La construcción patriarcal de la diferencia entre la masculinidad y la feminidad es la diferencia política entre la libertad y el sometimiento
Carole Pateman, El contrato sexual, 1988
Desde hace algunos meses está a la venta el paquete de tres libros titulados 50 sombras de Grey, escrito por la británica Erika Leonard James. Esta historia ha sido llevada a la pantalla y, como suele ocurrir, hay quien dice que está distante del verdadero sentido del libro.
Sin embargo, de la película es de lo que voy hablar. A lo largo de la historia del cine se han realizado varios filmes que en su momento generaron controversia por su contenido erótico y sexual, y bajo esa etiqueta es que 50 sombras de Grey se exhibe. El tema del bondege, el sadomasoquismo, fetichismo, intenta dar una vaga idea, aunque muy ligera, sobre lo que encierra el gusto de vivir el deseo de esa manera.
Lamentablemente, quien produce y adapta la película cuenta una historia romántica de amor y ahí es donde se rompe la importancia del tema del deseo y sus múltiples formas, sus matices satanizados, prohibidos, incluso perseguidos. La posibilidad de una buena historia es borrada porque al fin, al menos en esta primera parte, triunfa la normatividad heterosexual y desde luego la definición tradicional de masculinidad.
Entonces se vuelve una historia repetitiva, aburrida, mediocre porque resulta incapaz de romper sus propios límites, los paradigmas dictados por la cultura masculinista se asoman a lo largo de la película, la hace predecible al punto que entre esa película y las telenovelas de Televisa no hay diferencia, quizá la dosis de desnudos, pero no hay más, igual de tradicionales.
El debate que intento presentar sobre 50 sombras de Grey no es sobre el deseo o el sadomasoquismo, es sobre el poder absoluto como utopía de los hombres, el poder sobre las mujeres, principalmente las jóvenes. Una pésima justificación del personaje central Christian Grey, quien debido a su adopción, luego la historia de su madre y la seducción de una mujer mayor une una cadena que construye su ímpetu de macho vengador de aquel pequeño Grey.
El personaje central de esta película es para algunas mujeres el amor platónico, para otras el hombre con el que nunca desearían encontrarse. Esta misma semana, en la televisión presentaban una entrevista con la cantante mexicana Thalía que, en torno al 14 de febrero Día del Amor y la Amistad, contaba que su mejor regalo amoroso fue haber vivido una de las escenas de la película 50 shades of Grey, una vez que su esposo, un empresario millonario estadounidense, le vendó los ojos, la subió a un auto y la llevó a un lugar desconocido donde cenaron, una escena descrita principalmente por la clase y los lujos de quien la vive, insisto, para algunas mujeres esta película puede resultar un sueño dulce, romántico, como podemos ver, mujeres muy famosas que se han vuelto rehén de sus esposos, novios, padres, examantes, mujeres incluso con poder económico, adultas que no pueden ni son capaz de decidir lo que visten ni lo que comen, mujeres despojadas absolutamente del poder, dispuestas a pagar el costo del amor romántico efímero bajo el que viven.
Platicando con otras amigas hablamos del sinnúmero de características violentas del personaje, los discursos, el lenguaje corporal, la simbología con la que se maneja el súper hombre heterosexual dominador.
¿Cómo es posible que una práctica como el sadomasoquismo sea ejercida por alguien tan conservador como Grey? Su contrato de exclusividad con Anastasia Steele no es muy diferente en el fondo de la epístola de Melchor Ocampo: sexista, misógina, que se leía en el registro civil, la fidelidad absoluta, la obediencia, la normalización de la violencia “propias” del varón me parecen ideas ultraconservadoras de la masculinidad. La falsa idea del complemento, donde somos las mujeres las que llevamos la peor parte, dependencia y sumisión, ¿qué de nuevo tiene eso para las mujeres?
Nada, ni un milímetro se ha movido esta idea de lo que significa ser hombre. Como algunos autores críticos de la masculinidad lo han mencionado, la falta de conciencia política de los hombres respecto a la imposición del género ha tenido costos muy altos para cada uno, consecuencias graves. Grey cumple cabalmente con el estereotipo obligado para ser hombre, ser blanco, urbano, de clase alta y heterosexual, buena estatura, peso y complexión física, además, a pie juntillas sigue las 4 reglas de la hombría donde la masculinidad odia todo lo femenino, es un hombre importante con poderío económico, la grandeza en todos los sentidos se determina por el tamaño de la chequera, es duro como un roble, como una roca que no siente, que no respira, que no expresa y chíngatelos, es decir, sé agresivo, domina a los otros hombres y principalmente a las mujeres, como el mismo personaje central lo dice: yo no hago el amor, yo cojo. Poniendo así un valor entre lo bueno y malo una idea por cierto, bastante limitada del placer.
Sin duda alguna, y como dije al principio en el transcurso del escrito de esta columna, hablé con varias amigas, mujeres que en las últimas décadas han transformado la idea de la feminidad, mujeres que hemos transformado el “deber ser” en este grupo es que se están dando las discusiones porque respecto a los varones parecen estar bastante conformes con lo que se sigue diciendo, imaginando e imponiendo sobre ellos.
@Chuytinoco