El problema de hoy, es que no tenemos tiempo de ser padres educadores, pasamos la vida trabajando para unos desconocidos llamados hijos, y éstos reciben lo que pueden, y de lo que pueden llenan su cabeza
Empezaré por mi conclusión: los hijos deben ser educados y formados en su conciencia en casa. A la escuela van a aprender matemáticas, porque la vida se aprende al seno familiar, en la casa.
Dicho lo anterior, si los padres carecen de esa formación, es inútil pensar que la sacarán de la generación espontánea propugnada para explicar el origen de la vida.
Recorrido por la escuela
Si usted estudió en el sistema oficial, se acordará lo que aprendió en la primaria: leer, escribir, sumar, restar, dividir, algo de geografía, historia de nuestros héroes, civismo, educación física, a bailar cada año en el festival, hacer manualidades, entre otras cosas.
Luego en la secundaria, aprendió un taller: electricidad, dibujo técnico, mecánica, mecanografía, industria del vestido, entre otros. Además estudió biología, español, inglés, computación, química, civismo, física básica, artística, y así.
Al llegar a la preparatoria, se chutó las clases de lectura y redacción, historia de México, matemáticas, física, química, computación, y otras más que pueden variar dependiendo la institución a la que fue.
Para resumirle la universidad, le indico que usted fue a capacitarse para tener una profesión y un título que le permita ejercerla.
Lo que se aprende en casa
La pregunta es, ¿dónde dice pues, que la escuela debe hacer buenos ciudadanos? En ningún lugar. Es evidente pues, que en la familia, en el contexto social, se aprende todo lo demás: que la puerta se cierra a las 12, que no hay que poner los codos en la mesa, que hay que hacer la tarea y recoger la habitación, que no hay que pelear ni insultar a nadie a menos que sea para defenderse, que hay que respetar a las niñas cuando uno es niño y luego a las mujeres cuando se es adulto, que el zapato derecho va en el pie de ese mismo lado y que uno tiene diferencias físicas evidentes con las niñas.
En casa se aprende a ser honesto, a decir la verdad y a encontrarla. Se aprende a ser leal y a saber defender el honor de la familia, a cuidar a los padres, a respetarlos, a tener una creencia religiosa que le permita ser congruente entre sus ideas y sus actos, en fin. ¿Todo esto le resulta desconocido o no?
Sin duda, los tiempos son otros. No sugiero con lo anterior, que todos tuvimos esas experiencias –es precisamente el estado de las cosas actuales lo que indica que no fue así– pero lo que es innegable es que la informalidad de la educación en casa provoca que no haya una conexión entre las competencias humanas que se aprenden en la familia, con las competencias técnicas o profesionales que debemos aprender para ganarnos la vida.
La primer diferencia de la educación de la casa ya la escribí: la familia debe enseñar a los humanos las normativas llamadas valores. La escuela debe capacitarlo para que los ejerza.
Luego entonces, ante la premura de esta vida acelerada, la familia ha pasado a ser un segundo lugar en que se aprehenden conocimientos. Quitarle este lugar, es padecer una serie de productos humanos bien preparados técnicamente, pero con una voluntad blanda como de gelatina.
La sociedad necesita de manera urgente, darse tiempo. Tiempo para aprender y tiempo para enseñar. Mientras los padres de familia no sepan –muchos en realidad lo ignoran– la función educadora que tienen, y la repercusión social que ello tiene en sus hijos como familia y como sociedad, no podremos afirmar que haya una educación familiar que busque la justicia, al margen de las diferencia y solamente estaremos formando ciudadanos con poca capacidad de ser solidarios y generosos.
El otro gran tema, es que la familia debe ser un espacio en que se eduque la voluntad y la inteligencia. La voluntad para hacer personas capaces de tomar decisiones acertadas. Y la inteligencia para que esas decisiones nos conduzcan a la plenitud. En palabras de José Martí: “Ser cultos para ser libres”. La voluntad y la inteligencia se forman con hábitos buenos y conocimientos, y ello deviene en la libertad. Se es libre cuanto más se sabe y con eso que se sabe se busca el bien.
En la familia se ha de educar para que las personas puedan establecer relaciones humanas profundas y estables –tan socorridas hoy en día– porque en esa medida el tejido social se estrecha y se protege.
Las familias necesitan tiempo para educarse. Necesitan una gran escuela para padres que les dé herramientas para el crecimiento grupal e individual. La respuesta a nuestros problemas es volver a los orígenes, es educar desde las familias. Piénselo, aquellos que se dedican a atacar la familia, saben que de lograrlo, sería el fin de la sociedad. Cuando un ser humano carece del respaldo familiar (educación, convivencia, aprendizaje de padres a hijos y entre hermanos), está solo, frágil e indefenso contra todo lo que lo puede destruir. Solo como un ciervo frente a un león hambriento.
rserrano@up.edu.mx




