Hace unos meses encontré una foto manipulada con Photoshop. No era la de una modelo, actriz, cantante o anexas; era la de una lata de SPAM, ese embutido estadounidense que ha probado que el color rosa es compactable. Dicho producto dio nombre al conocido spam cibernético. La imagen que encontré era un montaje impecable, y simpáticamente perturbador, que lograba presentar una lata de carne de unicornio. La foto del animal fantástico era hermosa y las letras estaban decoradas con chispas y brillantinas. Hace una semana escribí sobre comer carne de caballo. Con esta imagen, ahora la pregunta es si nos atreveríamos a comer carne de unicornio. Claro, dirán que los unicornios no existen, pero no todos los unicornios son azules por lo que no todos se han perdido como dice aquella canción del cantante Silvio Rodríguez.
Los unicornios sí existen, por lo menos en las iluminaciones medievales. También existen en la tapicería, como la serie renacentista que detalla la cacería del unicornio y que se encuentra en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. La reconocemos con facilidad, pues se ha empleado para decorar relatos, camisetas, libros de arte, forros de carpetas y hasta fundas de celulares. No es la única representación de estos animales fantásticos. Basta buscar unicornios en google para encontrar imágenes de épocas diversas. Los mejores son los medievales. Pero antes de que lo hagan, les advierto: no se vayan a asustar, muchas iluminaciones representan al unicornio en el regazo de una doncella mientras es lanceado por uno o varios caballeros. La única vía para cazarlo era con la ayuda de una virgen. El unicornio sólo puede ser sometido por la pureza. Lo sé, era cazado a traición. A su cuerno se le atribuían poderes mágicos, además de que resultaba una presa de gran valía por su fuerza inaudita. Más tarde, el unicornio sería coloreado con otra simbología, la cristiana: la doncella y el unicornio como la Virgen María y la Inmaculada Concepción.
Lo admito, me gustan los unicornios con su simbología pagana. Siento algo de tristeza al ver que su iconografía ha sido mancillada, digamos lanceada por la imaginería actual. Se prestan a burla, se les etiqueta como cursilería o con colorines de puerilidad. Aunque su origen y su historia son trágicas. Sin embargo, como ya lo dije, no todos son azules. Verán, el Photoshop hace maravillas y puede convertir algo en viral si es respaldado con información bien redactada. Tal ocurrió el 1 de abril de 2012, April’s fool day (el día de los tontos de abril), el equivalente de nuestro Día de los Santos Inocentes. En la red, un sitio dedicado al acervo medieval publicó una nota sobre un glorioso descubrimiento: un libro de recetas medieval que se había considerado perdido. Al contexto histórico del supuesto siglo XIV, se añadió el nombre del autor, Geoffrey Fule (se pronuncia igual que fool) y por supuesto los bellos detalles de las iluminaciones. El efecto de éstas es inaudito, supera a mi falso SPAM: un unicornio asado, una cabeza sobre un platón y un cazo con los restos del animal.
Tanto los usuarios como otros sitios respetados sobre información medieval y hallazgos históricos, se tragaron la broma. Me dio alegría pensar que otros como yo deseaban que los unicornios siguieran vigentes, y que por ello habían sido víctimas del engaño. Los imaginé como cazadores distintos a quienes el intento por desbaratar este símbolo no los ha alejado del rastro de lo fantástico.
En fin, como dije hace una semana, nunca me comería la metáfora del caballo de Günter Grass. Y nunca me comería un solomillo de unicornio. Aunque puedo adivinar su sabor: la mezcla de todo lo que he saboreado condimentado con lo que he imaginado. Ese es un sabor que todos deberíamos ser capaces de reconocer.
Se los dije, no todos los unicornios son azules, ni todos son blancos. Para la imaginación los colores son infinitos.