“Esto pasó en septiembre. No en el septiembre de este año, sino en el del año pasado, ¿O fue el antepasado, Melitón?
–No, fue el pasado.
–Sí, si yo me acordaba bien, fue en septiembre del año pasado, por el día veintiuno. Óyeme Melitón, ¿no fue el veintiuno de septiembre el mero día del temblor?
–Fue un poco antes, tengo entendido que fue por el dieciocho…”
Este texto con el que me he permitido preparar la mesa para el banquete de hoy, es el inicio de uno de los cuentos que integran “El Llano en Llamas” de Juan Rulfo, es uno de los últimos de esta colección que Rulfo publicó allá por 1953. ¿Quién lo iba a decir? Rulfo tuvo boca de profeta, el maestro seguramente nunca imaginó que esto sucedería con sólo un día de diferencia.
Fue el 19 de septiembre de 1985, yo estaba estudiando la licenciatura en Investigación Educativa en la Universidad Autónoma de Aguascalientes cuando sucedió aquel terremoto que colapsó buena parte del centro de la Ciudad de México. Yo entraba a clases a las 8 de la mañana, pero estaba tomando una materia optativa a las 7:00 am y la maestra que impartía esa cátedra estaba embarazada, lo menciono porque a media clase se sentó en el escritorio y dijo que se sentía mareada, lo que a todos nos pareció comprensible considerando su ya avanzado embarazo. Después entendimos que el mareo debió haber sido provocado, además, por el ligero temblor que se sintió en Aguascalientes y que coincidió justamente con su malestar.
Aquí fue un leve movimiento de la tierra, pero como sabemos, fue de una intensidad mucho mayor en la Ciudad de México, de hecho, este evento marcó profundamente la capital del país. Varias zonas de la gran urbe fueron afectadas sensiblemente, una de ellas fue la Colonia Roma, en donde vivía Rodrigo González, el Profeta del Nopal. Ahí quedó sepultado por los escombros, ya no pudo ver el amanecer de aquel 19 de septiembre de 1985.
La verdad es que la gran mayoría ignoraba en aquel primer lustro de la década de los 80 quién era Rockdrigo González, y de hecho, la gran mayoría sigue ignorándolo, sin embargo, quienes lo conocemos y tenemos en nuestras fonotecas el escaso material que dejó grabado, lo entendemos como el gran cronista, no sólo del Distrito Federal, sino en general del país, aunque como sabemos, la capital del País es el escenario en donde suceden gran parte de sus canciones. Supo entender la sensibilidad, sin duda porque la vivió en carne propia, del pueblo mexicano. Entendió y reprodujo inteligentes versos y tonadas, el pulso de la atormentada clase media de “resta tierra abonada de dolor y placer”, citando al poeta y bluesero mexicano José Cruz, líder de Real de Catorce.
El reconocimiento de su obra se limita, lamentablemente, a un reducido grupo de bohemios, de bebedores de café y cerveza, de noctámbulos que recorren las calles de las colonias Roma y Narvarte, de asiduos visitantes del mítico y desaparecido Rockotitlán, lugar donde se toca el rock, ese lugar de somnolientos recuerdos con olor a cerveza y madrugada. Nada comparable a comer un pozole en la plaza de Coyoacán después de una buena sesión de rock en Rockotitlán.
Primero fue el entorno capitalino, pero su música, tocada con su guitarra de palo, y el certero clamor de sus letras no tardaron en permear en buena parte del territorio nacional.
La primera vez que escuché al buen Rockdrigo fue durante mis tiempos de universitario, un buen amigo y compañero de la carrera, el ensayista y poeta Juan Pablo de Ávila (q.e.p.d.) tenía un cassette, ¿te acuerdas de los cassettes? Juan Pablo tenía la versión original de “Hurbanistorias” (así se llama, ¿eh?, no creas que cometí una grosera falta de ortografía) de Rockdrigo González, el primero de lo que podemos considerar su discografía oficial. Aquella producción apareció originalmente en este formato, después se editó en disco compacto.
Rockdrigo se presentó en Aguascalientes en diciembre de 1984, los días viernes 7, sábado 8 y domingo 9 en el Café de los Artesanos, ¿te acuerdas de ese café? Eran los tiempos en que tomar café era asunto de intelectualoides, escritores, músicos y poetas y todos aquellos que podían cambiar el mundo, o por lo menos lo pretendían, en una mesa en aquel pequeño café de José María Chávez, cuyo propietario, el Carepa, era un chileno que huyó de su país después del golpe de estado de Augusto Pinochet contra el presidente Salvador Allende. En los Artesanos se tomaba buen café, se bebía plácidamente una rica cerveza en tarro y se escuchaba música que en ningún otro lugar era posible encontrar. Solíamos llevar nuestras grabaciones en cinta. Ahí escuché por vez primera a Rockdrigo, lógicamente antes de su legendaria presentación en diciembre del ’84.
Después se han editado, de manera oficial, algunos otros discos del Profeta del Nopal, entre ellos un doble que recoge en una buena edición, aquellos tres concierto en el Café de los Artesanos y que por cierto, fue grabado por XENM Radio Casa de la Cultura, concretamente por el Sr. José Dávila, director y fundador de la estación, eran los tiempos en los que se hacía buena radio cultural en nuestra ciudad, antes de que esa misma estación y su hermana, Alternativa FM, sucumbieran a los encantos del facilismo y la mediocridad en la producción radiofónica olvidando su original vocación por la radio inteligente y comprometida.
No puedo despedirme sin mencionar que el día de ayer, 18 de septiembre, se cumplieron 44 años de la muerte del mejor guitarrista en la historia del rock y lugares circunvecinos, su alteza real Jimi Hendrix, y el pasado 15 de este mismo mes Rick Wright, tecladista de Pink Floyd cumplió su sexto aniversario luctuoso. Descansen en paz todos estos inmortales del rock.
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