Tres cerditos (1/3) / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
02/12/2024

Me gustan los cerdos. Corrijo: me gustan los cerdos verdaderos, los que tienen cuatro patas, dos orejas perezosas y cientos de cerdas por todo el cuerpo. Más me gustan los cerditos, esos que llaman lechones; son la animación perfecta del algodón de azúcar. Claro, me gustan vivos, pero también me gustan muertos: asados, fritos, embutidos y, sobre todo, en eso que hace posible materializar el alma del cerdo: el tocino. No teman, no como cerdo diario, menos tocino, supongo que mis venas lo agradecen. Aunque recuerdo que de niña la carne de cerdo en este país era de temerse, no sólo por el colesterol, sino por los famosos cisticercos. Uno se aterraba al escuchar historias de cómo los cisticercos podían entrar al cerebro para destruirlo, y todo por comer carne de cerdo mal cocida. La verdad, también eran un riesgo las fresas. La cisticercosis existe todavía, pero el control sanitario de la carne de cerdo ha mejorado, y resulta que ahora es la más limpia para consumir. Pero no diario, ya lo hemos dicho, todo exceso es el diablo.

Me gustan los cerdos, dije, y seguro el lector imagino más de una guarrada. Sé que el cerdo tiene una mala reputación: se revuelca en el lodo como lo hacen los niños y come cualquier cosa como los humanos. A veces creo que esa semejanza con el humano los ha orillado a, textual, “agarrarlos de puerquito”.

Como mínimo homenaje a los cerditos, dedicaré tres minutas a su causa. Aprovechando que todos conocen a los tres cerditos de aquel cuento de la infancia. Pero no hablaré de éste, lo dicho, es muy conocido, aunque sus finales han variado; yo me quedo con el original: en el que el lobo termina hecho sopa. Traeré otros textos, donde el cerdo es reivindicado en su justa dimensión.

El primer texto es el Testamentum Porcelli, una parodia anónima escrita en latín vulgar hacia el año 350 d.C., en la época en que fueron emperadores, sucesivamente, Constantino, Constancio y Constante, los tres hijos de Constantino, el Grande, fundador de Constantinopla. Es un texto que perdura gracias a los estudiosos del latín. Es traducible hasta cierto punto, pues resulta difícil recuperar su doble intención. Se mofa de ciertos contextos sociales con carga sexual incluida. Mucho de este doble sentido se ha perdido, aunque los académicos han dedicado sus pupilas a escudriñar el origen de ciertas palabras, sus variantes y sus referencias históricas. El testamento por sí solo es una delicia, como tripitas fritas. Sin embargo, al prestar atención a los datos que dan los estudiosos, uno puede saltar a otros textos y a autores desconocidos. Este destazadero es como un rastro imaginario de las letras en el que se elaboran presentaciones variadas para que el comensal elija lo que más les guste.

No me voy a extender más porque quiero dejar aquí la versión al castellano de dicho testamento. Es la mejor traducción que he encontrado. Disfruten y nos leemos en la próxima entrega, algo más inquietante, pero con otro cerdo de por medio.

  1. Comienza el testamento del cerdito:
  2. El cerdito Marco Gruñón Corocotta hizo testamento. Ya que no podía escribirlo de mi propia mano, lo dicté para que lo escribieran.
  3. El cocinero Chef dijo: “Ven acá, socavador de la casa, levantasuelos, gorrino esquivo, pues hoy te quito la vida”.
  4. El cerdito Corocotta dijo: “Si he hecho algo, si he cometido alguna falta, si he roto con mis patas algún plato, por favor, señor cocinero, te pido seguir viviendo, accede a mi ruego”.
  5. El cocinero Chef dijo: “Ve, muchacho, y tráeme de la cocina un cuchillo, para sacrificar a este cerdito”.
  6. El cerdito es apresado por los siervos y llevado al sacrificio el día dieciséis de las kalendas Lucerninas, cuando abundan los repollos, siendo cónsules Horneado y Pimentado. Y cuando vio que iba a morir, pidió una hora de plazo y rogó al cocinero que le permitiera hacer testamento. Llamó a su presencia a sus parientes, para dejarles algo de sus piensos. El cual dice:
  7. “A mi padre, Verrino Lardino, doy, lego le sean dados 30 moyos de bellota, y a mi madre, la Vieja Cerda, doy, lego le sean dados 40 moyos de trigo de Laconia; a mi hermana Quirina, a cuya boda no pude asistir, doy, lego le sean dados 30 moyos de cebada. Y de mis vísceras daré, donaré a los zapateros las cerdas, a los pendencieros la jeta, a los sordos las orejas, a los picapleitos y charlatanes la lengua, a los salchicheros las tripas, a los chacineros los perniles, a las mujeres los lomos, a los muchachos la vejiga, a las muchachas la cola, a los afeminados los músculos, a los corredores y cazadores los talones, a los ladrones las uñas. Y al innombrable cocinero le dejo en manda el mortero y el majadero que había traído conmigo; de Teveste hasta Tergeste átese el cuello de una cuerda.”
  8. “Y quiero que se me haga un monumento, grabado en letras de oro: «Marco Gruñón Corocotta, el cerdito, vivió 999 años y medio. Pero si hubiese vivido medio más, habría cumplido mil años»”
  9. “A los que más me aman o a los procuradores de mi vida, os ruego que os hagáis algo bueno con mi cuerpo, que lo condimentéis bien con buenos condimentos de nuez moscada, pimienta y miel, para que mi nombre sea recordado por siempre. Dueños y primos hermanos míos, que habéis asistido a mi testamento, mandad que sea firmado.”
  10. Mantecón firmó. Albondiguilla firmó. Cominato firmó. Longaniza firmó. Corteza de Tocino firmó. Celsino firmó. Asado Nupcial firmó.
  11. Termina felizmente el testamento del cerdito, bajo el día decimosexto de las kalendas Lucerninas siendo cónsules Horneado y Pimentado.

 


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