Una de las cosas que más me llaman la atención del blues, entre muchas más, por supuesto, es que no se transforma ni se adapta al paso del tiempo, es en este caso el tiempo, el adorable anciano llamado Cronos, quien tiene que respetar y adaptarse al blues. El blues no es un lenguaje musical ecléctico, como por ejemplo el jazz o el rock, en el caso de estos dos géneros musicales su indiscutible elasticidad les ha permitido cobijar, creo que ese es el término correcto, cobijar, a otras formas musicales, que en sus orígenes no eran sólo diferentes, eran incluso antagónicas, al menos lo eran el los perfiles más puristas y estrictos del jazz y el rock, pero el purismo en estos dos géneros musicales hace ya tiempo que perdió su vigencia, el rock y el jazz son perfectamente maleables y adaptables, como el agua, que toma la forma del recipiente que la contiene.
El blues es un caso aparte, desde sus inicios, a mediados del siglo XIX, ha permanecido siempre igual en su celosa estructura de 12 compases y con una gran riqueza de contenido, tanto desde el punto de vista social como artístico, aún cuando los recursos empleados para su ejecución no sean más que una sólida y contundente sección rítmica, formada generalmente por un bajo y la batería e instrumentos melódicos como el piano, la guitarra o la armónica, principalmente, aunque no se descarta la posibilidad de emplear otro tipo de instrumentos como el sax, la trompeta, el órgano Hammond, o algún instrumento de cuerda frotada. Tengo en mente una canción de Savoy Brown, un delicioso blues tocado con cello, violín y contrabajo, la verdad no recuerdo el nombre de la canción ni en qué disco viene, y para ser sincero contigo, me da flojera ponerme a buscar entre mis discos de Savoy Brown cuál es esa canción, dejémoslo así, ya habrá tiempo de localizarla con más calma.
El blues, a pesar de las estrechas posibilidades en su instrumentación, posee una inagotable riqueza en sus formas de expresión teniendo en la improvisación uno de sus principales pilares, aunque esta aparente austeridad en la dotación instrumental de un blues no debe hacernos olvidar, por ejemplo, las pretensiones musicales de B.B. King y su implacable tendencia al gigantismo que lo llevó a orquestar solventemente algunos de sus temas clásicos y presentarlos en concierto con el grupo de jazz The Crussaders, y la Orquesta Sinfónica de la BBC en vivo desde el mítico Royal Albert Hall de Londres; sin embargo, a pesar de todo este montaje espectacular, en el fondo sigue siendo blues, el mismo y humilde rústico blues que surgió en las pantanosas regiones del sureste de los Estados Unidos y que emigró a Chicago en busca de mejores posibilidades de expresión.
Sin perder su identidad, humildad y rusticidad, el blues está presente en la música de algunos de los más influyentes grupos de rock de los años 60’s y 70’s, el blues es la base de la música de Creedence, de Free, de Cactus, de Grand Funk, de la Banda Chicago, cuando la guitarra de Terry Kath marcaba la ruta que su música debería seguir. Encontramos el blues en la base musical de Grateful Dead, de Allman Brothers Band, Frank Zappa, y por supuesto en la música de Janis Joplin, Jimi Hendrix y The Doors. Pero es en la música de algunos ingleses en donde el blues impactó con fuerza incontenible: Led Zeppelin, The Cream, Ten Years After, Fleetwood Mac, John Mayall, los Rolling Stones, en sus inicios… la lista es interminable. Sin embargo, a pesar de que los ingleses encontraron en el blues el pretexto perfecto para externar sus inquietudes sociales y musicales, resulta imposible que estos íconos del blues blanco, como Peter Green, John Mayall, Eric Clapton, Stevie Winwood, Jack Bruce, Alvin Lee, Keith Richards y muchos más tuvieran los mismos resultados al tocar el blues que aquellos afroamericanos que nacieron o crecieron a orillas del río Mississippi, y que directa o indirectamente vivieron la esclavitud y pagaron las consecuencias de haberse atrevido a nacer con el color de piel más oscuro. Seguramente aquellos jornaleros que trabajaban de sol a sol a temperaturas muy altas en los campos de algodón al sureste de los Estados Unidos, no tenían la más remota posibilidad de ingresar a una academia o conservatorio de música, simplemente tomaron su guitarra y su armónica y se pusieron a improvisar coplas sobra la situación difícil que vivían, sobre la cárcel, el tren, las agotadoras jornadas laborales, la enfermedad, la muerte, la encrucijada en el camino. No había formación académica, pero sí una sensibilidad a flor de piel que reclamaba salir y expresarse libremente. Es imposible tocar el blues con esa misma profundidad, con esa misma sensibilidad cuando no se ha sufrido esa violación a los más elementales derechos humanos. Podrá haber una mejor técnica, pero jamás esa intensidad, esa sensibilidad y el blues es, sobre cualquier cosa, una profunda sensibilidad.
Escuchar el blues con aquellos pioneros es un verdadero placer, Muddy Watres, Mildred Bailey, Big Bill Bronzy, John Lee Hooker, Blind Lemon Jefferson, Sonny Boy Williamson, Ma Rainey, T. Bone Walker… es un acto ritual, por eso no nos queda más que decir con B.B.King: “Gracias por amar el Blues”.