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viernes, diciembre 5, 2025

Round de sombra / Envoltorio de papaya

Edilberto Aldán
Edilberto Aldánhttp://edilbertoaldan.blogspot.com/
Ex Director Editorial LJA.MX (2012 - 2024)

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Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina

Previo al combate con Goliat, David rechaza casco y coraza, jamás ha vestido armadura, no sabría qué hacer con ella; rumbo a su destino, recoge cinco piedras lisas del arroyo y con ellas en la bolsa enfrenta al gigante:

Y aconteció que cuando el filisteo se levantó y echó a andar para ir al encuentro de David, David se dio prisa, y corrió a la línea de batalla contra el filisteo.

Y metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y la tiró con la honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra.

Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano.

1 Samuel 17 (Reina-Valera 1960)

Hermoso, el pequeño derrota a Goliat. No se requieren más datos para arroparse en esa historia, vamos, ni siquiera se requiere leerla para usarla y lograr la empatía del público; tendemos a colocarnos de lado de los pequeños; a pesar de que historias como la de David y Goliat se multiplican en todas las literaturas, que hay montones de leyendas que narran cómo entre más grande el enemigo con mayor facilidad cae, el imaginario se pliega a la convención para no quitar suspenso antes del consabido final.

Todos somos pequeños

El gigante actual tiene muchos nombres, desde el sistema y el gobierno, pasando por los poderes fácticos, autoridades y jerarquías sin rostro que colocamos en nuestro camino para señalar que nos impiden llegar a nuestra meta.

Se le da cuerpo a una sombra para evitar nombrarla. Si se convence al otro de que frente a nosotros está Goliat, con seguridad obtendremos adeptos a nuestra causa; se da por sentado que nadie criticará los medios empleados para conseguir la victoria de nuestra empresa; si se cumple al pie de la letra la fábula, no se cuestionará si se hizo trampa.

Con eso en mente, cada vez son más quienes se quejan de censura, persecución y denuncian la existencia de un gigante que los acosa e impide moverse con libertad. Bastan tiempo y estridencia para que se olviden los motivos de la queja y sólo se vea cómo el sistema, los poderes fácticos, etcétera, se oponen.

El medio es el mensaje

No hay novedad en esta táctica, sólo que ahora se cuenta con medios que agrandan la protesta, y si a eso se le suma la capacidad desarrollada para leer superficialmente y la proclividad a la sospecha, basta que alguien se queje de que, por ejemplo, su cuenta en Twitter fue suspendida para declararse víctima de la censura. Lo mismo a través de Facebook, donde se multiplican las quejas porque una publicación no aparece; la mayoría de las veces (y sí, es una generalización) por la ineptitud del usuario, pero el camino más corto es el de la denuncia. Los casos se reproducen constantes, al grado que a pesar de su inutilidad valdría realizar un análisis de cuántos de esas ocasiones la acusación no tiene motivo, sólo para confirmar las variedades de hacerse el mártir.

No me quiten mi derecho a odiar

Presos del buenpedismo y la corrección política, sacrificamos con facilidad nuestra empatía ante el que acusa y en pocas ocasiones se buscan el origen de la denuncia. En Twitter suspenden una cuenta, el usuario busca la forma de gritar que fue interrumpido el servicio e inmediatamente se suman las voces que exigen al gigante que deje de reprimir al pequeño. No importa si ese David empleaba su cuenta para la difusión de pornografía o, peor aún, la transmisión de mensajes de odio.

Previo al acceso a casi todas las redes sociales hay unos términos de servicio que, por supuesto, nadie lee; suelen ser larguísimos y poco claros, quizá a excepción de las reglas que permitirán sancionar al usuario con la suspensión de su cuenta.

En España, tras el asesinato Isabel Carrasco, presidenta de la diputación de León y líder del PP, comenzaron a aparecer insultos en las redes sociales, al grado que “los mensajes antisemitas vertidos contra el equipo israelí del Maccabi han renovado un debate que lleva sobre la mesa desde la popularización de Twitter y Facebook. La diferencia ahora es que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha pedido perseguir los ‘mensajes de odio’ en la Red y su llamamiento ha venido acompañado de dos detenciones entre quienes celebraron el asesinato de Carrasco”. (El País, http://goo.gl/xCPcwk)

¿Hay realmente tanto odio en las redes?, se pregunta el periódico y la nota de Miguel Ángel Medina indica que no es para tanto, que el odio es minoritario. En México, la cuenta de Alfredo Jalife Rahme fue suspendida y acusó a Enrique Krauze y el secretario de Hacienda, Luis Videgaray Caso; no pasó mucho tiempo sin permiso para acceder a Twitter el declarado antisionista, pero las muestras de solidaridad se multiplicaron, el sistema, los poderes fácticos, los gigantes en contra de un pequeño opinador… Muy pocos fueron los que se preguntaron por la calidad de sus opiniones, por sus mensajes de odio, por su apología del delito. Si uno se atrevía a preguntar si el autoproclamado “Premio Nobel de la Paz 1985” no violó alguno de las reglas de uso de Twitter, inmediatamente era señalado por estar a favor de la censura.

Sí, todos tenemos derecho a opinar, eso no significa que todas las opiniones sean válidas; tampoco que sea nuestra obligación permitir que se envilezcan los medios de comunicación con mensajes de odio y lo menos que se puede demandar es moderación. Colocaría un mensaje de los muchos, muchísimos, que muestran la estatura moral y capacidad intelectual de Alfredo Jalife Rahme como muestra, pero no lo voy a hacer, porque creo que quien sea anime a leerme no merece ese insulto. Lo peor, es que no es el único, los casos se multiplican, van los disfrazados David jugando rounds de sombra, pero los golpes, su ignorancia sí nos marca.

Somos víctimas de los que se disfrazan de pequeños, temerosos de ser señalados como intolerantes, preferimos quedarnos callados ante las faltas de los David con tal de que no se nos acuse de estar en contra de la libertad de expresión, pero el odio y la ignorancia no merece nuestro oídos.

Coda

En el cerebro de mi enemigo no había otra cosa que su propio cuerpo, sólo que en pequeño, sólo pensaba en su figura.

Lichtenberg

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