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viernes, diciembre 5, 2025

Escobazos / Juego de abalorios

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Hace algunos años, durante unas conferencias sobre calidad de vida realizadas en el Colegio de México, un expositor habló sobre la recolección de basura en la ciudad de México. El panorama que dibujó era terrible, caótico; camiones destartalados recorrían las calles unos días sí y otros no, y para anunciar su presencia hacían sonar obsesivamente una campana. La gente debía salir casi corriendo con bolsas y botes a cuestas -en muchas ocasiones el camión no se detenía, simplemente avanzaba lentamente, dando tiempo a los empijamados ciudadanos de alcanzarlo-. Además, invariablemente había que dar propina -una ancestral costumbre del Distrito Federal, propina por todo, para todo, a todos, todo el tiempo-. El retrato era muy acertado, el expositor sabía de lo que hablaba, era experto en la materia. Todo iba bien hasta que su experiencia tropezó. Para cerrar su participación eligió la frase que lo delataba: “bueno, y si así están las cosas en la capital, imagínense cómo están en el resto del país”. De inmediato, una señora del público, que claramente había viajado un poco más, aclaró: “perdone que lo contradiga, pero no tiene idea de lo que dice, hay ciudades como Colima y Aguascalientes que están mucho más avanzadas en estas cuestiones que la ciudad de México”. Acá, en nuestra ciudad, hacía mucho tiempo que se utilizaban contendores de basura, los camiones pasaban todos los días, había un estricto horario y comenzaban a poblarse las calles de botes de basura.

El fallo del experto no tenía perdón, Aguascalientes ya había ganado para entonces su primera Escoba de Plata; era impensable que alguien interesado en el tema no lo supiera. A menos que, realmente dicho premio fuera intrascendente. Constantemente recibimos la noticia de que hemos sido galardonados, y eso nos hace sentir bien. Si además el premio nos lo dan en España, nos volvemos excesivos, suponemos que allá hacen todo bien, y si creen que nosotros también, pues, terminamos creyendo que somos muy buenísimos. Y así nos hemos llenado de escobas de plata, oro y platino, y de viajes a recogerlas, y de notas en todos los periódicos. Y de basura en la calle.

Para obtener los premios escoba hay que pagar, inscribirse, formar parte de las instituciones o municipios a quienes les interesa ganar el premio y presentar un proyecto que se haya realizado. Lo que se obtiene es: el premio; es decir, que alguien que no sean los administradores de la institución o del municipio en cuestión reconozca el esfuerzo y dé una palmadita en la espalda. Y conviene detenerse en los detalles; el hecho de que haya que inscribirse y pagar garantiza que ni todas las ciudades ni todas las instituciones están consideradas. Esto es, el municipio que gana, digamos, la Escoba de Platino, no ha sido nombrado el municipio más limpio de su estado, de su país o del mundo, ni siquiera uno de los más limpios; recordemos, sólo pueden ganar quienes se hayan inscrito. En 2014 se eligió entre 62 ciudades inscritas, y la escoba más importante la obtuvo Aguascalientes… y Querétaro. Por supuesto, esto ha servido para que funcionarios públicos de varias administraciones municipales se paren el cuello y nos recuerden que somos “referente internacional” -una de esas frases que adoran los gobernantes y que dicen exactamente nada-.

Los escobazos no tienen que ver específicamente con la basura de las calles; en realidad distinguen proyectos de reciclaje, manejo eficiente de residuos, buena administración de la basura, etc. Y su función debería ser que dichos proyectos se conozcan. Sin embargo, la referencia internacional, así insistan en ello, parece no haber llegado. Ni siquiera en nuestro propio país se sabe que hemos ido a España en reiteradas ocasiones a que nos den nuestras escobitas. Peor aún, así nos llenemos de premios de oro, plata, platino, tungsteno, japonio o adamantium, lo cierto es que si caminamos por el andador Juárez, en las inmediaciones del Mercado Terán, por los tianguis, los días de fiesta, por Cinco de Mayo, por las paradas de camión de la López Mateos, cerca de los puestos de cocos, chaskas, frutas, frituras, etcéteras, por los parques, nos percataremos de que lo más fácil, lo más evidente, lo más básico que debería ocurrir para ganarnos nuestras escobas, es decir, que no haya basura tirada, simplemente ya no sucede.

El beneficio directo de las buenas políticas de limpia de una ciudad recae en los ciudadanos, somos nosotros quienes nos damos cuenta de si nuestra ciudad está limpia o no; que un grupo de españoles a quienes se les paga y se les cuenta que todo está bien, acaben otorgándonos una escoba y otra, y otra más, no es sino el escalón más bajo de la superficialidad política, la adoración por el relumbrón, el gusto por decir que se hace más que por hacer.

 

joel.grijalva@gmail.com

facebook.com/joel.grijalva.m

Juego de abalorios

Escobazos

Joel Grijalva

Hace algunos años, durante unas conferencias sobre calidad de vida realizadas en el Colegio de México, un expositor habló sobre la recolección de basura en la ciudad de México. El panorama que dibujó era terrible, caótico; camiones destartalados recorrían las calles unos días sí y otros no, y para anunciar su presencia hacían sonar obsesivamente una campana. La gente debía salir casi corriendo con bolsas y botes a cuestas -en muchas ocasiones el camión no se detenía, simplemente avanzaba lentamente, dando tiempo a los empijamados ciudadanos de alcanzarlo-. Además, invariablemente había que dar propina -una ancestral costumbre del Distrito Federal, propina por todo, para todo, a todos, todo el tiempo-. El retrato era muy acertado, el expositor sabía de lo que hablaba, era experto en la materia. Todo iba bien hasta que su experiencia tropezó. Para cerrar su participación eligió la frase que lo delataba: “bueno, y si así están las cosas en la capital, imagínense cómo están en el resto del país”. De inmediato, una señora del público, que claramente había viajado un poco más, aclaró: “perdone que lo contradiga, pero no tiene idea de lo que dice, hay ciudades como Colima y Aguascalientes que están mucho más avanzadas en estas cuestiones que la ciudad de México”. Acá, en nuestra ciudad, hacía mucho tiempo que se utilizaban contendores de basura, los camiones pasaban todos los días, había un estricto horario y comenzaban a poblarse las calles de botes de basura.

El fallo del experto no tenía perdón, Aguascalientes ya había ganado para entonces su primera Escoba de Plata; era impensable que alguien interesado en el tema no lo supiera. A menos que, realmente dicho premio fuera intrascendente. Constantemente recibimos la noticia de que hemos sido galardonados, y eso nos hace sentir bien. Si además el premio nos lo dan en España, nos volvemos excesivos, suponemos que allá hacen todo bien, y si creen que nosotros también, pues, terminamos creyendo que somos muy buenísimos. Y así nos hemos llenado de escobas de plata, oro y platino, y de viajes a recogerlas, y de notas en todos los periódicos. Y de basura en la calle.

Para obtener los premios escoba hay que pagar, inscribirse, formar parte de las instituciones o municipios a quienes les interesa ganar el premio y presentar un proyecto que se haya realizado. Lo que se obtiene es: el premio; es decir, que alguien que no sean los administradores de la institución o del municipio en cuestión reconozca el esfuerzo y dé una palmadita en la espalda. Y conviene detenerse en los detalles; el hecho de que haya que inscribirse y pagar garantiza que ni todas las ciudades ni todas las instituciones están consideradas. Esto es, el municipio que gana, digamos, la Escoba de Platino, no ha sido nombrado el municipio más limpio de su estado, de su país o del mundo, ni siquiera uno de los más limpios; recordemos, sólo pueden ganar quienes se hayan inscrito. En 2014 se eligió entre 62 ciudades inscritas, y la escoba más importante la obtuvo Aguascalientes… y Querétaro. Por supuesto, esto ha servido para que funcionarios públicos de varias administraciones municipales se paren el cuello y nos recuerden que somos “referente internacional” -una de esas frases que adoran los gobernantes y que dicen exactamente nada-.

Los escobazos no tienen que ver específicamente con la basura de las calles; en realidad distinguen proyectos de reciclaje, manejo eficiente de residuos, buena administración de la basura, etc. Y su función debería ser que dichos proyectos se conozcan. Sin embargo, la referencia internacional, así insistan en ello, parece no haber llegado. Ni siquiera en nuestro propio país se sabe que hemos ido a España en reiteradas ocasiones a que nos den nuestras escobitas. Peor aún, así nos llenemos de premios de oro, plata, platino, tungsteno, japonio o adamantium, lo cierto es que si caminamos por el andador Juárez, en las inmediaciones del Mercado Terán, por los tianguis, los días de fiesta, por Cinco de Mayo, por las paradas de camión de la López Mateos, cerca de los puestos de cocos, chaskas, frutas, frituras, etcéteras, por los parques, nos percataremos de que lo más fácil, lo más evidente, lo más básico que debería ocurrir para ganarnos nuestras escobas, es decir, que no haya basura tirada, simplemente ya no sucede.

El beneficio directo de las buenas políticas de limpia de una ciudad recae en los ciudadanos, somos nosotros quienes nos damos cuenta de si nuestra ciudad está limpia o no; que un grupo de españoles a quienes se les paga y se les cuenta que todo está bien, acaben otorgándonos una escoba y otra, y otra más, no es sino el escalón más bajo de la superficialidad política, la adoración por el relumbrón, el gusto por decir que se hace más que por hacer.

 

joel.grijalva@gmail.com

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