Primer acto: el sendero del shamán. Se preguntarán ustedes qué hace un abogado en la presentación del libro de un shamán; después de todo, además de esta investidura que por sí misma es uno de los enemigos favoritos de la sociedad, porto tres características que me hace ser para muchos odioso: americanista, guadalupano y priista. ¿Cómo se cruzaron los senderos de Ángel Ortega y este tinterillo? Debo confesarles que cuando conocí a Ángel mi posición era la del clásico burócrata que cuyo trabajo es precisamente hacer valer los ordenamientos jurídicos. Sentía que él y otras asociaciones que me buscaban me veían como narra Víctor Hugo en Los Miserables cuando el señor Magdalena acude al juzgado a confesar que en realidad es Jean Valjean: Es cosa que oprime el corazón ver esos grupos de hombres vestidos de negro, que hablan en voz baja a la puerta de la sala del tribunal. Es muy raro encontrar caridad y compasión en sus palabras; en cambio se encuentran condenas anticipadas. Tales grupos se presentan al que los observa como sombrías colmenas, o como espíritus zumbantes que construyen en común toda clase de edificios tenebrosos. Y sin embargo comenzamos a trabajar en conjunto, ambos respetado nuestras diferencias, coincidimos en ser librepensadores. Coincidimos además en algo fundamental, en que hay que aplicar aquello de enseñar a pescar y no dar el pecado. ¿A qué viene esto? Ángel buscaba imprimir un libro sobre su actividad de shamán que durante años recopiló, no lo había conseguido, y sin embargo lo más difícil ya lo había hecho: escribir.
Segundo acto: un shamán quijotesco. Para nadie es un secreto que para un escritor común editar en México es difícil, prácticamente imposible. Sabemos que a la par de que no nos gusta leer, la mitad de la producción total de libros está enfocada a los de texto, es decir, la mitad de los impresores del país están luchando por venderle a la SEP, la otra mitad quisiera trabajar para El libro Vaquero o Tv Notas y Tv y novelas, cada uno de estos semanarios imprime entre 300 y 600 mil ejemplares semanales, casi 20 millones anuales según algunas fuentes, pero además debemos recordar que 40% de nuestros compatriotas jamás han pisado una librería, lo que significa que no hay mercado para los libros. Adapto una frase de Gabriel Zaid en su ensayo Dinero para la Cultura: “Hay algo de quijotesco en el empeño de sostener un libro en un país al que no le importan los libros”, ante este panorama desolador de impresores que se interesan por la venta masificada, la poca lectura en el país y el nulo sistema de distribución (no hay librerías), entenderán por qué este shamán que buscaba editar su libro, era un tanto quijotesco. Y sin embargo cuando me platicó su idea, cuando se quejó de los altos costos que le había cotizado, le propuse hacer una edición artesanal. Y es que desde aproximadamente el año 2006, en compañía de mi hermano y unos amigos, fundamos dos sellos editoriales llamados Epiqueia y Ciudades Invisibles, ambas empresas nacieron precisamente de la necesidad que teníamos de editar un libro y el poco capital con que contábamos. Sin dinero pero con ganas, nos dimos a la tarea de hacer por nosotros mismos nuestros libros: diseño, impresión, compaginación, encuadernación y refilado. Cientos de horas invertidas que al final terminaron con varios libros que, aunque artesanales, tenían absolutamente una calidad profesional. Este grupo nació no sólo con fines mercantiles, sino creyendo en el libro como un instrumento de cambio, de liberación, por eso cuando Ángel me platicó sus penurias para poder imprimir, no dude en transmitirle el know how totalmente gratuito.
Tercer acto: el conocimiento del shamán. Así, después de un par de meses de trabajo, de un alumno dedicado e incluso abocado a mejorar los procesos de producción, terminamos de editar e imprimir un bello libro que además tiene características propias: cada uno de los ejemplares está numerado y firmado por el autor, además de que cuenta con un troquel de piel en la portada. Falta ahora leerlo, leerlo y criticarlo, porque un libro no se entiende de otra forma. Ciertamente no soy de aquellos que creen en las ideas del shamanismo sino sólo en cuanto buscan “que la luz, la paz y armonía fluyan en tu vida”, pero sí creo en el derecho de todo hombre para editar su libro. Enhorabuena a Ángel por su preciosa edición.




