We live in a society exquisitely dependent on
science and technology, in which hardly anyone
knows anything about science and technology.
Carl Sagan
Nuestra nación vive un momento decisivo, el Gobierno de la República promueve una serie de reformas que de acuerdo con su discurso, son indispensables para transformar a nuestro país en el mundo de oportunidades y desarrollo que reclama la mayoría de sus habitantes, sin embargo, diversos grupos políticos y sociales señalan que las reformas son insuficientes, en las versiones más amables, o incluso son tachadas de contrarias totalmente a los propósitos declarados. Esta confrontación podría ser sana, nada mejor para el desarrollo intelectual de una sociedad, que el establecer un debate ordenado para definir los objetivos a perseguir, la prioridad con que serán atendidos y los medios por los cuales se perseguirán, por referir a una base mínima de lo que deberíamos discutir.
Desafortunadamente la idea de debate todavía asusta a nuestros compatriotas, y en lugar de subirse a la palestra a exhibir ideas y exponer argumentos, es común que se refugien los antagonistas en ataques de baja ralea, en apostar a frases simplonas que estimulen el imaginario colectivo, o en el remoto caso en finalmente se decida que es impostergable llevar a cabo un debate, éste se somete a un formato tan rígido, que termina siendo un recorrido por laberintos que minimizan la posibilidad de contrastar adecuadamente las propuestas de los participantes, se reduce el ejercicio a la emisión amplificada de los mismos lugares comunes a los que se han apropiado previo al evento.
Este año he estado leyendo el libro Cerebro de Broca, de Carl Sagan. En una sección, hace la apología al proceso científico por el cual, sin desanimar la producción de ideas novedosas, se somete al análisis racional las propuestas de una nueva tesis o una teoría y se llegan a conclusiones que complementan o terminan desechando aquello que no supera la prueba intelectual. Me gustó particularmente el capítulo que dedica a cuestionar las propuestas de un libro titulado Worlds in Collision, de Immanuel Velikovsky. En ese capítulo Sagan demuestra que leyó el libro y desmenuza qué está equivocado y por qué, esgrimiendo argumentos científicos para ello. El análisis es generoso y trata de recuperar lo que puede ser valioso o al menos bello de las ideas de la obra en revisión, sin dejar por ello de ser agudo en la crítica.
Este año, a principios de febrero, Bill Nye, conocido como The Science Guy (el chavo científico) sostuvo un debate con Ken Ham. El primero es un difusor de la ciencia, su trabajo está disponible en la página http://www.billnye.com/; el segundo está encabezando el proyecto de fundar un museo de la Creación, dedicado a reforzar la idea de que el mundo en que vivimos es consecuencia de la voluntad creadora de Dios. Ambos personajes se constituyeron en los portavoces de dos conceptos antagónicos en la explicación del origen del mundo, por una parte la perspectiva científica, que prescinde de Dios como elemento que explica el fenómeno de interés, en tanto no haya una prueba irrefutable de ello, y los llamados creacionistas, que parten del concepto de Dios como el agente que constituya la explicación del devenir del mundo, a partir de lo que está contenido en la biblia. De acuerdo con algunos sitios web, más de tres millones de personas siguieron ese debate por televisión. En ese proceso, Nye demostró con éxito que los modelos científicos merecen crédito, no sólo por estar basados en evidencia, sino por su capacidad de integrar las hipótesis en una herramienta que permita formular predicciones que se puedan confirmar, como lo menciona David MacMillan de The Huffington Post (1). En su argumento Nye se remitió al trabajo de Edwin Hubble y como se usó para predecir el color y la temperatura del brillo emitido por el gas que se ha ido expandiendo en el universo y que constituye una evidencia de que la teoría del Big Bang es consistente y confiable.
Creo que las iniciativas que se someten al Congreso de la Nación deberían ir acompañadas de modelos econométricos que permitan estudiar los potenciales beneficios que producirán tales propuestas, así como las consecuencias no deseadas; tales modelos permitirían ahondar en los supuestos que fundan los proyectos de ley y se podrían enriquecer para lograr instrumentar políticas públicas adecuadas. Los antagonistas de ciertas iniciativas deberían proveer de herramientas de análisis que sean algo más que fobias por una propuesta, prejuicios o verdades a medias. Me parece que en lugar de apostar a la indolencia de la población, o a la imposibilidad de un estudio adecuado de los proyectos de ley, por la falta de información, sería deseable que se contara con un equipo científico que analizara las bondades y los costos de tales proyectos y entonces legisladores, funcionarios y sobre todo los ciudadanos podrían ponderar qué opciones son las que valen la pena.
(1) http://www.huffingtonpost.com/david-macmillan/bill-nye-creation-debate_b_4775207.html