Las mujeres tenemos pláticas pendientes, debates que hemos ido postergando históricamente, uno de esos, urgente es descifrar los niveles de violencia que estamos viviendo. Hemos desenmascarado la ineficacia, el fracaso del estado feminicida, denunciar que su idea de seguridad para las mujeres ha representado una dolorosa alza en actos de humillación, vejación, desaparición y feminicidios. Un cúmulo de atrocidades rodean el cuerpo de cada mujer, si es niña o si es vieja, joven o adolescente, la violencia sexual para nosotras es el acto más cotidiano al que algunas logramos sobrevivir.
En esta semana donde mundialmente se alza la voz, donde se grita ¡ya basta! contra la violencia hacia las mujeres necesitamos detenernos y hablar entre nosotras. La otra cara de la moneda, el amor romántico, la ceguera que está llevando a miles de mujeres a la tumba. La idea de feminidad y masculinidad no sólo en el cuerpo de la mujer y el hombre, sino en la misma estructura amorosa, en el mismo proyecto de vida, en el lugar en que ellos se yerguen y en el que nosotras somos relegadas, abnegadamente asumimos la peor parte de esta idea de amor, las que aman a pesar de todo.
Como feminista a veces me siento impotente para generar estos cambios de imaginario, de amores concretos. Mientras vamos desentrañando más la peligrosidad del amor romántico, la monogamia, el matrimonio, por otro lado muchas mujeres jóvenes principalmente, siguen construyéndose perfectamente acomodadas en el cliché de la feminidad. Tan preocupadas por ser aceptadas, por ser amadas por ese que las violenta. Dice la feminista chilena Margarita Pisano en Incidencias Lésbicas o el amor al propio reflejo: Debemos tener claro que la feminidad es una construcción organizada dentro de la masculinidad y en función de ella.
Estoy segura que uno de los cambios más esperados por el feminismo es hacer mujeres jóvenes más autónomas, libres, decididas, pero ¿por qué no han querido entender que la construcción de la feminidad les asigna un lugar en donde siempre hay que hacerse las tontas? Sé que la resistencia responde a un aprendizaje condicionado, dejar que sea el otro, el fuerte, el objetivo, quien decida por nosotras, por nuestra vida y nuestro cuerpo. Una y otra vez miro a mujeres jóvenes con liderazgo social, académico, cultural, veo la forma en que se van sometiendo a un corset amoroso, que las va asfixiando en la libertad y la potencialización de sus deseos y capacidades.
Según datos del INEGI y de la ONU en México 7 de cada 10 mujeres aceptan haber vivido violencia y de esas 7, cuatro mujeres la han recibido de un hombre con quien tuvieron una relación sentimental. El sector más vulnerable son las mujeres entre los 18 y 35 años, no sólo son las que más corren riesgo de ser víctimas de los “levantones de placer” que muchas organizaciones de mujeres desaparecidas han denunciado, por cierto levantones que hacen los grupos del crimen organizado pero también los cuerpos policiacos y castrenses como ya se ha documentado en Chihuahua y Nuevo León, sólo por citar algunos estados. Además de esta amenaza causada por el hervidero de violencia que hay en el país, muchas de estas jóvenes son violentadas por esos con quienes compartían la vida. Y esa es la larga plática que nos debemos las mujeres, ¿por qué el amor sigue siendo inmensamente doloroso, humillante, controlador, por qué lo único que les interesa de los hombres es su masculinidad, su reconocimiento y no su violencia?
Las mujeres que se declaran profundamente heterosexuales, que divinizan el cuerpo masculino, como cuerpo simbólico que necesitan y adoran, y que, sin embargo, es el que las menosprecia, el que las ha sometido a la secundaridad de la especie humana, ha hecho posible la permanencia y omnipotencia de la masculinidad, manteniéndonos en esta extranjería sobre nuestro propio cuerpo.
¿Por qué no comenzamos a mirarnos a nosotras mismas poniendo límites en serio a la violencia amorosa que se ejerce en la pareja? La feminidad no sólo se trata de ponerse tacones, de pintarse y esconder el color de la piel, de asumir estándares colonizadores sobre el cuerpo de las mujeres, también implica colocarnos en la forma en que la masculinidad a organizado a la sociedad, también nos asigna el silencio, la sumisión, la falta de poder para decidir sobre nuestra vida, la feminidad nos coloca al lado opuesto del que es amado, nos condena a amar sin límites, sin dignidad. A pasar con los ojos cerrados los capítulos de violencia que vamos acumulando hasta normalizarla. A guardar silencio creyendo que eso nos protegerá.
Cuando las lesbianas colocamos la voz exigiendo a las otras mujeres estos diálogos a veces se nos descalifica precisamente por ser lesbianas, la heterosexualidad obligatoria tiene muchas tretas para no permitir la salida de las femeninas del plano de dominio masculino. Hace normativa e impensable la vida fuera de la adoración y el dominio de los cuerpos masculinos y desprecia sistemáticamente lo femenino, vaya juego.
Por estos días seguiremos escuchando, cifras y más cifras de la violencia hacia las mujeres, los imperdonables feminicidios, pero nosotras las feministas ya no podemos seguir postergando la discusión de raíz. Esta violencia está encubierta en una idea, la feminidad como menosprecio. Si el 60% de mujeres que han vivido violencia la han recibido de su pareja ¿no creen que ya sea tiempo de ese diálogo impostergable sobre la heterosexualidad obligatoria?
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