conocimiento, sin referentes inteligibles e inteligentes que les den acceso a la información, única capaz de indicarles el sitio que ocupan realmente, tanto en su historia personal como social. Informarse es capacidad de ser un ciudadano autónomo y emancipado, y que en fuerza de ello mismo está listo para ejercer la confianza y la solidaridad.

franvier2013@gmail.com

 

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