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viernes, diciembre 5, 2025

David G. Berlanga. Profesor e intelectual de la Revolución en Aguascalientes

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Por Enrique Rodríguez Varela

 

Debo confesar que de los personajes de la historia de Aguascalientes, por simpatía, han sido pocos los que han llamado poderosamente mi atención, volviéndose mis personajes favoritos. Tan pocos que los puedo contar con los dedos de una sola mano: Esteban Ávila, Alberto Fuentes Dávila, David G. Berlanga y Ramón López Velarde.

El primero, escritor romántico y político liberal, de ideas radicales, “el más rojo entre los rojos”, fue gobernador de Aguascalientes a principios de los años 60 del siglo XIX, cuando la República y la Reforma se hallaban en peligro. Esteban Ávila fue un perdedor, un outsider, un hombre adelantado a su tiempo. Si otro hubiera sido su destino, tal vez este auditorio llevaría su nombre. Pero ya sabemos que en la parcela de los historiadores el hubiera no existe, y hoy, en el Aguascalientes del siglo XXI, no contamos ni siquiera con una calle que nos recuerde su nombre.

Los otros tres, Alberto, David y Ramón fueron contemporáneos. Norteños los tres. David de cepa coahuilense y Ramón zacatecano. En la segunda década del siglo XX, el viento que barrió a México cruzó sus caminos. Aguascalientes, que históricamente ha sido un cruce de senderos, fue el punto de encuentro y desencuentro. Para Berlanga y López Velarde, también San Luis Potosí sería motivo de sus disputas y querencias. Alberto y Ramón fueron militantes del maderismo triunfante. Hoy, aquí y ahora, noventa años después, David G. Berlanga nos convoca y nos reúne.

Luciano Ramírez nos entrega un libro que es fruto de varios años de investigación histórica, de una búsqueda paciente y perseverante en archivos y hemerotecas, de una amplia y detallada consulta de fuentes bibliográficas alusivas a su tema. Hace explícito el objetivo de su trabajo, cuando en el prefacio advierte que su propósito fue investigar la trayectoria de David G. Berlanga, sus aportaciones al movimiento revolucionario y las corrientes ideológicas que fueron las fuentes nutricias de su pensamiento. Y también, haciéndole eco a una preocupación de uno de sus colegas, afirma: “Dentro de la abundante historiografía de la Revolución Mexicana, existen pocos trabajos acerca de la participación de los intelectuales en el proceso revolucionario, tema que por cierto es un campo abierto y todavía no suficientemente estudiado por los historiadores”. Así pues, Luciano Ramírez nos entrega una historia de vida, la vida de un intelectual.

El resultado es la biografía de un “credo revolucionario”, el credo de David G. Berlanga, “el profesor”, el revolucionario ecléctico pero intachable, el intelectual digno y honesto que no obstante su fascinación por el cambio político y social, el verdadero cambio… mantiene su distancia crítica frente al poder, se mantiene fiel a sus principios, de cara a los caprichos del caudillo, o mejor dicho, de los caudillos. En la actualidad, cuando la honestidad y la dignidad no son prendas muy apreciadas por nuestra sociedad, cuando son palabras que han perdido su íntimo y profundo significado moral, Luciano Ramírez nos obsequia la biografía intelectual de un hombre sui generis en la encrucijada de la Revolución Mexicana. Abrigo esperanzas de que algo podamos aprender de ella.

A lo largo de cinco capítulos y trescientas páginas, el autor comparte el fruto de sus afanes, nos narra su historia. La vida de David G. Berlanga es puente entre dos siglos, es enlace entre dos regímenes políticos, es nudo de diversas corrientes del pensamiento. Es viajera sin amarres ni puerto fijo. Su vida transcurre durante los últimos catorce años del siglo XIX y los primeros catorce años del siglo XX. Modela su vocación y personalidad entre los vientos otoñales del Porfiriato y los vientos de fronda de la revolución. De la admiración por Enrique C. Rébsamen, a su cercanía ideológica con Filomeno Mata, Antonio I. Villarreal y Eulalio Gutiérrez. Transita del aula escolar a la trinchera y del despacho a la asamblea revolucionaria. Su pensamiento anuda las ideas del liberalismo mexicano, anticlerical y jacobino, las ideas de la filosofía positivista (Comte, Spencer, Darwin) y las ideas del socialismo, tal vez utópico (Saint Simon), tal vez anarquista (Rhodakanaty).

Como buen norteño, su vida será nómada; parte de Coahuila, su cuna, para seguir su ruta por la ciudad de México, luego a Europa (Alemania y Francia), de regreso a México, continúa por San Luis Potosí, La Habana, Nuevo León, Aguascalientes, la ciudad de México, otra vez Aguascalientes, y por último, el retorno maléfico a la región más transparente. Allí, por órdenes de Pancho Villa, con íntimo estoicismo revolucionario, recibe la muerte.

David G. Berlanga, por formación y por vocación, fue un profesor de primaria y un intelectual revolucionario. El investigador Alberto Arnaut Salgado, en su espléndido libro Historia de una profesión. Los maestros de educación primaria en México 1887-1994, nos dice que las escuelas normales fueron lo mismo nido de conservadores que cuna de revolucionarios, que la participación del magisterio en la lucha armada fue muy diversa, pero a todos los transformó la revolución. Hubo tanto maestros revolucionarios como maestros víctimas de la revolución. En Berlanga encarnan los dos prototipos señalados.

Respecto a los profesores revolucionarios, tal vez los menos, afirma que “participaron al lado de alguna de las facciones o grupos revolucionarios como ideólogos, escribanos, secretarios y consejeros de los jefes, organizadores y dirigentes de campesinos y obreros. Incluso algunos de ellos llegaron a ser jefes políticos y militares”.

No olvidar que David Berlanga fue en San Luis Potosí, Nuevo León y Aguascalientes, funcionario público, ideólogo y consejero del Dr. Rafael Cepeda, de Antonio Villarreal y de Alberto Fuentes, dirigentes revolucionarios intermedios, tal y como los llama Luciano Ramírez. Tampoco olvidemos que por su participación en los hechos de armas alcanzó el grado de Teniente Coronel.

Arnaut también afirma que el patriotismo profesional y el nacionalismo educativo y pedagógico del magisterio normalista acentuó su politización por lo menos en cuatro sentidos: a) una mayor intervención directa del profesorado para designar autoridades; b) una mayor participación del profesorado para decidir las políticas educativas y pedagógicas; c) una mayor participación del magisterio en la vida política nacional y d) una penetración mucho más visible y directa de la política y los políticos en el ramo de la instrucción pública. Cuatro puntos ante los cuales Berlanga no fue ajeno, sino por el contrario, protagonista decidido.

¿Cómo explicar la participación del magisterio en general y de Berlanga en particular en el conflicto armado y al lado de los líderes revolucionarios? Arnaut responde que “los maestros primarios tuvieron un menor desprecio que los universitarios hacia los ‘iletrados’, ‘ignorantes’ y, a veces, ‘salvajes jefes revolucionarios”.

Recordemos, por ejemplo, las confrontaciones que tuvo Berlanga con Luis Cabrera, Felipe Ángeles, Roque González Garza y Antonio Díaz Soto y Gama, entre otros. O sea, en otras palabras, en la revolución había de intelectuales a intelectuales, unos eran más intelectuales que otros ¿o no? Porque como dice Víctor Roura, “a veces un intelectual no lo es por decisión de otros intelectuales. La intelectualidad, como la política, es cosa de alianzas, coaliciones, convenios, tratados, conspiraciones, pactos, contubernios, amistades, referencias, padrinazgos”. O si nos ponemos al día, más modernos, hoy la intelectualidad es cosa de consejos, becas, asesorías y consultorías.

¿Pero qué tipo de intelectual era David G. Berlanga? Si nos atenemos a su trayectoria y a su participación en la revolución, del tipo que Edward W. Said describe en su libro Representaciones del intelectual, un intelectual no es un profesional más, es “un ser aparte, alguien capaz de decirle la verdad al poder, un individuo duro, elocuente, inmensamente valiente y aguerrido para quien ningún poder mundano es demasiado grande e imponente como para no criticarlo y censurarlo con toda intención”.

 

Ahora sabemos, por el trabajo de Luciano Ramírez, que el plumaje intelectual y revolucionario de David Berlanga no se manchó ni por la servidumbre ni por la codicia que despertaba el poder de la revolución.

Por estas mismas fechas, hace exactamente 90 años, ante el asombro de nuestros paisanos, comenzaron a llegar a nuestra ciudad los delegados a la Soberana Convención. Hoy, que el antiguo régimen se niega a morir, que el presidencialismo y su partido hegemónico se desmoronan, que las cúpulas partidistas disputan en los medios sus ambiciones y no son capaces de confrontar en el congreso sus ideologías y principios, obstaculizando los programas, los acuerdos y el consenso, que la sociedad civil está harta de la política y desencantada de la democracia, que la tan multicitada transición no culmina, bien valdría la pena que todos juntos volteáramos nuestra mirada hacia la Soberana Convención Revolucionaria, que valoráramos en su justa dimensión el diálogo y la pluralidad de ideas y propuestas de reforma que allí surgieron, y que no caigamos en el mismo error de fracasar a la hora de hermanarnos en un solo proyecto de nación y país.

Hay que agradecerle a Luciano el rescate y la actualización de David G. Berlanga, esta minuciosa y detallada historia de vida. Para concluir, lo que no me gustó. Aunque parezca contradictorio, pero no sería honesto si las flores no fueran acompañadas de espinas. Lo que cambiaría. El título, no corresponde. El título es la primera apelación que el autor hace al lector para llamar su atención. Uno se va con la finta de que la ciudad de Aguascalientes es la protagonista de la historia, y que Berlanga y a convención son los personajes secundarios, y no es así.

Lo que sobra. El personaje central, el protagonista principal de esta historia es David G. Berlanga, por lo tanto, me parecen excesivas las digresiones en que incurre, párrafos y páginas enteras que solo distraen el hilo conductor de la narración y que no aportan nada, o casi nada a la comprensión y a la trama de la historia. Igual, las múltiples reiteraciones sobre hechos y/o apreciaciones alusivas a Berlanga, sin mayor explicación o interpretación.

Lo que le falta. Más rigor crítico sobre las fuentes, sobre todo de las hemerográficas, no se les cuestiona ni se les confronta, se les deja que hablen por sí solas, dando por supuestas su validez y veracidad, y en ocasiones dejándose arrastrar por el maniqueísmo en la interpretación.

Lo que omite. La confrontación crítica que tuvo Ramón López Velarde, a través de la prensa, con Rafael Cepeda, Alberto Fuentes Dávila y David G. Berlanga. Descalificar estas discrepancias políticas bajo el supuesto de que el poeta era católico y reaccionario, no se justifica. Entre ellos hubo fuertes diferencias de apreciación, pero también hubo coincidencias y semejanzas, por ejemplo: ambos fueron críticos del obispo Valdespino y del celibato de los sacerdotes.

Con lo que discrepo. No estoy de acuerdo con Luciano cuando afirma que Martín Luis Guzmán, en su novela El águila y la serpiente, se dedica a atacar y despreciar a Pancho Villa, y mucho menos que Berlanga haya sido sólo un pretexto, un recurso literario para manifestar su desprecio por el Centauro del Norte. Guzmán no necesitaba de estas licencias literarias para expresar lo que pensaba sobre cada uno de los caudillos de la Revolución, ni la vida y la muerte de Berlanga necesitaban de recursos y pretextos literarios para brillar con luz propia.

 

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