Les comentaba la semana pasada que, a pesar de lo que muchos pudieran pensar y de lo que indican las nominaciones a los distintos premios de la industria fílmica, existe otro cine comercial fuera del que realiza Hollywood, y puede ser que tecnológicamente o en avances visuales y de sonido no pueda compararse a las grandes producciones norteamericanas, pero en cuestión de historia muchas veces se las llevan de calle.
Ese es precisamente el caso de Cuestión de Tiempo, una peliculita inglesa que, para mí, se come a todas las grandes -y millonarias- producciones que están ahorita en cartelera y, para ser honesta, también se “almuerza” a varias que se estrenaron el año pasado y hasta a una que otra nominada al Oscar.
Cuando vi el trailer de esta cinta, me dieron ganas de verla porque pensé que tendría tintes de ciencia ficción, después, con la vorágine de estrenos de las “nominadas”, la verdad es que me olvidé de ella, hasta que me vi frente a la taquilla tratando de empatar alguna de esas películas “estrella” con el horario y mi tiempo disponible. Fue la suerte -y la poca disposición que tengo para esperar- la que me puso frente a Cuestión de tiempo, así que entré a la sala sin saber nada de nada, más allá de lo que aparecía en el corto promocional.
Me desanimé un poco cuando vi que el director era Richard Curtis, pues sé que se especializa en comedias románticas y, si yo no soy gran fan de éstas, mi marido lo es menos, así que me resigné a esperar su comentario sarcástico, el cual no tardó en llegar “es una chick flick” me dijo, y no tuve otra que asentir.
¡Qué equivocada estaba! Y muy feliz de estarlo, pues, aunque en la primera media hora podría parecer que era una de esas “películas que derraman miel”, si tienen un poco de paciencia se darán cuenta de que es mucho más que eso.
Cuestión de tiempo trata de una historia que le habla al corazón del espectador en muchos otros niveles que van más allá del romanticismo, es una trama sencilla, sin grandes complicaciones de esas creadas sólo para mantener a la audiencia entretenida. Los conflictos y nudos en la historia se desprenden de los problemas reales que podríamos tener cualquiera de nosotros en nuestra vida, y por ello, resultan interesantes.
Tim es un joven sencillo, con una familia peculiar, pero tan peculiar como podría ser la de cualquiera, el día de su cumpleaños 21, su padre -interpretado por un absolutamente maravilloso Bill Nighy- le cuenta el secreto de la familia: todos los varones tienen la posibilidad de viajar en el tiempo, con alguna serie de reglas y especificaciones al respecto. Sólo es cuestión de encontrar un lugar obscuro y solitario, cerrar los ojos y apretar los puños mientras se piensa en el momento (de su propia vida) al que quiere regresar, y ¡listo!
El secreto viene con algunos importantes consejos por parte del padre, como la sugerencia de evitar utilizar el don para ganar dinero -eso arruinó la vida del abuelo- y la recomendación de que trate de no alterar demasiado las cosas en el pasado para evitar el “efecto mariposa”.
Una vez que pasó la sorpresa y la incredulidad, Tim tiene sólo un uso en mente para su don, encontrar el amor, pero los primeros intentos que hace resultan una desilusión y decide seguir con su vida, esperando que con el paso del tiempo pueda utilizar su habilidad para alcanzar su meta.
Curiosamente, el amor toca a la puerta sin necesidad de viajar al pasado, pues conoce a Mary en una “cita a ciegas” no obstante, al tratar de arreglar la vida de un amigo, pierde el momento en el que se encontró con Mary y requiere de mucho esfuerzo y paciencia, y un montón de viajes al pasado, para volver a encontrarse con su amada.
Una vez conseguido el amor, las travesías al pasado se van espaciando, y sólo hace uso de ellas para intentar arreglar los problemas de su hermana y para exprimirle a la vida una mejor experiencia, repitiendo cada día con una mejor actitud que en la primera vuelta.
A pesar de lo que pueda parecer con esta pequeña reseña, los viajes en el tiempo no son lo más importante de este filme, la celebración de la vida, la necesidad de aprovechar el momento presente, saborear los instantes, disfrutar al máximo cada experiencia, así como a las persona que tenemos a nuestro lado, corregir el rumbo y seguir adelante, en pocas palabras, lo que este largometraje celebra es la búsqueda de la felicidad.
Quizás suene muy cursi todo esto, pero les prometo que la experiencia vale la pena. Pero sí me gustaría hacerles una advertencia, esta es una película para sentir, no para pensar, pues, como sucede con todos los filmes que abordan los viajes en el tiempo, tiene muchos “errores” de continuidad y, a lo mejor, hasta de lógica. No obstante, si son capaces de dejar pasar estos lapsos, yo les aseguro que van a disfrutarla.
¿Han tenido ese pensamiento fugaz de “Cómo me gustaría tener cinco minutos más con… o en….”, llene usted el espacio con el nombre de un ser querido, una experiencia o cualquier otra cosa que su corazón anhele? Pues ese es precisamente el espíritu de Cuestión de tiempo, todo presentado de una manera ligera, sencilla y divertida -aunque de seguro se derramarán algunas lagrimitas-. Es cierto que dura poco más de dos horas, sin embargo, cuando uno sale del cine, la sensación es que la cinta dura el tiempo exacto, poco menos, la hubiera dejado corta y un poco más, ya habría sido excesivo.
Producción: Tim Bevan, Eric Fellner y Nicky Kentish; Dirección y Guión: Richard Curtis; Fotografía: John Guleserian; Edición: Mark Day; Música: Nick Laird-Clowes; Elenco: Domhnall Gleeson, Rachel McAdams, Bill Nighy, Lindsay Duncan, Lydia Wilson, Tom Hollander, Margot Robbie y Joshua McGuire; duración: 2 horas 4 minutos




