En una de las muestras de alta política a la que nos tienen acostumbrados los diputados federales, un grupo de militantes de los partidos de izquierda colocó en la Cámara una manta en que se leía “¡Fue el Estado!”, en alusión a los tristes eventos ocurridos en Guerrero el día 26 de septiembre. Ni tardos ni perezosos, sus contrapartes priistas anexaron a la manta un cartelito con la frase “de Guerrero”; así, ingeniosos y rápidos como buen alburero, devolvían la bolita. Además colocaron fotografías en las que aparecían Andrés Manuel López Obrador y José Luis Abarca en un encuentro fraterno de proselitismo. Un par de días antes, el ícono de la izquierda había dicho ante una multitud, enfático y heroico: “No conozco al ex presidente municipal”.
A principios del mes de octubre fueron arrestados en San Miguel de Allende el líder de un cártel del narcotráfico y un empresario queretano, militante del Partido Verde. Un par de días antes del arresto, el empresario asistió a un evento cuyo orador principal fue un diputado federal panista. La dirigencia de los verdes aclaró que el empresario efectivamente era un militante, pero que una vez conocido el arresto se había iniciado el proceso para suspenderle sus derechos políticos. “No tenemos la posibilidad de conocer la vida privada de los militantes”, apuntó el dirigente de la institución política.
El hijo de un ex gobernador de extracción priista fue filmado en una reunión con el líder de un grupo delictivo de Michoacán. En septiembre se le ratificó el auto de formal prisión. El partido del que su padre forma parte y cuyos colores ostentó mientras fue gobernador, inmediatamente pintó su raya.
Después de leer los afanosos comunicados con que los políticos afirman desconocer a los corruptos, las notas en que aseguran nunca haber sabido de negocios turbios de sus militantes, los discursos en que declaran su total ignorancia con respecto a los crímenes cometidos por presidentes municipales, diputados, regidores, gobernadores, etc., queda la sensación de que lo más importante para ellos es que nadie ose poner en duda su probidad.
El país se ha infectado de violencia, las instituciones supuran un insaciable deseo de poder y dinero, nos estamos muriendo a balazos, desaparecemos y nos convertimos en cadáveres anónimos encontrados en fosas ilegales regadas por todo el territorio nacional; los niños salen de la primaria sin saber leer, los jóvenes salen de la secundaria sin siquiera poder escribir y egresan de preparatoria incapaces de argumentar. Estamos tan mal que no falta quien diga que la manera de cambiar esto, de detener la zozobra, sea levantarse en armas.
Y como si la situación no rebasara ya los límites de lo tolerable, nuestros políticos gastan sus energías en acomodarlo todo de manera que les afecte lo menos posible. Su ingenio está dedicado a hacer escenas pueriles y vergonzosas en la Cámara, apoyar campañas insulsas en internet para ver quién tiene más fotos comprometedoras de los rivales, acumular información acerca de qué tan incultos, qué tan tramposos o qué tan groseros son los otros. Todavía esperan los estallidos mediáticos para actuar, acechan el momento de las cámaras para aparecer, hacen de todo campaña. Lo que importa no es el número de muertos, sino que no sea posible asignarle a su partido la responsabilidad; es mejor parecer decididamente tontos a aceptar que apoyaron a un criminal para llegar a un puesto de elección popular. Al final lo que cuenta no es la sangre derramada, las familias destrozadas, la tristeza, el dolor o el enojo. Lo primordial es que la sangre esté teñida del color de los otros partidos; porque lo primordial es siempre, frente a todo, ganar elecciones.




