En la colaboración anterior planteaba que por primera vez desde la Revolución mexicana, la institución presidencial está siendo blanco de la crítica social. Son tres elementos, desde mi punto de vista, que en este momento pueden ser más determinantes.
El primero, las promesas y expectativas generadas respecto a la estrategia de seguridad. Peña Nieto desde que era candidato criticó duramente la estrategia implementada por Felipe Calderón y prometió fehacientemente que sería mucho más eficiente en esa tarea.
Después de dos años nos damos cuenta que no fue así, y que en muchas regiones del país la criminalidad siguió azotando a la población civil.
El segundo gran tema; las expectativas generadas en la economía del país. Se planteó que las reformas y una serie de medidas adicionales dinamizarían de manera sustantiva el crecimiento económico y que se elevaría el nivel de vida de los mexicanos. Si bien es cierto que muchas de las reformas eran necesarias, la realidad es que los beneficios tardarán algún tiempo en dejarse sentir, aunque no existe garantía alguna que llegue a los sectores más desprotegidos.
Prometer que las reformas traerían un bienestar inmediato y ahorros en energía eléctrica y gasolina, fue un error estratégico que desgastó al Gobierno Federal y generó decepción y desánimo en la población.
Un tercer elemento es el tema de la corrupción. Este aunque es un problema histórico que se gesta desde la consolidación del sistema político mexicano, hoy como nunca es un factor de reclamo e inconformidad.
Algunos teóricos plantean que México tenía todas las condiciones para desarrollar un capitalismo al mismo nivel de Estados Unidos y Canadá, que el problema fundamental que le impidió desarrollar un capitalismo avanzado es que no hubo lo que Carlos Marx llama el proceso de acumulación originaria, es decir la construcción de puentes, carreteras, puertos, etc. No se hizo en el tiempo en que México estaba iniciando su vocación industrial.
Los recursos en infraestructura carretera y marítima para el comercio de productos no se realizaron a pesar de que México crecía a tasas extraordinarias. La razón fundamental; el proceso de corrupción de “la familia revolucionaria”.
Ese capital originario, indispensable para el crecimiento económico del país no se invirtió en esta infraestructura que le permitiría ser un detonante para la consolidación del capitalismo mexicano.
Con el tiempo nos hicimos dependientes de la producción de bienes y servicios de Estados Unidos y Canadá, y nos quedamos como “economía emergente” o “capitalismo tardío”.
De ese nivel fue el proceso de corrupción que se conformó junto con el proceso de construcción de las instituciones. El nivel de saqueo que se da desde entonces garantiza que quienes tienen acceso al poder, pueden garantizar altos niveles de ingreso para ellos y varias generaciones de hijos nietos, bisnietos y hasta más.
Si este nivel de acumulación en manos privadas que viene del dinero público se compara con el resto de los mexicanos que no logran cubrir las necesidades básicas, nos damos cuenta que la población cada vez trabaja más y gana menos. Carlos Slim plantea que estamos llegando a niveles de agotamiento o fatiga social.
Esto genera proceso de irritación y rencor social en la población que sabe del proceso de abuso que se da en las altas esferas de la política y el poder. Por ello no es de extrañarse la indignación y coraje cuando aparecen las mansiones y las casas donde viven, en comparación al hacinamiento y falta de servicios de la gran mayoría de la población. Llega a tal nivel el reclamo en estos temas que en este momento se está incorporado en las agendas de los partidos el tema de la corrupción, aunque el primero en plantearlo fue el PAN, son ya los tres principales partidos quienes tienen en su agenda como tema prioritario tomar medidas institucionales para abordar el problema de la corrupción pública. En la siguiente colaboración haré un comparativo entre las diversas propuestas.
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