Lo invito a realizar un ejercicio mental: ¿podría enlistar a por lo menos diez de los 27 diputados que conforman la LXII Legislatura del Congreso del Estado?, tómese su tiempo… si pudo hacerlo, felicidades. Una más, ¿puede recordar el nombre del diputado que lo representa a usted y a su distrito en el Congreso? Si pudo hacerlo, de nuevo, felicidades; si no pudo contestar una o ambas preguntas, sería un buen punto que podría considerar tener presente.
La actividad nace tras mi sorpresa mientras veía, no hace mucho, un noticiero en la televisión; una cápsula presentó una encuesta a las personas en la calle: ¿Conoce usted al presidente municipal?, la encuesta se extendió a tres, cuatro, cinco personas, ninguna supo dar respuesta.
Esta pequeña muestra ejemplifica, a mi parecer a la perfección, el gran desinterés que nos invade con relación a la vida política, ya ni siquiera de nuestro país o nuestro estado sino de nuestro municipio, del espacio donde vivimos. ¿Cómo reclamar por la falta de servicios, por la falta de leyes que nos protejan, si ni idea se tiene de quién está en el gobierno?
Es por esto que “el gobierno” se presenta como este ente misterioso y terrible que saca provecho siempre del pueblo, que sólo ve por sus intereses, que gana millonadas sin hacer nada y del que todo mundo desconfía. No tiene rostro, no tiene nombre, es imposible de acceder a él.
Un claro ejemplo de esta falta de confianza: el pasado viernes 26 de septiembre, Carlos Alonso López publicó en este diario una nota titulada: El ciudadano prefiere acudir a los medios antes que al IEA; la nota contiene la declaración del titular del Instituto de Educación, reconociendo que ellos son los últimos en enterarse de lo que acontece en las escuelas, les están llegando las quejas de rebote mediante los medios de comunicación. Más allá de si es el gobierno, el IEA o cualquier otra institución, recordemos que es siempre “el gobierno”, algo incomprensible, más arriba que nosotros los mortales.
Lo peor del caso, es que esta dinámica negativa de desconfianza y poca colaboración no sólo se da entre pueblo-gobierno, sino que entre ellos mismos, como todo buen cangrejo mexicano, se dedican a ponerse el pie; pongamos otro ejemplo, basta con echar un vistazo a las últimas notas sobre el Congreso, llenan nuestros oídos con su discurso, trilladísimo por cierto (léase con tono de futbolista argentino que repite una y otra vez su discurso de ‘estamos listos para el siguiente partido y vamos a ganar’): “dejemos de lado los colores partidistas, es tiempo de unirnos para trabajar por el bien de la ciudadanía”, y al día siguiente nos encontramos con penosos dimes y diretes en los que saben enfrascarse; prontos son para descalificar, señalar y culpar a los del otro color. Proyectan una imagen hacia la población que en nada les favorece.
Por nuestra parte, valdría la pena sacudir a esa adormilada curiosidad y preguntar a nuestros representantes, ¿qué haces?, ¿qué has hecho por nosotros?, porque en ocasiones, aunque se sepa quién está sentado en la curul, no se vuelve a saber nada de él. ¿Qué gana el pueblo si participa, vota conscientemente y deposita su confianza en un diputado si éste nunca presentó una iniciativa, si no asistía a las sesiones, si se pasó de a muertito los tres años en la legislatura. Tendríamos que exigirle a los representantes, hacer que desquiten su sueldo.
Sería interesante presentar una iniciativa ciudadana donde se les pidiera a los diputados una cuota obligatoria de por lo menos tres o cinco iniciativas de ley y que realizaran una labor de difusión de las mismas en sus respectivos distritos. Algo para saber que nuestros voto valió la pena.
Por su parte y antes que nada, dejar los chismes y descalificaciones de lado -si bien el señalar de algún ilícito, alguna irregularidad también es importante-, no hay por qué llegar al hartazgo, a que en plena conferencia les griten entre la multitud: “por qué no le paran a su desmadre y mejor se ponen a trabajar”. La verdadera unidad que tanto proclaman. Otra, el protagonismo, del bueno, del que se genera con presencia en todas las sesiones, con trabajo, con humildad y resultados.
Todo es cuestión de una participación bilateral.
Nota final para explicar lo del cangrejo: Un hombre camina por la playa, al paso, ve un pescador que carga una cubeta en ambas manos, una de las cubetas va tapada, la otra no. Al acercarse el hombre pregunta: ¿qué lleva en las cubetas? –Cangrejos –le responde el pescador. Asomando la mirada hacia las cubetas, el pescador le aclara que en la que va tapada lleva cangrejos japoneses. –Estos son muy listos, se organizan y forman una escalera unos con otros para poder escapar y los que están afuera ayudan a los de abajo, necesito llevarlos tapados. Cruzaron la mirada el hombre y el pescador y éste continuó: –En esta otra llevo cangrejos mexicanos, éstos pueden irse así, todos quieren escaparse por sí solos, pero en cuanto ven que uno está escalando, todos lo jalan y nunca ninguno puede salir.
Una historia que, palabras más palabras menos, quizá, alguna vez usted había escuchado.




