El caso del policía Jesús Beltrán Herrera detenido por haber violado al menos a cinco mujeres del sector oriente de la ciudad, cuatro de ellas menores de edad, revela lo que ha significado la supuesta seguridad para miles de mujeres adolescentes y deja al descubierto las condiciones lamentables en que vivimos las ciudadanas a merced de la impunidad machista.
La historia de este uniformado adscrito a la policía comercial tenía un modus operandi bastante “normal” pues escudándose en la idea de la seguridad detenía a la que sería su víctima, le levantaba cargos que él mismo se inventaba, obligadamente las subía a un automóvil particular y no a una patrulla, y se las llevaba al despoblado donde las violaba, les robaba y luego, impunemente, se alejaba del lugar esperando la siguiente joven.
Este policía presuntamente es responsable de violaciones cometidas desde el pasado 2013, y desde luego que no sería nada descabellado pensar que antes del año pasado ya había atacado a otras mujeres. ¿Por qué nunca se detectó un elemento así, acaso la misoginia es invisible? ¿O los requisitos para la seguridad pública omiten el comportamiento machista?
La experiencia de la violación sexual es una muy común desafortunadamente, y peor aún, una vivencia que la sociedad ha naturalizado. Desde luego que en buena medida esta violencia no importa a la sociedad porque quienes la viven mayormente somos las mujeres y una cultura misógina como en la que vivimos hace que, ante un hecho sistemático, histórico, repetitivo las mismas autoridades minimicen e incluso omitan “tocar el tema” porque no es de su correspondencia. Aunque verdaderamente lo que hacen con su silencio y con su complicidad es legitimar la violación de las mujeres.
Permitir que el orden social siga funcionando intacto, su falta de iniciativa, de acciones determinantes que sancionen estos hechos, hacen que culturalmente se siga permitiendo la violación como un hecho que se puede cometer, aunque ellos no lo cometan, aunque ellos digan que no lo aprueban; su pasividad alimenta la idea de que es posible salir y violar mujeres adolescentes o desaparecerlas o venderlas, total nunca es correspondencia de nadie detener estos actos humillantes.
Ante estos hechos que quiebran la dignidad de las humanas, con tal grado de impunidad que este policía actúo desde hace al menos un año, el presidente municipal Juan Antonio Martín del Campo desatinadamente da unas cuantas palabras en torno al “tema”: Anuncia una limpia en la corporación policíaca, endurecer los exámenes de confianza y demás filtros que marca el mando único y se reforzará la videovigilancia. Pero se analizará si las cámaras existentes serán o no reemplazadas porque quizá ya sean obsoletas, y de paso, dijo que en torno al caso del balneario Ojocaliente el municipio no tiene facultades en ese tema pero respecto a otro, a lo de las cuentas que debe la ciudadanía a la pensión municipal, señaló estar interesado en buscar a través del cabildo descuentos, y con singular agrado, remató que en su viaje a California habrá beneficios de seguridad y medio ambiente. ¿Y dónde quedó el tema de la violación de al menos cinco mujeres?
Terrible verdad, la forma en que todo importa, los descuentos, el medio ambiente, las cámaras, la supuesta “limpia” que se hará a la policía. Con todos esos temas se busca tener una mayor atención de la ciudadanía minimizando la violencia que las mujeres vivimos en Aguascalientes. Esa es la complicidad entre el sistema, las autoridades y la sociedad que han venido normalizando la violación sexual como un destino, desafortunado pero inevitable.
Es triste que se crea que una acción alertará a las autoridades para detener las violaciones en contra de las mujeres. Se apuesta por la videovigilancia porque no se tiene ni la menor idea de qué hacer respecto a la seguridad de las mujeres, sobre todo de las que son más atacadas sexualmente, las de entre 14 y 24 años. Voluntaria o involuntariamente se sigue siendo cómplice de quienes ejercen violencia y se sigue dejando en desventaja al otro grupo, al de las jóvenes.
Dice Oswaldo Montoya, integrante de un colectivo de hombres contra la violencia, que hay hombres que aplauden la conducta machista de nuestro “broderes”; pero en otros casos simplemente nos quedamos callados, y nos sentimos cómplices por no hacer nada al respecto y preferimos el silencio antes que confrontar el machismo; por otro lado Robert Connel, sociólogo australiano, señala que la mayoría de los hombres son cómplices del proyecto dominante de masculinidad aunque no logremos practicarlo totalmente, ya que a fin de cuentas todos los hombres nos “beneficiamos” del machismo de otros hombres. Cada vez que un hombre maltrata a una mujer, se reafirma el mensaje que los hombres tienen poder sobre las mujeres. Así, muchos otros hombres individuales no necesitamos golpear a las mujeres porque basta con que unos lo hagan para que todas las mujeres “agarren la señal”: los hombres tienen el permiso cultural de maltratar a las mujeres si sienten amenazado su poder.
No es que no se sepa qué hacer con este caso, que no se pueda hacer nada que asegure el derecho de las mujeres a vivir en paz; es que hay un mecanismo instalado en los mandatarios, en las autoridades y medios de comunicación que se llama machismo, al que le rinden absoluta fidelidad, del que se benefician y por el que guardan absoluto silencio.
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