Sí, siempre me han gustado estos versos del poema Amor condusse noi ad una morte de Villaurrutia: “Amar es una insólita lujuria / y una gula voraz, siempre desierta”. Aunque, la verdad, es un poema sobre el enamoramiento, ese preámbulo que no siempre desemboca al amar. Amar es otra cosa. Lo sé, sobre el amor se ha escrito, dicho, pintado, fotografiado y esculpido hasta el cansancio. Es un tema universal, por ende inagotable. Insisto, enamorarse y amar no es lo mismo. Como tampoco es lo mismo un antojo que tu platillo favorito (aunque debería decir platillos favoritos y antojos, la gula exige el plural). Tanto en el amor como en la comida, la movilidad es diferente. Los platillos favoritos son fijos, como los que existen en un menú; los antojos, digamos, serían la especialidad del día. A veces, los favoritos cambian o caen en desgracia, mientras que los antojos son impredecibles: dependen del estado anímico y físico, del clima y hasta de la geografía.
Sí, la comida podría ser la metáfora del amor. El platillo favorito sería el amor que perdura; el antojo sería el enamoramiento. El platillo favorito se recrea, se describe con paciencia, se conoce cada detalle de él; es la precisión, como el amor que surge sólo con el tiempo, aderezado por el intelecto. El antojo es el impulso, es la urgencia, es la orilla crujiente del acantilado que nos hace sentir la cercanía de la muerte. El antojo es instinto y es efímero.
Nosotros elegimos un platillo favorito, pero no recibe este estatus de inmediato, requiere tiempo; aunque podemos predecir, al probarlo por primera vez, que podría convertirse en un favorito. Debe complacer todas nuestras papilas gustativas, debe activar todos los sentidos; y armonizar con nuestro pensamiento. En cambio, el antojo es abrupto, da placer explosivo. Las más de las veces es indigesto, pero lo comemos con voracidad. Nos deja ahítos. El vacío que lo precede sólo puede llenarse con un antojo nuevo. Los antojos no son de todos los días; pero cuando llegan no pueden ser postergados. No pasa lo mismo con el platillo favorito, siempre podemos esperar a que un día llegue de nuevo a la mesa.
Dicen que ciertos antojos sólo son señales del cuerpo que nos alertan sobre una carencia de algo, por ejemplo: un antojo de espinacas con mantequilla o de hígado encebollado indicarían que estamos en el umbral de la anemia. Esto le quita la magia a cualquier cosa, sería como decir que el enamoramiento sólo es el impulso de aparearse. Con ello toda la literatura amorosa se vendrían abajo, y el desamor se derretiría junto a la charola de hielos.
Cierto, he conocido gente que sólo vive de antojos, que no tienen un platillo favorito. Aunque también están los que jamás han tenido uno u otro. Supongo que no tienen el vínculo con la comida, como los que ignoran el mundo amoroso. Comen y aman para sobrevivir, nunca para vivir. Es un tipo de personalidad.
No es imposible, pero sí inusual tener el antojo del platillo favorito. En este caso, la lujuria deja de ser insólita y la gula encuentra su eco. No todos buscan esta armonía. No es malo ni es bueno; sólo otro punto de vista para que el Amor condusse noi ad una morte contenga todos los versos que ofrece un menú imaginario.