Definitivamente ninguna autoridad debe menospreciar la creciente desesperación que muestran los estudiantes del nivel profesional, ante la zozobra que se profundizó con los reprobables hechos de violencia en Ayotzinapa, Guerrero, y la continua represión a su legítimo derecho de contar con una formación accesible y de calidad para la vida.
Era impensable que después de aquel 2 de octubre de 1968, los estudiantes de México volvieran ser una noticia que atraería la atención de propios y en el extranjero, por actos que sólo evidencian los riesgos de la ingobernabilidad en el país, y sobre la atrocidad a la que se exponen quienes opinan distinto y exigen lo mínimo que puede otorgar el estado.
El silencio complaciente sobre la realidad violenta del país, no pudo contra aquellos medios de información alternativos comprometidos con revelar un acontecer propio de los cacicazgos y de la corrupción.
De acuerdo a esas expresiones libres, conocemos cómo el sector estudiantil del país, manifiesta su indignación y se prepara para ejercer una dura presión para requerir el regreso con vida de sus compañeros desaparecidos. Pero más aún, para exigir no más atentados a quienes desde hoy son constructores del presente y del futuro del país.
Estoy seguro que casi todos rechazamos a la violencia como única alternativa para el imperio de la ley. Tampoco consentimos que se vulnere la integridad y los derechos individuales de las personas, ni que se lastime la libertad de cátedra ni la autonomía de las instituciones de educación superior.
Universidades, instituciones de educación tecnológica y las normales, deben ser apreciadas como los centros de formación y del tránsito respetuoso de las ideas, a fin de contribuir en gran parte, a la consecución de un México más democrático y tolerante.
Lamentamos que las escuelas normales rurales permanezcan como el blanco de ataque de los gobiernos para conseguir su desaparición. De las 29 que operaban en el país hasta hace poco, hoy sólo quedan 17 y las autoridades de todos los niveles se empeñan en borrarlas del panorama educativo.
También es preocupante observar cómo las universidades públicas siguen siendo manipuladas desde el poder, para convertirlas en el semillero cómplice de los que se prestan a dirigir con afanes partidistas, las políticas de la juventud.
Para quienes hemos cursado alguna profesión, no es desconocido cómo las representaciones estudiantiles universitarias llegan a convertirse en rehenes políticos. A las autoridades les conviene persuadir la ambición personal de esos nuevos líderes para sostener una paz ficticia institucional y ¿por qué no?, para sumarles a su clientelismo electoral.
El momento que está resurgiendo en México muestra el rechazo a todo ese tipo de prácticas y de mordazas.
La sociedad pensante de hoy y del mañana, quiere una nación pura, con planes educativos al alcance de todos y que éstos les permitan forjarse como profesionistas competitivos a nivel internacional.
Este proceso implica una serie de exigencias que sólo son absurdas para quienes lucran con tener un pueblo ignorante y sumiso.
Los nuevos tiempos de México ameritan una nueva óptica en el ejercicio de gobernar. La soberbia mostrada en aquel 1968 no puede seguir ampliando su imperio a esta época ni en los periodos sucesivos.
La sociedad ha logrado entender que requerimos de un cambio, y ese se logrará dar con nuevas generaciones, no sólo de edad, sino de creencias, actitudes, ideas y de propuestas.




