La Piedad... en la madre / Minutas de Sal - LJA Aguascalientes
02/12/2024

 

Cierto, vivo en la Ciudad de México. Entre muchas de sus curiosidades, está el efecto Día de la Madre: sí, las avenidas se congestionan, los restaurantes se transforman en hormigueros, y por las calles desfilan madres con rosas rojas, globos y cajitas con moños. En ese día, hay más puestos de flores que puestos de tortas. Este año me provoca morbo, pues el susodicho día cae en domingo: imagino las compuertas abiertas del río del amor y sus clichés. Lo presiento, esta vez la ciudad se inundará hasta el colapso. Los coches tendrán que detenerse para siempre y sus dueños se reconocerán como lo que son: peatones, simples humanos con dos patas. Todos los convidados regresarán a pie a sus casas y decidirán poner fin a tal celebración: basta de festivales y frasecitas que se mastican y se regurgitan año con año, generación tras generación.

No hay duda, nuestra sociedad secular sustituyó las fiestas religiosas por las comerciales. El Día de la Madre es una gran pancarta mariana. Me hace recrear La Piedad, esa escultura de Miguel Ángel Buonarroti, blanquísima, que representa a la Virgen acunando al Cristo muerto. ¡Ah, la madre sacrificada, la madre piadosa, la madre abnegada!, santa, santa, santa… ni madres, madres, ustedes no parieron ningún cristo redentor, ustedes no fueron llamadas al sacrificio y tener niños no las hace buenas ni mucho menos santas.

Sí, lo ideal sería que todas las madres fueran mujeres que decidieron tener hijos porque así lo querían, y no forzadas por el deber ser de nuestra sociedad y mucho menos porque la religión así lo exige. Si son madres contra su voluntad, entonces su libertad ha sido violentada, y ninguna cabeza cuerda se atrevería a festejar tal desventura, y mucho menos a asignarle un día de fiesta nacional.

Lo sé, vivo en una sociedad donde “madre sólo hay una”, en la que los edipos se sacan los ojos y las neuronas, y las madres heredan su estigma a las hijas, pero también chantajean y manipulan, porque ellas han dado vida: mujeres soberbias, ¿acaso se creen Dios?; el que sus hijos nazcan vivos depende de que un embarazo llegue a buen término. En fin, vivo en una sociedad que obliga a venerar a la madre, aunque ésta sea un ser detestable.

Sí, lo sé por experiencia, ser madre es una chinga, sobre todo cuando los hijos son pequeños, pero no necesito una medalla por ello. No tengo una investidura especial por ser madre. Lo que yo haga de mi vida, logre o malogre como persona, antes que como mujer, no depende de si soy madre o no. El ser mamá no me despoja de mi identidad, tampoco me provoca entrar en un molde. No aspiro a cumplir la figura preestablecida de lo que debe ser una “buena” madre y de lo que debe simbolizar en esta sociedad.

¿Alguna vez le han preguntado a una madre qué haría para celebrar el dichoso 10 de mayo? Tal vez responderían que preferirían dormir, leer, andar en bici, escalar una montaña o, simplemente, no hacer nada. Lo sé, nosotros promovemos las tradiciones. Nuestros festejos son el reflejo de esta sociedad, y no todo lo que veo reflejado en esta celebración me gusta. La verdad me quita el hambre, y no por las filas en los restaurantes.

Hay mujeres que deciden no ser madres. Es lo más natural, pues ser madre es sólo una parte de ser mujer. Yo decidí serlo, y si viviera otra vez tendría hijos otra vez. Pero, no lo duden, todas las madres tenemos dentro otra mujer que no lo es: es la que busca una profesión, un oficio o un pasatiempo, es la que siempre será estén los hijos o no. A ella es a la que deberían sacar a pasear o, según el caso, rescatar para que no se quede oculta tras el rostro trágico de la estatua de Buonarroti.

 



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